Kyoto, el Japón imaginario

Caía la tarde en el barrio de Gion. La estrecha calle empedrada cruzaba con un puente arqueado un pequeño canal por donde corría el agua. Una señora vestida con un ‘kimono’ se apuraba para no llegar tarde a su destino mientras una bicicleta se deslizó a su lado, rápidamente, sobre las piedras lisas del puente. Las antiguas casas de madera a un lado del canal son ahora restaurantes cuyas luces y faroles de papel empezaban a encenderse. Los primeros clientes entraban en los locales por las puertas correderas de madera y papel que sólo dejan ver la luz del interior. Si la elegancia de la cara blanca de una ‘geisha’ se nos hubiese aparecido en aquel callejón podríamos decir que aquél era, precisamente, nuestro Japón imaginario. Aquel que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en el país nipón.

A pesar de esa imagen idílica, la verdad es que, a primera vista, Kyoto es una ciudad grande sin más, con un centro moderno como el de cualquier otra ciudad importante japonesa. Nos iba a hacer falta un poco más de tiempo para descubrir qué había detrás de esas calles céntricas, para encontrar al pie de las montañas que la rodean cientos de templos y santuarios, y también para llegar a esas calles tradicionales de Gion e Higashiyama.

Viniendo desde Tokyo, lo primero que notamos es que en Kyoto no hay tanta gente que hable inglés. El dueño del hostel que nos recibió dió por sentado que si habíamos sabido decir ‘buenos días’ en japonés debíamos dominar la lengua nipona a la perfección. Empezó a soltarnos parrafadas en japonés mientras nosotros aguantábamos el tirón mirándonos y asintiendo tímidamente según su entonación. Así hasta que nos hizo lo que parecía una pregunta directa y se calló. Llegados a ese punto no hubo más remedio que reconocer nuestro más absoluto desconocimiento y a él no le quedó otra que intentar hacerse entender con su mínimo inglés.

Pero volvamos a lo que nos ocupa. Kyoto está rodeada al oeste, norte y este de montañas de bosques con unos 1.000 templos budistas y 400 santuarios sintoistas. Estos números se deben a que Kyoto fue la residencia imperial y, por tanto, corazón de Japón durante más de mil años (desde el 794 hasta 1.868) y, aunque durante todo ese tiempo no siempre fue la capital, sí fue el centro neurálgico de la cultura japonesa más refinada.

Pero, tras lo que os contábamos en este post y haber visto fotos de las grandes ciudades japonesas totalmente arrasadas por los bombardeos americanos de la segunda guerra mundial, ¿Por qué Kyoto se libró de esos bombardeos y seguía manteniendo intacto todo su patrimonio histórico?

Durante los primeros años de la guerra, Kyoto estuvo siempre en la lista de ciudades que debían ser bombardeadas. De hecho, iba a ser un objetivo de las bombas atómicas que acabaron lanzándose sobre Hiroshima y Nagasaki pero, el entonces Secretario de Guerra estadounidense, Henry L. Stimson, logró que Kyoto fuese borrada de la lista. Stimson había pasado su luna de miel en Kyoto y conocía su amplio patrimonio histórico. Sin embargo, aunque lo parezca, probablemente Kyoto no se salvó por un sentimentalismo de Stimson sino porque Estados Unidos sabía que atacar Kyoto sería disparar directamente al corazón de Japón. El odio de los japoneses hacia ellos hubiese sido imparable y ese ataque hubiese dificultado la posible invasión de las islas niponas que los americanos tenían en mente.

Obviamente, es difícil destacar alguno de esos templos o santuarios entre los cientos que hay. Un buen criterio para empezar sería apuntar a los diecisiete que fueron declarados Patrimonio mundial de la humanidad como, por ejemplo, el ‘Kinkaku-Ji’ o Pabellón Dorado, un templo budista lacado en oro que se refleja en el lago de los fabulosos jardines que lo rodean.

O el ‘Ginkaku-Ji’ o Pabellón Plateado (que no tiene plata pero así lo llamaron para distinguirlo del anterior), en cuyo jardin zen destaca una montaña de arena que simboliza el monte Fuji. Además de ese montículo, la gravilla del jardín estaba perfecta y armoniosamente rastrillada. Todo en el jardín estaba estudiado como, por ejemplo, la estancia desde la que se podría admirar el jardín y el relieve de la gravilla rastrillada a la luz de la luna llena.

Todos los jardines de los templos y santuarios están diseñados para admirar la belleza de la naturaleza en cualquier estación del año y cuidados hasta el más mínimo detalle.

El antiguo templo de ‘Kiyomizu-Dera’ destaca por la gran terraza de su sala principal que se apoya sobre cientos de columnas de madera. Y también por su manantial ‘Otawa-no-taki’ del que bebimos al saber que aquellas aguas sagradas tienen propiedades terapéuticas sin que hayamos notado, de momento, ninguna mejora significativa de nuestros -leves- achaques.

Al margen de estos populares templos, recorrimos varias zonas y nos maravillamos con santuarios y templos mucho menos concurridos que los anteriores. Con tanto dónde elegir el mejor templo para ver no tiene porque ser el más espectacular sino, probablemente, el que nos reciba en soledad, con pocas expectativas y que, casi con seguridad, no aparecerá destacado en ninguna guía.

