Recorríamos la carretera que nos llevaba a los valles más escarpados de los Alpes del Sur, donde se hallan las cumbres más altas y los mayores glaciares del país. A medida que avanzábamos el cielo se cubría con espesas nubes grises que presagiaban lo peor. Montamos la tienda de campaña alegrándonos de que la lluvia todavía no nos había dado alcance y con la compañía de una simpática alicantina que estaba recorriendo la Isla Sur en bicicleta nos disponíamos a preparar la cena. Una intensa lluvia empezó a caer en cuanto sacamos nuestro hornillo. Resguardados bajo un tejadillo cenamos, haciéndonos ilusiones pensando que ese diluvio sólo podía durar unas horas.
No podíamos estar más equivocados. Amanecimos achicando el agua que había entrado en la tienda y, tras desmontarlo todo, emprendimos el camino hacia el primer glaciar: el ‘Franz Josef Glacier’. Gaby, siempre optimista, iba mirando el cielo y aseguraba que al llegar a destino el tiempo nos premiaría con un cálido sol.
Tampoco. Llegamos al Franz Josef y el cielo estaba completamente cerrado, ni un solo rayo de sol se escapaba de la inmensa capa de nubes y el agua no dejaba de caer. En medio de esa tormenta llegamos al siguiente glaciar, el ‘Fox Glacier’. Al ver que el cielo no iba a cerrar el grifo pensamos en abandonar la zona y continuar nuestro camino hacia el Sur pero no queríamos marcharnos de la región más agreste de los Alpes del Sur sin descubrir, al menos, uno de sus glaciares.
Resolvimos nuestro dilema dando una oportunidad al tiempo y esperando un día más. ¡Esa lluvia no podía durar eternamente! O sí. Pasamos la noche por primera vez desde que empezamos nuestra ruta en un hostel ya que nuestra tienda totalmente empapada no estaba ya para muchos trotes. La mañana siguiente el cielo seguía gris y llovía, ya llevábamos tres días seguidos. Pero no perdimos la esperanza… Sobre todo porque a medida que avanzaba la mañana la lluvia parecía amainar y, aunque el tiempo en esa zona es impredecible, oímos que mejoraría a partir del mediodía. El calendario nos decía que debíamos subir al coche y seguir nuestro camino hacia siguientes destinos pero nos resistíamos a abandonar sin haber visto ni siquiera el hielo ni los picos más altos de los Alpes. Esperamos un poco más…
Y de forma casi providencial, mientras veíamos desde el salón del hostel como cesaba la lluvia, un mail nos comunicaba que la familia de Gaby nos regalaba una caminata sobre los hielos del glaciar (sí, ese fue el segundo, y el último, regalo que recibió Gaby). Las nubes empezaron a levantarse dejando pasar algún rayo de sol. Media hora más tarde lucía un sol radiante. Una vez más, el tiempo recompensó nuestra paciencia.
Sólo una hora más tarde nos entregaban los crampones necesarios para caminar sobre el hielo y empezamos la caminata hacia el glaciar Fox, denominado así tras la visita en 1.872 del entonces Primer Ministro neozelandés, William Fox.
Accedimos al glaciar por un lateral, pasando por varios riachuelos y por un frondoso bosque que crecía en las laderas.
Los bosques de estas zonas se forman y desaparecen por la acción del glaciar que avanza y retrocede tanto en longitud como en altura durante años arrasando con todo cuanto se encuentra a su paso. Esto hace que cada unos cuantos lustros o décadas aparezcan en los laterales del glaciar rocas desnudas rasgadas por la fuerza del hielo. Debido a la alta precipitación de la zona esas rocas se cubren rápidamente de musgos y líquenes que, poco a poco, empiezan a crear una pequeña capa de vegetación sobre las rocas. Ese fino sustrato es suficiente para que, más adelante, empiecen a crecer pequeñas matas y hierbas altas que irán, a su vez, creando más sustrato. Al cabo de unos años, la descomposición de los primeros musgos y plantas habrán creado ya una capa suficiente para que puedan asentarse en ella arbustos y pequeños árboles. Se empiezan a formar bosques en esas paredes cuyo destino va unido a la evolución del glaciar. En cuanto éste crezca se llevará por delante todo ese bosque apenas arraigado en el fino sustrato, iniciándose de nuevo el ciclo.
