A las ocho y cuarto de la mañana todos los relojes de Hiroshima se detuvieron. En un suspiro la temperatura se elevó a más de un millón de grados centígrados. El cielo se incendió y la detonación de una bola de fuego de 256 m. de diámetro arrasó la ciudad llevándose por delante la vida de decenas de miles de personas.
Una media hora más tarde el fotógrafo Yoshito Matsushige tomó la primera foto tras la explosión en el puente de Miyuki, a dos kilómetros y medio del hipocentro.
Luché conmigo mismo durante unos 30 minutos antes de poder hacer la primera foto. Después de la primera, me sentí extrañamente en calma y quise acercarme. Di unos diez pasos hacia delante e intenté sacar otra pero las escenas que vi eran tan espantosas que el visor de mi cámara se nubló con mis propias lágrimas. (Yoshito Matsushige)
Era el 6 de agosto de 1.945. Tras seis años de investigación y un gasto de dos mil millones de dólares, Estados Unidos acababa de lanzar la primera bomba atómica de la historia sin previo aviso.
Sólo unos días antes, Japón había rechazado la propuesta de rendición que recibió de los aliados ya que suponía la supresión del sistema imperial. El Emperador iba a pasar de ser un dios viviente a un criminal de guerra. El primer ministro Suzuki respondió a la propuesta aliada con una sola palabra: ‘Moksatsu’ algo así como “tratar con silencio respetuoso”. Una forma elegante de decir que no…
Tras esta respuesta, los japoneses sabían que iban a ser atacados con fuerza. Habían previsto incluso una invasión de sus islas y disponían de un ejército de civiles formado por todos los hombres que tuviesen entre 15 y 60 años.
Esperaban lo peor pero se quedaron cortos. ¿Cómo iban a prever un ataque de esas dimensiones si ni siquiera conocían la tecnología de la bomba atómica?

Hiroshima tras la bomba atómica. En primer plano el Centro de promoción comercial e industrial de la Prefectura de Hiroshima, uno de los pocos edificios que quedó en pie cerca del hipocentro
Tres días después, un B-29 cargado con otra bomba atómica sobrevolaba el cielo de la ciudad de Kokura. Las nubes cubrían la ciudad y, tras sobrevolar el objetivo tres veces, el avión se dirigió a su segundo objetivo: Nagasaki.
A punto de quedarse sin combustible para regresar, a las 11:02 de la mañana el cielo sobre el barrio residencial de Urakami se abrió lo suficiente como para que los pilotos pudiesen reconocer su objetivo. La segunda bomba atómica explotaba en Nagasaki matando a más de 50.000 personas en el acto.
Japón no podía contrarrestar el poder aliado, ni siquiera defenderse. El primer ministro Suzuki se reunió con el Emperador. Grabaron un mensaje que pudo oírse por radio en todo el país: “Anunciamos la rendición de Japón para poder conseguir una paz duradera en la vida de las siguientes generaciones”. Era la primera vez en la historia de Japón que el Emperador se dirigía directamente al pueblo.
Hoy en los museos de la bomba atómica de Hiroshima y de Nagasaki podemos hacernos una idea del daño que produjeron aquellas bombas que estallaban en el cielo, como una gran bola de fuego, y arrasaban quemando todo lo que encontraban a kilómetros a la redonda.

Un muro con la silueta de una escalera y un hombre que quedaron marcadas tras la explosión. El muro estaba a 4’4 kms. del hipocentro.
En esos mismos museos supimos que, a pesar de la crueldad de los ataques, muchos militares americanos siguen creyendo que las bombas atómicas fueron el mejor modo para acabar la guerra. Tibbets, el piloto del B-29 “Enola Gay” que lanzó la primera bomba atómica, no se arrepintió jamás. Para él aquella fue la forma más rápida de acabar la guerra. La única forma de conseguir la rendición de Japón.
Estados Unidos y los aliados ya habían planeado la que iba a ser la primera invasión por tierra de Japón. Para que os hagáis una idea de lo que se esperaba de la invasión, sólo Estados Unidos mandó fabricar 500.000 medallas al mérito militar previendo que un número similar de soldados morirían durante la invasión. Después de las guerras de Corea, Vietnam, el Golfo e Irak entre otras, se calcula que aún quedan 120.000 medallas por entregar fabricadas en aquel entonces.
Tras esa invasión, Japón hubiera quedado repartido de la siguiente manera entre los aliados:
Visto así, aquellas bombas que acabaron de un plumazo con la vida de cientos de miles de personas indefensas e inocentes, sirvieron para salvar la vida de medio millón de americanos y de la de muchos más japoneses. Sí, así son de estúpidas las guerras.
También nos llamó la atención el ejercicio de autocrítica de los japoneses respecto a la guerra, sobre todo en el museo de Nagasaki. Justo antes y durante la segunda guerra mundial, Japón había iniciado una expansión brutal a base de invasiones que sólo podría compararse con las que la Alemania de Hitler venía haciendo por esas mismas fechas.
En pocos años, Japón invadió Manchuria (China), Corea, Tailandia y también varias colonias de los aliados; a saber: las Filipinas norteamericanas, la Birmania, Malasia y Singapur británicas, la Indonesia holandesa, la Indochina francesa (Camboya, Vietnam…), la Formosa de los portugueses (hoy Taiwán) y todas las islas imaginables del pacífico norte a excepción de Hawaii. Y sus planes de expansión no acababan ahí. Japón pretendía también invadir Australia e India.
En todos esos lugares infligieron invasiones brutales en las que pretendieron eliminar de raíz cualquier signo identitario de los territorios que ocuparon a la fuerza. Por lo que vimos en museos como el de Singapur, los presos de guerra que tenía Japón vivieron algunas de las torturas más salvajes que os podáis imaginar, los invasores asesinaban sin dudar a cualquiera que no obedeciera la orden más simple o estúpida, los niños eran obligados a aprender y hablar japonés desde el primer minuto…
De hecho, en el museo de Nagasaki, recordamos el comentario de algunas personas locales con las que hablamos durante nuestro viaje en países como Myanmar, Camboya y, sobre todo, Indonesia donde a los japoneses no los podían ni ver. Lo entendemos.
Nos gustó ver esa autocrítica firme a la política expansionista y a la crueldad de Japón en las guerras anteriores: “No hubiese pasado esto si no se hubiese empezado con la guerra de Manchuria”.
Pero, por desgracia, aquellas bombas no explotaron sólo para acabar una guerra. Como reflexionábamos en este post, las guerras no acaban con una rendición, ni cuando hay un vencedor y un vencido… las bombas de Hiroshima y Nagasaki cambiaron muchas cosas.

