Sayonara Tokyo

Este post es la continuación de ‘Primeras luces sobre Tokyo‘ y de ‘Tokyo, un domingo cualquiera (de verano)‘.

A la mañana siguiente madrugamos para ir al mercado de pescado de Tsukiji. Después caminamos bajo un sol de justicia hacia Ginza y, al cruzar un paso de cebra, nos sobresaltó la sirena de una ambulancia. No sólo oíamos la sirena sino una voz -¿grabada?- a toda potencia que, al apartarnos, nos dijo algo de lo que sólo entendimos ‘arigato’ (gracias). Eso es Tokyo: cuando uno cree que lo ha visto todo pasa una ambulancia por delante y te da las gracias por apartarte… ¿Cómo se dirá ‘de nada’ en japonés?

Por la tarde nos acercamos a Roppongi Hills, un nuevo desarrollo urbano en el barrio de Roppongi donde destaca la Mori Tower. Este rascacielos alberga un museo y un observatorio en su última planta. La entrada no es barata pero no decepciona. Más bien al contrario, las vistas son mejores que las del edificio del ayuntamiento.

Hasta donde alcanza nuestra vista todo es ciudad. Vemos el Sky Tree, la zona del puerto, Odaiba, la Torre de Tokyo, los rascacielos de Shinjuku, el parque Yoyogi, Shibuya y muchas otras zonas de rascacielos que no sabemos indentificar.

El sol se va a poner y, a lo lejos, mirando hacia el sudoeste donde debe acabar la ciudad, una particular silueta asoma tras una línea de montañas bajas. Efectivamente, ¡es el Monte Fuji! ¡Y lo estamos viendo desde Tokyo!

El Monte Fuji

Os preguntaréis el por qué de tanta emoción, ¿no? Mucha gente que visita Japón se va sin poder ver esta montaña que, normalmente, está cubierta por nubes. Muchos, incluso, no la ven después de pasar varios días en Hakone, la población turística más cercana a la montaña. De hecho, se da el caso de gente que ha escalado la montaña pero que, en realidad, nunca la ha visto. Mucha gente fotografía desde sus casas o desde su oficina el Monte Fuji cuando se ve desde Tokyo ya que es bastante difícil verlo desde la ciudad. Así que, como veis y por si hicieran falta razones, la emoción estaba más que justificada.

Pocos minutos después el Fuji ya estaba casi cubierto de nubes…

El sol se había puesto y las luces de la ciudad y los edificios se empezaban a encender. Caía la noche y la Torre de Tokyo se iluminaba frente a nosotros. Cientos de luces rojas en las esquinas superiores de los edificios parpadeaban cadenciosamente en una visión impresionante.

Unas cuantas paradas de metro más allá llegamos a Kagurazaka, un barrio tradicional con pequeños callejones y minúsculos restaurantes donde nos llevaron a cenar. El lugar elegido era una pequeña taberna japonesa de madera. Nos sentamos en una mesa compartida en unos taburetes enanos.

Cenamos sashimi, una especie de fondue de verduras, yakitori, pescado de río y un licor de ciruela llamado ‘umeshi’.

‘Maguro’, ‘Ebi’ y ‘Tako’

La ciruela seca con la que se elabora el ‘umeshi’ es muy conocida en Japón ya que las madres la ponen en los ‘bentos’ (comidas para llevar) de los niños en mitad del arroz porque simula la bandera de Japón y porque -dicen- mata todas las bacterias.

El licor ‘umeshi’ y una ciruela seca

Gaby con unos amiguetes espontáneos en Kagurazaka

De vuelta al hotel aún nos dio tiempo de dar un último paseo por Shibuya aprovechando que la temperatura era más llevadera por la noche. Pasamos por las tiendas de moda rodeados de muchísima gente joven vestida a la última que contrastaba con los ‘salary man’ (trabajadores asalariados) que parecían olvidarse de sus trajes de ejecutivo mientras se emborrachaban con su compañeros de trabajo en algún ‘izakaya’ (bar de tapas japonesas).

Un poco más arriba vimos la colina de los ‘Love Hotels’ donde se puede alquilar una habitación por horas con diversas temáticas o estilos: clásica, romana, gótica, medieval, manga o futurista. Estos hoteles también disponen de una carta de disfraces para todos los gustos…

Pasamos por última vez por el famoso cruce de Shibuya. Con la luz verde del semáforo avanzamos viendo la cara de la gente que venía de frente, iluminada por los neones y por las pantallas gigantes a nuestras espaldas. Nos detuvimos unos segundos en mitad del cruce dejando que la gente pasara a nuestro alrededor en todas direcciones.

De camino al hotel vimos como un par de ‘salary man’ se apuraban en llegar a la estación por temor a perder el último tren. Su alternativa era dormir en un hotel cápsula, comprar una camisa para el día siguiente en el ‘7/11’ y aguantar el consiguiente enfado de su mujer cuando la llamasen para decirle que no irían a dormir a casa.

Volvimos por las pequeñas calles que parecían de juguete y convenimos que, aunque apasionante en muchos sentidos, Tokyo no era una ciudad bonita y que no se podía comparar con ninguna ciudad europea.

Tokyo era otro mundo. Un mundo con una energía propia. Su atractivo estaba en su infinita capacidad de sorpresa, en su ritmo frenético sin reñir con las tradiciones y la educación, en sus luces interminables, en su intensidad… Y, ¡cómo no!, en el estilo de vida de sus gentes, que eran capaces de dormirse en el metro de pie o con el móvil en la mano y despertarse justo cinco segundos antes de llegar a su estación…

¡Hasta pronto Tokyo!

5 Respuestas a “Sayonara Tokyo

  1. Pues sí que os podéis sentir muy afortunados por ver el monte Fuji y más desde Tokio. Como decís, nosotros pasamos un par de días en Hakone y navegamos por el lago que está al pie del monte y NADA DE NADA. Una niebla espesa nos impidió verlo…
    Eso sí, nos quitamos la espinita en un shinkansen de Kioto a Tokio. En un momento todo el mundo se fue a las ventanas del lado izquierdo con sus móviles y allí, después de un túnel, apareció la silueta más conocida de Japón :-)
    Aquí nuestra experiencia :-)
    Tokio no se ajusta a los cánones de belleza que los europeos tenemos para las ciudades, pero no quita que nos encante :-)

  2. Pingback: Bitacoras.com·

  3. Otro mundo, desde luego! Y qué menú de cena tan envidiable!!
    De las habitaciones temáticas y disfraces mejor no digo nada, que no son horas… XD
    Arigato!

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