Sesriem – Welwitschia Drive – Twyfelfontein – Palmwag – Ongongo – Opuwo. 5 días, 1.230 kms.
El mapa de nuestra guía marcaba Palmwag con un punto negro rodeado por un círculo. En la mayoría de mapas del mundo eso representa una ciudad o, al menos, un pueblo. Tras tres noches de camping y cientos de kilómetros por carreteras de gravilla, necesitábamos reencontrarnos con algo de civilización, un súper donde poder comprar comida y, si no era mucho pedir, un lugar con ducha caliente. No podía fallar, Palmwag iba a ser ése lugar.
O eso pensábamos… Bienvenidos a Palmwag:
En efecto, esa gasolinera con dos surtidores era Palmwag. Su rincón más concurrido era la sombra de un árbol desde donde nos llegaban los acordes cansinos de una guitarra bajo el sol abrasador del medio día. Al menos, tras la decepción inicial, descubrimos una tienda. ‘Bueno, algo es algo’ pensamos… Fuimos hacia allá y lo primero que encontramos en el zaguán del negocio es a un chico durmiendo sobre una mesa de billar mientras sus amigos compartían una botella de algún licor marca ‘Castelo’. Ya dentro del local, las estanterías mostraban un escaso surtido de tabaco y botellas de alcohol que quedaban al otro lado de un mostrador protegido con firmes barrotes.
Palmwag, aquel punto negro rodeado de un círculo en el mapa, no tenía ni un simple colmado. Por lo menos pudimos comprar agua y unas patatas fritas “Simba” con sabor a ternera. Por fortuna, unos kilómetros más allá estaba el camping de Palmwag. Era un oasis en la polvareda de la carretera que veníamos recorriendo. Un oasis tan anhelado en aquel rincón remoto que estaba completo. No quedaba ni un lugar libre para que pudiéramos abrir la tienda del techo de nuestro coche. ‘No, en serio, no vamos a conducir 2 horas más para llegar al siguiente camping!’ Allí, justo en el corazón de Damaraland, en aquella ciudad que no existía, empezábamos a valorar la idea de acampar al pie de la carretera, en mitad de ningún sitio.
Pero no nos avancemos tanto y empecemos por el principio… o por donde lo dejamos el otro día. Durante los tres días que tardamos en llegar a la ‘no-ciudad’ de Palmwag, sumamos a la arena que traíamos del Namib todo el polvo imaginable de las carreteras de gravilla que avanzaban entre paisajes desérticos de lo más variado.
En un solo día la gravilla de la carretera podía ser negra, gris, marrón, ocre, amarilla, naranja, roja… en todos sus tonos. Pensé en fotografiar todos esos colores de las carreteras. Ahora me alegro por vosotros de no haberlo hecho porque podría haber llenado tres post como este sólo con esas fotos. Sí, de nada.
Después de conducir casi todo el día llegamos a las llanuras de Welwitschia, donde encontramos un camping en el que se podría decir que no había nada ni nadie. Ni personas, ni vallas, ni agua, ni electricidad… Bueno, algo sí había. Lo que hay en todos los campings del país: parrillas para hacer barbacoa (o ‘Braai’ como le llaman allí).
Antes del atardecer, recogimos leña y subimos a lo alto de las montañas que rodeaban la zona de acampada para ver la puesta de sol. Se hacía de noche y ya empezábamos a asumir que pasaríamos la noche allí solos. Como tantas veces nos habían recomendado, encendimos enseguida el fuego que debía ahuyentar a los animales salvajes y vimos clara la doble función de aquella hoguera. Por un lado estaríamos a salvo y, por otro, la brasa que se iba formando nos valdría para cocinar. En aquel momento no éramos aún conscientes de la cantidad de carne a la brasa que íbamos a comer en este viaje.