Cenotafio (tumba vacía) en la que se guardan los nombres de todos los fallecidos en el bombardeo atómico de Nagasaki
La fuerza de una de aquellas bombas sería comparable a apilar 5.200 camiones cargados de dinamita y detonarlos todos al mismo tiempo. Brutal, ¿verdad? Pero, lamentablemente, en esta comparación hay una diferencia clave: la dinamita, a diferencia de la bomba atómica, no genera radiación…
Por aquel entonces, Estados Unidos desconocía los efectos de la exposición radioactiva a medio y largo plazo aunque científicos como Einstein (que participó en la investigación y desarrollo de la bomba atómica) los advirtieron.
Los supervivientes de esas bombas, llamados ‘hibakusha’, y sus descendientes han vivido un auténtico calvario. Las personas que tuvieron exposiciones más directas a la radiación murieron a las pocas semanas o meses tras desarrollar extrañas enfermedades. El resto enfermaron de cáncer, leucemia, afecciones respiratorias, o sufrieron malformaciones en fetos durante varias generaciones.
A ese desastre prolongado en el tiempo, se añade otra consecuencia. Se hizo evidente que el dominio de esa nueva tecnología militar nuclear iba a dar una ventaja insuperable frente a cualquier ejército que no dispusiese de ese tipo de armas. El miedo hizo que las grandes potencias mundiales iniciasen una carrera armamentística de cabezas nucleares que parecía no tener fin. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética fabricaron suficientes bombas atómicas (entre 30 y 45 mil cada uno) como para que pudieran haber destruido totalmente la civilización en el territorio de su enemigo y en el de todos sus aliados.
Con la tecnología actual, las bombas atómicas se han perfeccionado hasta un punto en que una hipotética guerra nuclear podría acabar con la vida en el planeta. Ésa sí sería la última y la más estúpida guerra de todos los tiempos.
Hoy en día se calcula que hay unas 20.000 bombas nucleares en el mundo. El Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT) permite a cinco naciones mantener armas nucleares: Estados Unidos, Rusia, UK, Francia y China. Otros países tienen armas nucleares como India y Pakistán, que han confirmado su fabricación y posesión, y se sospecha que otros países como Israel, Corea del norte o Irán poseen bombas atómicas aunque nunca lo han confirmado oficialmente.
Lejos de un desmantelamiento continuado y decidido, muchos de los países citados continúan realizando pruebas con armas nucleares. Mientras sigan produciéndose, el alcalde de Hiroshima continuará enviando cartas de protesta a los presidentes de los países que llevan a cabo pruebas militares con armas nucleares. En el museo pudimos leer las últimas cartas del alcalde, dirigidas, en su mayoría, al presidente Barack Obama.
Tras empaparnos de la historia de estas bombas y sus terribles consecuencias, paseamos por el Parque de la Paz de Hiroshima, en la zona del hipocentro de la primera bomba atómica. Nos acercamos hasta en el monumento principal, donde una llama arde ininterrumpidamente desde su construcción en 1.964. Nos encantaría volver el día que la apaguen. Significará que todas las armas nucleares del mundo habrán desaparecido.
¡¡Qué elocuente es la silueta de ese edificio en ruinas, testigo de la tragedia y rechazo permanente a la guerra¡¡
Francamente conmovido por estas imágenes y comentarios, no alcanzo a comprender la sin razón y perversidad de la condición humana.
Una vez más ¡ enhorabuena por vuestro trabajo !!!
Gracias por hacernos recordar y reflexionar.
Gracias por comentar! Saludos
Muchas gracias por los comentarios!
Rosa, en la ciudad de Hiroshima hubo cierta polémica entre los que querían que se derribase el edificio para empezar de cero intentando olvidar lo ocurrido y los que defendían que debía conservarse como símbolo de aquellos bombardeos para la concienciación de las generaciones futuras.
Marcial, nosotros tampoco comprendemos por qué se debe llegar a estos extremos para que las naciones se den cuenta del daño que provocan las guerras.
Un abrazo!
No hay ninguna guerra ni justificada ni no que no sea, en realidad, un asesinato. Porque conviene no olvidar. Felicidades por el documento. Te lo agradecemos colocándolo entre los Tuits Favoritos de la semana en el blog. Gracias!
Muchas gracias por el comentario y por seleccionarnos entre los Tuits favoritos!
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Saludos!
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