Eran nuestros primeros días en el Sudeste Asiático. Estábamos en Padangbai, un pequeño pueblo al este de Bali desde donde zarpan barcos hacía Lombok y las islas Gili.

Paseando por una de sus calles dos niñas pequeñas se nos acercaron y, al ver mi cámara de fotos, empezaron a decirnos insistentemente «photo, photo, photo!!!». Lo repitieron tantas veces y con tanta insistencia que pensamos que querían que les hiciésemos alguna foto para luego pedirnos dinero. Al fin y al cabo, aquel era un pueblo de paso para muchos turistas por lo que, probablemente, los niños ya habían aprendido cómo funcionaban este tipo de cosas.

Accedí a hacerles algunas fotos, convencido de que si luego me pedían algo les compraría unos helados o unas golosinas en el colmado de la esquina.

Tras tres o cuatro fotos las niñas corrieron a mi lado para ver sus caras retratadas en la pantalla de la cámara digital. Estaban entusiasmadas pero, justo después de haberse reído lo suficiente lo una de la otra, empezaron a decir «laki, laki, laki!!!».

Cuando creíamos que ya estábamos aprendiendo la palabra ‘moneda’ o ‘dinero’ en indonesio, una chica joven salió riéndose del colmado. Le pregunté qué significaba «laki» y me contestó que significaba «otra vez».

Al oírlo nos dimos cuenta de que algún prejuicio instalado en nuestra mentalidad occidental nos había hecho pensar que las cosas debían ser de una cierta manera. Pero estábamos en Indonesia y, como más adelante viviríamos en todo el Sudeste Asiático, no todo iba a ser como esperábamos…

Ese día, nuestras dos primeras modelos improvisadas del viaje nos empezaron a enseñar una pequeña parte de lo que encontraríamos a partir de ese momento en nuestra ruta por el Sudeste Asiático.

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