Al margen de la inconveniencia de no tener ducha ni baño, fue toda una experiencia dormir solos en aquel lugar. Cerca del camping encontramos las plantas que le daban nombre a aquella llanura, las Welwitschias. Eran unas plantas muy raras, que son endémicas de Namibia y que se encuentran sólo en zonas desérticas. Al parecer consiguen retener agua del rocío de la mañana con la que consiguen ser uno de los seres vivos más longevos del planeta. Es muy difícil determinar la edad de estas plantas, pero los expertos consideran que pueden vivir entre 1.000 y 2.000 años.
Seguimos camino por aquellas llanuras junto con esa densa bruma matinal que es vital para las Welwitschias. La bruma llegaba desde el oceáno, a unos 30 ó 40 kilómetros hacia el oeste, aunque no tardó en disiparse una vez el sol empezó a ganar altura.
Continuamos avanzando por aquel paisaje lunar, cruzando el Parque Nacional de Dorob.
Llevábamos 600 kilómetros recorridos desde que salimos de Sesriem cuando nos encontramos con el primer núcleo urbano, por así decirlo. El pueblo se llamaba Uis y su supermercado nos permitió abastecernos de agua, leña y algo de comida. Otro de nuestros objetivos era conseguir un rotulador para marcar en el mapa el camino que íbamos dejando atrás. Lo habíamos intentado ya días antes sin éxito. Pese a que el súper estaba bastante bien surtido, no parecía haber ningún rotulador ni bolígrafo. De hecho, al llegar a la caja y preguntarle a la dependienta si tenían rotuladores o bolis, nos confirmó, efectivamente, que no tenían. En ese momento y sin ningún disimulo, cogió el boli que estaba sobre el mostrador y se lo guardó en el bolsillo. ‘Jeje, tranqui que no me lo voy a llevar’. Definitivamente, hay algún problema en este país con los bolígrafos y rotuladores…
Más hacia el norte, ya en territorio de Damaraland, avistamos a lo lejos el perfil de las montañas de Spitzkoppe sobre la llanura seca. Tanto sus formas, ubicación y color nos recordaron a las rocas sagradas de Uluru y las Olgas en el centro de Australia.
Seguimos camino hasta llegar a un camping cerca de Twyfelfontein. Al firmar la hoja de registro nos fijamos en que la chica que regentaba el camping no le quitaba el ojo de encima al boli… ¿Nos estaríamos obsesionando? Al margen de ese control, digamos que la chica no parecía tener muchas ganas de trabajar y había que sacarle las palabras de la boca. Sin duda, nos quedamos con esta parte de la conversación que mantuvimos con ella:
– Por cierto… ¿podemos cenar? (había una cocina y unas mesas con cubiertos)
– Mmmm… No, ya no, es que es muy tarde. (Eran las 18:30)
– Ah, ¿en serio? o sea que no es posible comer nada…
– Eh… bueno, a ver, sí podríais cenar, pero tendríais que esperar unas 3 horas.
– ¡¿?¿?¿?!
Una conversación más digna de nuestros días por Bolivia o India… En invierno anochece a las 5:30 de la tarde y sin radio, ni tele, ni conexión a nada ya estábamos acostumbrados a acostarnos entre las 8 y las 9 como tarde. ¡Cenar a las 9:30 sería como hacerlo aquí a la una de la mañana! Por lo menos, en aquel camping nos pudimos duchar con un hilillo de agua caliente. Un trabajador del camping un poco más espabilado que su compañera iba añadiendo troncos al fuego que ardía bajo el depósito metálico de agua de las duchas.
A la mañana siguiente empezamos a descubrir en Twyfelfontein el ancestral pasado de los San, también conocidos con el nombre un poco más peyorativo de bosquimanos (bushmen). Los San fueron uno de los primeros pobladores del planeta y habitaron sobre todo la zona sur del continente africano. Se caracterizan por tener una piel de color más clara y son bajitos. Sus descendientes aún habitan zonas de Namibia y Botswana. Pese a ser cazadores y recolectores nómadas, los San regresaban frecuentemente a las colinas de Twyfelfontein por el agua que brota de su manantial.