Así es como se formaron los bosques, de apenas unos cincuenta años de edad, entre los que caminábamos al lado del glaciar. Tras una media hora de caminata nos colocábamos los crampones para adentrarnos en esa masa blanca de 13 km. de longitud.
Empezamos a caminar sobre el hielo, a tientas, adaptándonos a esa nueva superficie. A medida que avanzábamos veíamos brechas más grandes a nuestro alrededor. También pequeños cursos de agua que bajaban sobre el hielo hasta alcanzar alguna grieta o agujero que canaliza el agua hasta la base del hielo a decenas de metros bajo nuestros pies.
De media, cada invierno caen unos 50 metros de nieve en la parte más alta del glaciar, que se conoce como ‘nevé’. Allí se acumula la nieve año tras año compactándose por el peso acumulado, casi sin aire en su interior, convirtiéndose en inmensos bloques de hielo. La nieve que cae sobre los bloques de hielo formados en el glaciar llega a tener tanto peso que empuja el hielo hacia abajo, fuera del nevé, como sucedería si aplastáramos un tubo de pasta de dientes abierto… Así avanza el glaciar, llevándose todo cuanto encuentra a su paso, tanto bosques como roca, modificando el paisaje que tiene a su alrededor. El glaciar Fox, tras unos cien años de retrocesos, lleva avanzando desde 1.985 y, actualmente, su lengua de hielo termina a sólo 300m. sobre el nivel del mar.
Tras el paseo sobre los hielos del glaciar y bajo el agradable sol que, por fin, nos acompañó, regresamos al pueblo y, aprovechando la soleada tarde, tomamos un corto desvío hacia el Lake Matheson, un lago cuyo origen se remonta a la última glaciación cuando se formó por ejercicio del mismo glaciar Fox.
El lago se rodea a pie por uno de esos impecables caminos de los que en cada post os hablamos con varios miradores desde donde se pueden ver las montañas más altas de Nueva Zelanda: el Mt. Tasman (Horo-Koau en Maorí) de 3.497 metros de altitud y el Mt. Cook (Aoraki) de 3.754. Estas majestuosas cumbres no sólo se ven por encima del horizonte sino también debajo de éste, reflejadas en las tranquilas aguas del lago.

Mt. Tasman

Mt. Cook
Acertamos dándole una oportunidad al tiempo después de dos días y medio de lluvia ininterrumpida y en una intensa tarde cumplimos con todo lo que nos habíamos propuesto. Podíamos seguir nuestro camino con los deberes hechos y, al fin, la tienda seca.
Vaya, veo que os habéis puesto las pilas estos últimos días… Nosotros aquí comiendo y bebiendo, y vosotros de caminata por los glaciares.
Un abrazo,
j.
Así me gusta chicos, optimisto y paciencia son las claves para afrontar los imprevistos de un viaje. A seguir disfrutando!
un abrazo!
Ver esas sonrisas y aferrados al pico, me hacen sentir muy satisfecha de como aprovecharon el regalo de cumple.
Nuevamente me ha sorprendido y encantado el color turquesa del hielo.
Es una hermosa imagen para llevarme a la cama.
Muchos besos y hasta la próxima
hola!!!y a qué altura estábais vosotros en la excursión sobre el glaciar?…supongo que nada que ver (en tamaño) con los que visteis en Argentina, no???…muchos besitos!!!estáis muy guapos. Carol
Muchas gracias chicos!
Rosa, gracias por el regalo… disfrutamos mucho.
Carol, estábamos unos doscientos metros por encima de la lengua del glaciar. Y, en cuanto a tamaño y altura de la pared de hielo, no tiene ni punto de comparación con el Perito Moreno y otros que vimos por Argentina y Chile.
Hi thanks for posting thiss