El tren bala con dirección a Utsunomiya llegó dos minutos antes de la hora de salida a la estación de Tokyo. Subimos y, casi sin tiempo para poder acomodarnos, reemprendió su camino. El tren bala, llamado ‘shinkansen’ en Japón, puede presumir de puntualidad. Durante los 48 años de servicio desde que salió el primer shinkansen llevan contabilizando los retrasos medios anuales en segundos. El récord de puntualidad sigue siendo de 6 segundos de retraso de media en 2.003. Mmmm… esto… sí, señores de RENFE: Pueden ustedes sonrojarse. Y, bueno, no es que tengan cuatro o cinco trenes bala de estos, no, en todo Japón los ‘shinkansen’ realizan más de 160.000 trayectos transportando a 151 millones de pasajeros al año. (A nosotros casi no nos salen las cuentas pero así rezan wikipedia y las estadísticas de la compañía JR).
Al margen de la puntualidad, sin duda, el tren es el mejor medio de transporte para conocer Japón si no se dispone de mucho tiempo, a menos que se quiera ir a Hokkaido (la isla más septentrional) o a las islas tropicales del sur como Okinawa.

Un ‘shinkansen’ o tren bala
Llegamos a Utsunomiya, como no, a la hora exacta que marcaba el billete. Teníamos 7 minutos para cambiar al tren que nos llevaría a Nikko, una localidad de montaña conocida por sus numerosos templos y santuarios. El tren a Nikko no pasaba de 80 kms. por hora. Parecía como si nos arrastráramos por la vía tras haber volado a ras de suelo con el ‘shinkansen’. Aunque el ambiente que veíamos por las ventanas era cada vez más rural, dentro del vagón parecía que siguiéramos en Tokyo: la gente dormía o miraba el móvil. Afortundamente, un grupo de escolares subió en la siguiente estación animando un poco el tren. Todos iban con uniforme, con su toalla para el sudor y su botella de agua. A pesar del calor, las chicas llevaban los calcetines hasta la rodilla mientras todos los chicos calzaban zapatillas de deporte blancas sin marca.
En menos de dos horas llegamos a Nikko. Esta es una excursión muy popular que casi todo el mundo hace en el día desde Tokyo y, en especial, los fines de semana. Para intentar evitar las aglomeraciones viajamos a medio día y reservamos un par de camas en un hostal de mochileros al lado de los templos.
Pese a haber subido unos cuantos metros sobre el nivel del mar y estar rodeados de unos bosques preciosos, la temperatura seguía siendo altísima y hacía un sol de justicia. Al llegar al hostal pasamos al lado de del puente rojo de Shin-Kyo, una reconstrucción fiel al original del S.XVII, y vimos al otro lado del río la entrada al recinto de los templos. Vale, dormiríamos en literas compartiendo habitación pero estábamos ubicados en el mejor sitio del pueblo.
Dejamos los bártulos en la recepción del hostal y emprendimos el camino hacia los templos y santuarios. El camino estaba rodeado de altísimos cedros japoneses que formaban un bosque magnífico. Los árboles nos mantenían en la sombra pero aún así el calor y la humedad seguían haciendo de las suyas. Los muros y los faroles de piedra que marcaban el camino estaban cubiertos de musgo.