Aquella fuente en mitad del desierto fue habitada hace más de 6.000 años. Entre las rocas de las laderas se encuentran más de 2.000 grabados hechos por los San. Principalmente son imágenes de animales de la zona, mapas para la caza y la localización de agua. Los grabados se usaban para fines didácticos y religiosos y los más recientes llevan allí más de 2.000 años.
En los grabados se ven todos los animales que cazaban (algunos de ellos ya extintos) y hasta vimos grabados de focas y pingüinos, lo que demuestra que los San ya habían llegado al océano. Desde allí, atravesando el desierto, traían sal para mantener la carne de la caza.
A pesar de la antigüedad de los grabados y del hecho de que Twyfelfontein es el único sitio de Namibia declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad, lo que nos resultó más llamativo es el lenguaje de los San, que aún se habla en esta zona de Damaraland. Su principal particularidad es que entre los sonidos que nosotros reconoceríamos normalmente como palabras, este lenguaje introduce chasquidos de diferentes tipos hechos con la lengua… como si estuviésemos arreando a un caballo. Cuando se lee, esos sonidos se expresan con símbolos como ≠, !, //… cada uno es diferente y da un significado distinto a las palabras.
Antes de dejar Twyfelfontein, nos adentramos en el cauce seco del río donde volvimos a meternos con el coche en arena muy profunda aunque esta vez sin cagarla como en Sossusvlei. Allí vimos a un elefante solitario que nos pareció inmenso.
Tras otra buena tirada de gravilla y polvo, llegamos al principio del post, o lo que es lo mismo: a la decepción de Palmwag donde no teníamos donde dormir. Al final, acabamos en la asociación “Save the Rhino Trust” donde tenían un pequeño espacio para acampar. Allí no había vallas y estábamos dentro de una inmensa concesión territorial en la que no había ganado ni cultivo, sólo animales salvajes.

El maletero del coche tras cinco días de ruta…
Desde que oscureció, nos limitábamos a movernos por un triángulo imaginario de seguridad formado por la parte delantera del coche, la trasera y la hoguera que habíamos encendido. Aún así, algunos ruidos nos pusieron muy nerviosos, en especial, unos que provenían de unos árboles que debíamos tener a escasos diez metros de la hoguera. Aún no había salido la luna y no se veía nada pero por los ruidos que oíamos sólo podía ser algo grande… no llegamos a ver lo que era; ‘será una cebra’ nos decíamos para tranquilizarnos. Esa fue una de las noches que más ruidos de animales oímos.
Con la salida del sol al día siguiente, pronto se nos fue borrando la desilusión de Palmwag. No teníamos el permiso para adentrarnos en la concesión pero, al poco de retomar nuestro camino hacia el norte, nos dimos cuenta de que daba igual.
Sin salir de la carretera principal, empezamos a ver las primeras cebras. Bajé del coche para fotografiar a una y, al notar mi presencia, desapareció tras una loma. Cuando yo ya pensaba volver al coche, apareció la misma cebra acompañada de otras dos en plan desafiante. Se mantuvieron a distancia, pero cuando una de ellas se arrancó hacia mi el acojone fue importante (para que nos vamos a engañar…). Afortunadamente, enseguida se detuvo y las otras cebras se le acercaron lentamente. Aunque estaban a menos de diez metros de mí, preferí quedarme quieto. Finalmente, hicimos las paces con la mirada y se fueron al galope. Fue un encuentro inolvidable con las primeras cebras con las que nos topamos. Aún así, lo que más nos sorprendió fue el increíble ruido al alejarse al galope frente a nosotros.
Más adelante, empezamos a ver jirafas a lo lejos y, luego, encontramos varias muy cerca de la carretera. Nos quedamos embobados por su tamaño y la elegancia que tenían al moverse cuando, a su juicio, ya nos habíamos acercado demasiado.
También nos topamos con algún zorrillo, que más adelante supimos que era un chacal, pero eso ya será harina de otro post.
