Tokyo, un domingo cualquiera (de verano)

Este post es la continuación de ‘Primeras luces sobre Tokyo‘.

Llegó el domingo y todas las guías y blogs que habíamos consultado nos invitaban a ir a Harajuku y su cercano parque Yoyogi. Ante la aclamación popular de todas nuestras fuentes de información y por unanimidad nos dirigimos hacia allá.

No hay apenas nubes y hace mucho calor y humedad. La gente lleva en el bolso (sí, los hombres también llevan bolso) o al cuello una toalla para secarse el sudor. Esa toalla se llama ‘tenugui’ y tiene orígenes en el sintoísmo aunque su uso no se popularizó hasta el periodo Edo (1.592-1.868) gracias al cultivo del algodón en tierras niponas. Como veis volvemos a la historia y a la tradición, incluso para secarnos el sudor de la frente. Las máquinas de vending -que suponemos no debían existir en el periodo Edo- y que están en todas las esquinas se aparecen como oasis en un desierto y se agradece que toda la bebida esté tan fresquita y a tan buen precio.

Llegamos a Harajuku donde buscamos el famoso puente de ‘Jingu-Bashi’. Finalmente damos con él pero no hay rastro de las chicas del ‘cosplay’ que queríamos fotografiar. La palabra ‘cosplay’ viene de las inglesas ‘costume’ y ‘play’, algo así como juego de disfraces. Las chicas que se reunen los domingos en este puente de Harajuku se visten según sus preferencias como lolitas clásicas, personajes de manga, de ‘anime’ (dibujos animados) o de cualquier otra cosa que desconocemos. Quedan en este lugar para compartir sus gustos y mostrar a sus compañeras sus últimas adquisiciones para sus disfraces. Al parecer, les encanta que las fotografíen y a nosotros nos hubiese encantado encontrarlas pero hay que entender que con el calor que hacía y sin una mala sombra en el dichoso puente allí no hubiese nadie.

De todas formas, caminamos hacia la entrada del parque Yoyogi por donde paseamos viendo a muchas familias y parejas pasar el día en el parque, tomando un picnic a la sombra o jugando a hacer unas enormes pompas de jabón.

A la salida del parque nos encontramos con una agradable sorpresa, un par de grupos de estética rockabilly preparándose para una actuación.

O al menos eso parecía porque no sabemos si se puede calificar de actuación el hecho de poner unos temas de rock clásico en un radiocassette y bailar como un pato mareado durante lo que dure la canción.

Desde luego, lo mejor era el atuendo. También debemos destacar el empeño que le ponían con el calorazo que hacía, a pleno sol y vestidos de negro. Éstos si eran auténticos frikis dándolo todo y no las chicas del ‘cosplay’ que no aparecieron por miedo a que se les corriera el maquillaje o a alguna le diera un soponcio. ¡Un auténtico roquero nunca falla!

Porque no vayais a pensar que estos chicos bailan y sudan lo más grande para que luego les des una moneda, no. Lo suyo es amor al arte: quedan, se acicalan y bailan porque les mola. Punto.

Seguimos hacia el norte por otra entrada del parque que nos llevó a Meiji-Jingu, un santuario sintoista en medio del parque de Yoyogi, que en esa zona más que un parque es un bosque frondoso en el centro de Tokyo.

Una boda japonesa

Paseando por los caminos y dentro de la zona del templo no se oye ningún ruido de coches, es un remanso de paz a pocos metros de las zonas más concurridas de Tokyo.

De hecho, siguiendo hacia el norte llegamos a Shinjuku, donde está la estación de metro más concurrida de Tokyo y del mundo. En 2.007 tenía una media de más de 3,6 millones de pasajeros al día. La estación tiene unas 200 salidas distintas y, si te equivocas, puedes aparecer a más de media hora a pie de donde pretendías ir. La estación de Shinjuku, contando metro, tren interurbano y tren urbano, tiene un total de 52 andenes. Además, aunque aciertes con el anden y con la salida, no es nada fácil encontrar los sitios en Japón porque la mayoría de calles no tienen nombre, la gente se guía por la estación de metro, la avenida principal y los negocios más conocidos.

Al oeste de la estación subimos al mirador del edificio del ayuntamiento. Las vistas de una ciudad que no se acaba son espectaculares. Desde las alturas es fácil ver que la ciudad no tiene un centro con edificios altos, sino que los rascacielos se agolpan cerca de las estaciones principales mientras los espacios entre esas zonas más desarrolladas se completan con edificios de tamaño medio y algunos parques.

Desde arriba también podemos ver cómo se aprovecha el espacio, vemos cementerios pequeños entre los edificios, azoteas con campos de fútbol sala o para practicar golf. El espacio es un bien muy preciado en Tokyo. Miramos hacia el sudoeste buscando entre la bruma la silueta del Monte Fuji, la montaña más famosa de Japón que sólo puede verse los días más claros desde Tokyo. Nos quedamos con las ganas de verlo.

Al este de la estación está la zona de compras, ocio y ‘department stores’ como siempre con todas las luces que uno se pueda imaginar. A lo difícil que es encontrar las direcciones en Tokyo se le debe sumar que un restaurante o un negocio no siempre va a estar en la planta calle como sería habitual. Hay muchísimos restaurantes en el piso cuarto u octavo… encima de una agencia de viajes o en un sótano por ejemplo.

Cerca de la estación de Shinjuku caminamos por Kabuchiko, el barrio rojo de Tokyo, como cabría esperar un tanto sórdido aunque curioso. Y muy cerca de allí llegamos al ‘Golden Gai’, una zona de callejones estrechísimos y bares enanos donde sólo caben 5 ó 6 personas. Algunos bares están abiertos para cualquiera pero otros sólo aceptan clientes habituales. El ayuntamiento quiere demoler estas casas para construir edifios más modernos pero, a nuestro entender, sería un error porque estas cinco callecitas tienen algo de particular que debería preservarse.

De hecho, Tokyo fue arrasada casi por completo en los bombardeos de la segunda guerra mundial. Es una ciudad reconstruída hace menos de setenta años por lo que, en general, sus barrios no tienen ningún punto diferenciador al margen de lo que hemos comentado: que si el barrio de las tiendas de electrónica por aquí, que si el del lujo por allá, que si el de ambiente… Pero, en realidad, los barrios no tienen una personalidad como en las ciudades europeas. Los edificios no siguen ningún criterio de uniformidad estética y si nos soltaran en cualquier calle de Tokyo nos costaría mucho tiempo averiguar dónde estamos.

Y para no alargarnos mucho -y empezar ponernos pesados- dejamos aún un poquito más sobre Tokyo para la siguiente entrega: ‘Sayonara Tokyo’.

¡Hasta pronto!

3 Respuestas a “Tokyo, un domingo cualquiera (de verano)

  1. Cómo mola llegar y encontrarse con una ración doble de blog… Aunque no haga más que alimentar mi envidia, la verdad.
    ¡Enhorabuena por las fotos y la crónica, como siempre, y bienvenidos!
    j.

  2. Pingback: Bitacoras.com·

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