Cuando decimos que los árboles eran altos no exageramos… ¿podéis ver a los dos operarios descansando a los pies de estos cedros?
Hacía más de 1.400 años un sacerdote budista llamado Shodo Shonin fundó el Santuario de Futarasan-Jinja en el paraje por el que caminábamos y que sirvió como centro de formación de monjes. Desde entonces se construyeron algunos templos pero Nikko nunca hubiese llegado a ser lo que es hoy si no hubiese sido el lugar elegido para enterrar a Ieyasu Tokugawa. Él fue el primer ‘Shogun’ (caudillo) del clan Tokugawa que logró controlar todo Japón y creó el Shogunato (regimen militar) que gobernó durante más de 250 años las islas niponas.
En 1.634 el hijo de Ieyasu comenzó a construir el santuario actual cuya grandiosidad y detalle pretendía mostrar la importancia del poder y la riqueza de la familia que controló Japón durante más de dos siglos. Lo logró.
Así, la zona hoy declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO es un conjunto de templos y santuarios. Los templos son budistas y normalmente cuentan con menos representaciones y figuras. Por su parte, los santuarios son sintoístas y suelen tener representaciones de varios dioses o espíritus. El sintoísmo venera a los espíritus de la naturaleza y a los antepasados, por lo que los santuarios suelen encontrarse al lado de una fuente natural, una cascada o un árbol que tenga alguna característica especial.
De todas formas y pese a estas diferencias básicas, el sincretismo es bastante fuerte. Los visitantes locales rezan tanto en los santuarios como en los templos, realizando, básicamente, los mismos rituales como lavarse las manos y la boca en la fuente que suele estar en la entrada, lanzar una moneda al altar, dar dos palmadas y rezar. Después pueden encender barras de incienso, escribir sus deseos o agradecimientos en unas tablillas de madera o comprar unos papelillos que revelarán su fortuna para después colgarlos en una especie de ábaco o en las ramas de un árbol.
Paramos a refrescarnos y enseguida nos sorprendieron unos gritos acompasados que provenían de un pabellón cercano. Como no, nos acercamos a ver qué sucedía y nos encontramos con una clase de ‘Kendo‘.
Soprendidos tanto por la belleza de los templos y santuarios como por la naturaleza impresionante que los rodea, vimos como la mayoría de visitantes empezaba a desfilar montaña abajo. Nos quedamos casi solos pero los templos y santuarios tienen sus horarios y también iban cerrando sus puertas. Al menos, al caer el sol, empezaba a refrescar y parecía que no necesitaríamos el aire acondicionado para dormir. Seguimos caminando por los senderos admirando las ‘Torii’ que son los arcos o puertas a la entrada de los santuarios; las hay de piedra, metal y madera.
De vuelta al pueblo vimos de nuevo el puente rojo iluminado y, después de una merecida -y más que necesaria- ducha, buscamos algún sitio para cenar. Nikko se convierte en un pueblo fantasma cuando los ‘daytrippers’ (los visitantes de día) regresan a Tokyo. Caminamos por la calle principal casi sin luces y, viendo que todo está cerrado, abrimos la puerta corredera de un local con luz. Nada indicaba que fuese un restaurante pero no nos quedaba mucha opción. Entramos y encontramos una pequeña barra en la que había una señora mayor cenando y viendo la tele. A la izquierda vimos dos mesitas sobre el ‘tatami’. Era un restaurante. A la pobre señora le jorobamos la cena, recogió su bol y pasó al otro lado de la barra para atendernos.
De vuelta al hostal comprobamos que compartiríamos la habitación con dos chicos japoneses que, si bien no nos dieron apenas conversación e iban a lo suyo, ninguno resultó ser uno de los temidos ‘ronkingkones’ que, en ocasiones así, te pueden dar la noche.
A la mañana siguiente madrugamos con la intención de evitar a los ‘daytrippers’. Con el fresco de primera hora de la mañana, recorrimos de nuevo los agradables caminos rodeados de musgo y cedros y llegamos al templo Rinno-Ji antes de que abrieran.
Mientras esperábamos, unos cuantos monjes budistas se acercaron al templo. A las ocho de la mañana entramos y pudimos ver los rezos de los monjes, leyendo unos textos al ritmo que marcaba uno de ellos golpeando una campana con forma de cabeza de pez apoyada en el suelo. Mientras seguíamos escuchado los rezos de fondo, caminamos tras el altar principal hasta llegar a la sala que alberga las tres mayores estatuas de buda de madera de todo Japón, de ocho metros de alto.
Casi en solitario seguimos camino arriba hasta llegar a la ‘Torii’ de piedra frente al santuario Tosho-Gu, donde está enterrado Ieyasu Tokugawa. A la izquierda vimos una pagoda de cinco pisos que, pese a sus más de 34 metros de altura, aseguran que no tiene cimientos. En su lugar, un largo mástil en su interior suspendido del tejado se balancea como un péndulo en caso de terremoto.
En este santuario encontramos también los tres famosos monos sabios que muestran tres principios del budismo Tendai dirigidos a los niños: no oír el mal, no decir el mal, no ver el mal.

Los tres monos de ‘Tosho-Gu’

Se dice que el artista que esculpió estos relieves nunca había visto un elefante de verdad… a juzgar por el resultado debía ser verdad
Continuamos montaña arriba hacia los viejos santuarios de Futarasan-Jinja y Taiyuin-Byo mientras comenzaban a llegar los primeros grupos organizados que entraban en el santuario.
Antes de regresar al pueblo a por las mochilas, decidimos dar un paseo hasta el abismo de Gamman-Ga-Fuchi cuyo nombre nos pareció de broma al ver que el supuesto abismo no debía tener más de tres metros. Bueno, también puede ser que quizás nosotros no supiésemos encontrar el auténtico abismo (lo de las señales en japonés lo llevamos regulín…). En todo caso, la gente coincide en que lo mejor de este lugar no es el abismo en sí sino la colección de estatuas de ‘Jizo’ (el buda protector de viajeros y niños) que nos acompañaban por el sendero.
Entre los cientos de ‘Jizos’ vimos uno que sonreía y del que se dice se burla de los viajeros que son lo bastante tontos como para tratar de contar todas las estatuas que hay en el camino. A nuestro favor debemos decir que nosotros ni lo habíamos intentado.

El ‘Jizo’ risitas…
De regreso al pueblo, todo parecía estar vivo de nuevo. Las tiendas y restaurantes estaban abiertos y unos cuantos autobuses cruzaban el nuevo puente a escasos metros del viejo Shin-Kyo.
Nos despedíamos de Nikko contentos por haber decidido dormir allí y haber despistado así a la marabunta de los ‘daytrippers’.
¡Hasta la próxima!
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Muy interesante y entretenido, pero me faltan los budas de madera de 8 metros. Hasta la próxima Rosa