Pasaban pocos minutos de las nueve de la mañana y mi camisa ya estaba empapada en sudor. Al bochorno de la temporada de lluvias se le unía, ya a esas horas, un sol de justicia. Andaba buscando la ‘Post Office’ donde había quedado con Javi, uno de los fundadores de la ONG Colabora Birmania, recientemente convertida en Fundación. Pregunté aquí y allá, también en la caseta de la policía en la que nadie parecía saber inglés. En ese momento, me crucé a una pareja de occidentales, me preguntaron si yo era Javi. –“No, no soy Javi, pero me parece que buscamos a la misma persona…»
Ellos eran Fermín y María. Venían a visitar las escuelas de la ONG y a realizar un taller de expresión corporal y teatro. Yo, por mi parte, debía hacer algunas fotos para la web y redes sociales de la Fundación.
Finalmente dimos con la ‘Post Office’ que, de acuerdo con una de las leyes de Murphy, estaba en el centro de la calle principal. Allí nos esperaba paciente Javi que nos llevó a la oficina de la ONG. Allí conocimos a Aung Myo Swe, un chico birmano que fue profesor en una de las escuelas y ahora forma parte del equipo de la Fundación.
Como os explicaba en el post anterior, nuestra participación en el proyecto del libro solidario ‘El Viaje’ nos permitió conocer Colabora Birmania. Esta Fundación se dedica a promover y sustentar proyectos de educación, infraestructura, alimentación y sanidad en la zona.
En este post de 2.011 podéis revisar la historia reciente de Myanmar, que vive bajo la dictadura en vigor más longeva de estos dos últimos siglos. Una dictadura que se ha ido adaptando con los años, pasando de una Junta Militar a un Parlamento controlado por un sólo partido (el de los militares) para finalmente aceptar unas elecciones parciales que permitieron la entrada en el parlamento del NLD (National League for Democracy). Todo ello con el fin de dotar al régimen de una imagen más aperturista y democrática.
Históricamente, los militares han asfixiado a las minorías étnicas del país con violaciones permanentes de derechos humanos que provocaron sanciones y bloqueos por parte de Estados Unidos desde 1.997 y de la Unión Europea desde el año 2.000.
La presión sobre las etnias minoritarias por parte del régimen militar ha generado más de medio millón de desplazados domésticos y unos 250.000 internacionales, repartidos entre India, Bangladesh, Tailandia y Malasia. Amnistía Internacional, Human Rights Watch y otras tantas organizaciones internacionales llevan décadas denunciando torturas, violaciones, trabajos forzosos y un 20% de niños en el ejército nacional. Ese acoso sobre las minorías ha generado la creación de unas 30 guerrillas étnicas que luchan desde hace años contra el ejército nacional en los estados más alejados del centro del país.
Tailandia, donde nos encontramos, es el país con más refugiados birmanos. Reconoce oficialmente unos 160.000 en su país, donde existen campos de refugiados desde hace más de 30 años. Esos campos han llegado al límite de su capacidad y Tailandia se niega a recibir más refugiados. Eso provoca que los birmanos que cruzan la frontera lo hagan hoy como inmigrantes ilegales sin poder tener acceso al estatus de refugiado. Por tanto, carecen de derechos en Tailandia y son deportados en caso de que los encuentre la policía.
El primer día visitamos con Javi, Aung Myo Swe, Fermín y María dos de las escuelas de la Fundación. La primera es la “Chicken School” que más que escuela es una guardería teniendo en cuenta las edades de los niños más pequeños. La guardería es una casa grande, muy sencilla donde se aprovecha el espacio al máximo. En el interior se imparten dos o tres clases a la vez y otra más en el porche de la casa.
La segunda visita es en la escuela “Km. 42”, llamada así al hallarse a 42 kilómetros al sur de Mae Sot. En ‘la 42’ hay unos 400 niños. Unos 40 de ellos viven en el colegio por ser huérfanos o tener a su familia demasiado lejos de la escuela. Aunque ‘la 42’ cuenta con muchas más aulas, de nuevo, el espacio se aprovecha al máximo. Dos de las clases se convierten en pocos minutos en el comedor. En otro de los barracones, las clases se separan con biombos y se imparten tres lecciones a la vez en el mismo espacio y hasta en tres idiomas: birmano, thai e inglés.
El recreo es el momento más divertido en el que podemos empezar a interactuar más con los niños, jugar con ellos y, en mi caso, aprovechar para sacar más fotos. Pronto la timidez de los niños se disipa y cogen tanta confianza que puedes tener a dos o tres de ellos trepando sobre ti.
Nos saludamos siempre con los niños y los profesores con las palmas de las manos juntas diciendo “Mingalava”, “hola” en birmano. Ese saludo, respetuoso y cercano a la vez, junto con el thanaka que llevan los niños en sus frentes y pómulos me transportaba a mis días del viaje de vuelta al mundo en Myanmar.
Además de estas dos escuelas que visitamos, la Fundación también gestiona dos orfanatos (“Safe House” y “Safe Haven”) y un Centro de Formación Profesional.