Pero Kyoto ni mucho menos vive sólo de sus templos y santuarios y del encanto tradicional de las calles de Gion y Higashiyama.

Kyoto sigue siendo la capital cultural de Japón. Hay un sentimiento y espíritu nipón muy arraigado. De hecho, algunos japoneses vienen aquí a empaparse de la cultura más típica y auténtica y los más jóvenes, sobre todo parejas y grupos de amigas, visten con ‘kimonos’ tradicionales durante todo el día, a pesar del calor.

Por otro lado, es muy popular en Kyoto la figura de la ‘geisha’, quizás uno de los aspectos de la cultura japonesa peor interpretados. En contra de una creencia bastante extendida, las ‘geishas’ no son prostituta,s sino mujeres con un alta educación en artes tradicionales japonesas como danza, canto, la ceremonia del té o instrumentos como el ‘shamisen’ (instrumento de cuerda japonés). La formación de las ‘geishas’ se inicia a los 15 años cuando se las conoce como ‘maikos’ y viven durante 5 años en las ‘okiya’. Tras esos 5 años de formación se convierten en ‘geishas’ y llevan una vida independiente.

Dos ‘maikos’ en Higashiyama

Hoy en día cualquiera puede contratarlas, incluso los extranjeros si tienen algún contacto o si se alojan en un hotel o ‘ryokan’ (alojamiento típico japonés) de alto nivel. Una velada con una ‘geisha’ sale por unos 800 euros. Actualmente se calcula que hay unas 100 ‘maikos’ y 100 ‘geishas’ en Kyoto y menos de 1.000 en total en Japón. Y como todo no iba a ser tan fácil, en el dialecto de Kyoto no se llaman ‘geishas’, se llaman ‘geikos’.

Kyoto es también uno de los lugares más reconocidos de Japón a nivel gastronómico. En el céntrico mercado de Nishiki pueden verse muchos de los productos más selectos de la gastronomía local.

En este mercado se abastecen los mejores restaurantes de Kyoto y, probablemente, a la vista de los precios de algunos productos, la gente más adinerada de la ciudad.

Bueno, a ella quizás le hayan dado el dinero sus padres…

La calidad de los restaurantes es muy alta, incluso en los lugares más económicos. Un servicio siempre impecable, la limpieza y la calidad de la comida son denominadores comunes en todos los lugares donde hemos comido y, desde luego, no hemos ido a los sitios más caros a cenar. Así como en España no comemos sólo paella, en Japón no se come sólo pescado crudo y fideos. La variedad gastronómica es asombrosa.

Un ejemplo puede ser el restaurante tipo ‘okonomiyaki’ donde cenamos la llamada ‘pizza japonesa’. En realidad, se parece a una pizza en la forma redonda y poco más, se sirve a medio hacer sobre una plancha caliente delante del comensal.

Otra noche cenamos tapas que, aunque en Japón tengan otro nombre, también existen. Por ejemplo, estos calamares crudos en vinagre, pulpo con wasabi y gambas crudas al vinagre dulce…

Encontramos esas tapas en un estrechísimo callejón de ‘Ponto-Cho’, uno de los antiguos barrios de ‘geishas’ que hoy en día se reduce a una callecita trasera, peatonal, paralela al río Kamogawa.

Un lugar muy animado de noche por bares y restaurantes con terrazas sobre el río en el que, por fortuna, encontramos a mucha más gente local que turistas, aunque en Japón agosto es temporada baja.

Antes de despedirnos de Kyoto nos acercamos a las afueras, a Inari y también a Arashiyama, donde encontramos un fascinante bosque de bambú.

Los troncos del bambú, de suaves tonos verdes, eran grandes y tan altos que, en las alturas, acababan doblándose y descansando unos sobre otros. Cerraban así el camino por arriba, como si de un arco se tratara, dándole una agradable sombra durante todo el día.

Por la noche el bosque adquirió un aspecto mágico, la brisa movía las hojas creando un sutil rumor que corría por encima nuestro.

De nuevo, en aquel camino, volvíamos al Japón mítico de nuestro imaginario. Sólo hubiese faltado que apareciera entre aquellos troncos de bambú algún samurái despistado. Pero, por desgracia, ya era demasiado oscuro como para seguir esperando y nuestra linterna se estaba quedando ya sin pilas…

¡Hasta la próxima entrega!

7 Respuestas a “Kyoto, el Japón imaginario

  1. A la luz de vuestros comentarios, todo parece tan fascinante, que no me ha quedado más remedio que anotarlo entre mis destinos deseados, llevaré linternas con pilas, a lo mejor se me aparece el samurai….Gracias y hasta la próxima Rosa

  2. Definitivamente, leer sobre el okonomiyaki a estas horas no ha sido una buena idea…
    Como siempre, las fotos son increíbles, aunque mi debilidad es la del erizo colgante.
    j.

  3. Pingback: Bitacoras.com·

  4. Gracias por hacerme recordar! y por compartir. Kyoto es de verdad una ciudad increíble…quizás incluso para vivir una temporada. No sé si para encontrar samurais en la oscuridad, pero sí seguro para encontrar inspiración y acariciar el alma!

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