Retomamos el camino hacia el norte y, siguiendo la recomendación de un sudafricano muy curtido en este tipo de viajes que habíamos conocido, llegamos al camping de Ongongo. Allí encontramos el sitio perfecto para descansar del coche, hacer la colada, organizar y, lo mejor, darnos un refrescante chapuzón en una piscina natural de agua cristalina.
Allí se unió a nosotros un gato asilvestrado con el que acabamos haciendo buenas migas y al que bautizamos como “Simba”, igual que las patatas. Cuando se hizo de noche encendimos la hoguera y pensamos que, si algún animal se acercaba, Simba iba a ser el primero en darse cuenta y nos alertaría. Pero mientras comentábamos precisamente eso, el colega (que había estado con nosotros todo el día), tranquilamente, se dio media vuelta y se perdió en la oscuridad… ‘No me ha gustado el pavo cocido así que ahí os quedáis’…
Y sí, ahí nos quedamos, bajo un cielo estrellado espectacular al final del camino que nos había llevado por Damaraland.
Hasta la próxima entrega.
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Todo parece tan desolado, que es asombroso que no les hayan pasado más cosas relacionadas con la escasez, como por ej, quedarse sin combustible. Me gustan mucho las piedras con los grabados y me llama la atención la poca protección que tienen. Fantástico terminar con esa pileta natural de agua tan transparente después de tanta tierra. Gracias por compartir una experiencia tan rica. Hasta el próximo post y los chacales
Rosa! al margen de alguna comida fría o de noodles de bote no sufrimos la escasez. El coche estaba modificado y tenía 2 depósitos (90+60 litros) además de una garrafa con 25 litros más. Estuvimos más cerca de quedarnos sin comida que sin gasolina! Y, sí, sin duda… ese agua cristalina fue una bendición tras tanta arena y polvareda!
Abrazos!
Si me dicen que habéis ido a otro planeta no me habría costado creerlo. Enhorabuena por las fotos, especialmente las de los paisanos, me gustan esos retratos y cómo habéis explotado los pocos elementos que había para acompañarlos. :)
Jota.
Gracias por comentar Jota. Bueno, y por los cumplidos también ;-). El viaje fue espectacular aunque también es cierto que no son zonas muy pobladas y no es fácil encontrar a gente local a quien fotografiar en Damaraland. Palmwag, que no tenía nada, al menos nos dejó esas imágenes de los chavales bebiendo en la entrada de la licorería.
Saludos!
Qué cielo, qué estrellas!!! Y qué impresionantes las imágenes de la jirafa, del elefante, de la cebra y de Simba. Qué emocionante debió ser el encuentro cebril! Muero de ganas por ver a esos preciosos animales en su entorno y tan de cerca, debe ser espectacular porque ya en las fotos lo parece.
Me encanta la foto de Simba jeje Tiene una cara de cabroncete…
Un abrazo desde Vietnam!
Ya esperamos el siguiente post, con o sin Pantone de colores de arena ;)
C.
Gracias Carlos! En breve más… de hecho llegará un post en que quedarás saturado de animales salvajes!
Abrazos y seguir disfrutando!
Ya veo que no necesitas las fotos de Kenya que te debía (soy un desastre, mis disuclpas),muchas gracias por compartir las vuestras. ¡Me alegro de de que hayas podido alcanzar ese destino que tenías en mente!
Hola Isabel! jejeje, es verdad… esas fotos de Kenya! Nada, no te preocupes. Mientras continues siendo una de nuestras fieles seguidoras todo bien! jajaja!
Abrazos!!!
Esas miradas de la cebra y la jirafa me han puesto incluso un poco nervioso… ¡Qué momento!
Ah, recordadme que os lleve un bolígrafo antes del próximo viaje.
Increíble la historia de las Welwitschias (sí, he hecho un ‘copia y pega’, claro).
Un abrazo,
j.
Jajaja, tranqui Jorge yo hice ‘copia y pega’ en el post también!