Otro de los proyectos que la Fundación lleva a cabo es el del Equipo Médico Móvil. Este equipo consiste en un vehículo y un doctor que visita las comunidades de los inmigrantes ilegales para darles asistencia sanitaria. Los enfermos de estas comunidades evitan a toda costa ir al hospital de Mae Sot. Los controles de carretera son muy frecuentes (los vi a diario) y, al ser descubiertos sin papeles, los inmigrantes serían deportados inmediatamente (la policía sólo debe cruzar el río que separa Tailandia y Myanmar por el cercano Puente de la Amistad).
Javi me explicó casos en los que algún niño, al volver de la escuela, no había encontrado a sus padres que habían sido deportados, quedando huérfanos. En el mejor de los casos son acogidos por una ONG o por algún familiar. Pero también se han dado casos en los que algún vecino de la aldea ha vendido a los huérfanos a mafias que actúan por la zona.
Esa misma noche conocimos, como os contaba en el post anterior, a Maria, Clàudia y Carolina, quienes visitarían las escuelas al día siguiente. Por lo general, las visitas se restringen a un solo día en la guardería y la escuela para no alterar en exceso la rutina de profesores y alumnos. Yo me había comprometido a hacer las fotos, así que tenía permiso para quedarme unos cuantos días y visitar las escuelas a diario. Lo mismo que Fermín y María, que iban a trastocar esa rutina de la que os hablaba con unas actividades muy divertidas. Alquilamos unas motos; entre los 42 kms. de la escuela hacia el sur de Mae Sot y la “Chicken School”, a unos 10 kms. al norte, varios días me casqué más de 100 kms. con la motito.
El segundo día de visita, los niños con los que había jugado o a los que había fotografiado el día anterior me reconocieron enseguida, siguiéndome con la mirada, sonriéndome e, inevitablemente, distrayéndose de la lección. Tanto ellos como yo deseábamos que acabase la clase para poder jugar.
En la “Km. 42” una de las salas recibía al primer grupo de niños con los que María y Fermín iban a empezar su taller de expresión corporal. Decenas de actividades y juegos a los que se unieron también María, Clàudia y Carolina. Me podría enrollar como de costumbre pero sólo hace falta ver la cara de los niños en las fotos para que os hagáis una idea de lo mucho que disfrutamos y nos reímos todos.
Aung Myo Swe ejerció de traductor aunque, entre la dedicación de Fermín y María y las ganas de los chicos, hubiese parecido que, para la gran mayoría de los juegos, no hubiese hecho falta traducir nada. De hecho, el segundo día de actividades, Aung Myo Swe cogió la guitarra y quedó sólo para las traducciones de los juegos más complejos o para poner un poco de orden cuando la cosa se desmadraba.
Los dos días de actividades con Fermín y María fueron especiales para los niños. Con la llegada de la hora de la comida volvía la rutina. La Fundación se ocupa de la alimentación de todos los niños que acuden a la escuela. Esto, que por motivos obvios es importante de por sí, lo es aún más en este caso.
Esa comida al día que garantiza la Fundación a los niños que acuden a clase es el principal aliciente para que los padres decidan llevar a sus hijos al colegio. Sin ella, los padres preferirían tener a sus hijos con ellos trabajando en el campo. Por fortuna en este caso, el dinero que puede ganar al día un niño ayudando en el campo no supera el coste de una comida.
Me sorprendió ver el orden con el que los niños formaban fila, con los brazos cruzados, para entrar al comedor. Al contrario de lo que sucedía en el comedor del colegio cuando yo era niño, muchos de ellos acababan el plato entero de arroz con sopa de pollo y no dudaban en repetir.
Los días en Mae Sot, viviendo en primera persona esta experiencia con los niños, fueron inolvidables. Admiro el trabajo de la Fundación junto con la dedicación y pasión con la que trabajan los profesores, cuidadores y el resto del equipo.
Con las caras y las sonrisas que veo de nuevo en estas fotos revivo los sentimientos que tuve al estar allí. Pese a todas las dificultades que rodean las vidas de estos niños, emociona ver su alegría, sus sonrisas, su curiosidad, las ganas de jugar y de bromear… Transmiten una energía positiva contagiosa. Es cierto que esa actitud es universal en los niños pero, por desgracia, el futuro de estos niños es más que incierto en un entorno excesivamente complejo y peligroso.
Gracias al esfuerzo de Colabora Birmania y de tantas otras ONGs establecidas en esta zona ese futuro puede tener una oportunidad. Sólo por eso vale la pena intentarlo. Y que todos les apoyemos.
Desde la web de la Fundación podéis donar o haceros socios, en cuyo caso, además, os regalarán un copia de “El Viaje”. ¡Muchas gracias!
¡Hola! Acabo de nominar tu blog para el Versatile Blogger Award, porque me gustan mucho tus publicaciones. Para completar el reto, puedes leer la publicación en mi blog: https://lavelociraptor.wordpress.com/2016/01/31/versatile/
Felicidades, un abrazo.
Muchas gracias por la nominación Gema! Mucha suerte!
Un texto e imágenes de esos que tocan la fibra. Qué fotones de los niños!!! Y nada, pues la Fundación Colabora Birmania pasa a tener un nuevo socio gracias a tu post…
C.
Olé! así me gusta Carlos!! dando buen ejemplo por una buena causa, te lo aseguro. Abrazos!