En cuanto Wayne le dijo a su mujer filipina que quería llevarla de viaje a Siquijor ella se quedó helada y empezó a temblar. Al poco, con la voz entrecortada y entre lágrimas, ella le decía que no, que no iba a ir a esa isla embrujada de ninguna de las maneras. Wayne tardó horas en tranquilizarla y varios días en convencerla de que irían a Siquijor.
Y es que Siquijor, una pequeña isla en el Mar de las Visayas, es temida por los filipinos ya que para ellos es una isla maldita, controlada por los designios de brujos, chamanes y hechiceros capaces de invocar a los más negros espíritus. La que para los colonizadores españoles había sido la Isla de Fuego por la cantidad de luciérnagas que aparecían en sus noches es ahora el lugar más temido por los filipinos.
Llegamos con el ferry al pequeño embarcadero de Siquijor Town y la verdad es que ese halo de misterio e historias para no dormir que debía guardar la isla desapareció al instante. Lucía el sol y el agua cristalina al lado del ferry invitaba a zambullirse con las gafas de buceo. Nosotros dos y un grupo de unos seis coreanos éramos los únicos turistas en el barco. El Jeepney de un resort recogió al grupo mientras nosotros no tardamos en hacernos con una moto, como siempre, tras el preceptivo regateo y espera hasta que alguien consiguiera dos cascos.
Nos dirigimos hacia los alrededores de San Juan, donde debíamos encontrar alguna de las mejores playas de la isla. Quizás, la primera diferencia que notamos con Bohol y Panglao fue la absoluta tranquilidad que desprendía aquel lugar. La carretera dignamente asfaltada parecía dar más servicio a los vecinos que ponían sobre ella el maíz a secar que a las pocas motos que la transitaban.
Tras un par de tentativas fallidas, encontramos un maravilloso resort en primera línea de mar que, además, estaba muy bien de precio. Los lujos de viajar en plena temporada de lluvias… Desde la playa veíamos el sur de la isla de Negros y la pequeña Apo Island. En el agua, un santuario marino marcado por unas boyas contenía un buen arrecife en el que hacer snorkel. ¿Qué más se podía pedir?
Salimos a cenar al cercano pueblo de San Juan, donde aún celebraban el último día de las fiestas de San Agustín. Las gradas del campo de básquet estaban abarrotadas de gente viendo la final del concurso de canto. Cenamos pollo y calamar a la brasa en un restaurante familiar donde estuvimos charlando largo y tendido con una de las chicas y jugando con su hija. En ese momento ya nos habíamos olvidado totalmente de aquella fama de brujas, misterios y maldiciones de la isla, pero nuestros peores temores se despertaron en un instante, ya de vuelta al resort.
La oscuridad en la solitaria carretera era total y el faro de la moto era incapaz de iluminar más allá de unos pocos metros. A la izquierda de la carretera, vimos una especie de luz azul, tenue, flotando, que iba ganando intensidad a medida que nos acercamos. ¿Qué es eso? Un poco más cerca, aquella luz redondeada parecía una cara de un hombre, ¡no! ¡de una mujer! ¿Cómo podía haber una cara azul flotando en el aire? Nos acojonamos por un momento pero, finalmente, al acercarnos lo suficiente, la tenue luz del faro de la moto iluminó el cuerpo de una chica. ¡Bufff! Ahora ya cuadraba todo… sólo era una chica que andaba por el lado de la carretera, ¡cuya cara estaba iluminada por la pantalla del móvil que miraba! ¡Manía de caminar a oscuras!
Al día siguiente el mar parecía una balsa de aceite por lo que surgió la oportunidad de ir a bucear a Apo Island con el Bangka del resort. Tras más de una hora de navegación, llegamos a la pequeña Apo donde fondeamos a escasos metros de una pequeña cala paradisíaca flanqueada por grandes piedras y acantilados de caliza.
El sitio de la primera inmersión se llamaba “chapel”, una pared que iba desde unos 6 m. de profundidad hasta los 25 m. donde encontraba la arena del fondo. En la pared había una pequeña cueva, la ‘capilla’ que le daba nombre al sitio. De nuevo, vimos un montón de vida “macro” como la que os explicábamos en el post anterior y unas tortugas inmensas, probablemente las más grandes que jamás hayamos visto.
Antes de la segunda inmersión repusimos fuerzas comiendo en la pequeña cala y aprovechamos para bucear un poco cerca de la orilla donde ya era posible encontrase alguna tortuga y, quizás lo más llamativo, ver unas burbujas que salen del fondo que son gases subterráneos prueba de la actividad volcánica de la zona. La segunda inmersión fue en “rock west point” donde hay un jardín de coral espectacular, más tortugas y unos peces globo que nos parecieron gigantes.

Aquí se ven las burbujas que salían del fondo
Dejamos Apo Island mientras admirábamos la costa sur de la isla de Negros. Con unas galletas caseras y unas ‘San Miguel’ de por medio, charlamos con el “dive master” y los chicos del resort que nos habían acompañado, todos ellos filipinos. Nos hablaron de Mindanao, cuyas montañas se veían a lo lejos, y el problema que enfrenta allí a católicos y musulmanes; también nos hablaron de sus jefes, una pareja de australianos que se habían afincado en Siquijor y de los precios del terreno en primera línea de playa. Según nos dijeron, en 1.998 se pagaban 8 pesos por metro cuadrado mientras que hoy piden unos 1.500 pesos, que vienen a ser unos 30 euros. Aunque quizás, lo más divertido fue uno de los chicos que, al saber que uno de nuestros apellidos es ‘Rodríguez’, nos preguntó si éramos de origen filipino –‘Es que Rodríguez es un apellido filipino’ decía…

El extremo de Apo Island con el sur de la costa de Negros al fondo
Los siguientes días los dedicamos a recorrer la isla, que nos acabó enamorando por sus paisajes, tranquilidad y por la amabilidad de la gente. Simplemente coger la moto y empezar a rodear la isla por una carretera asfaltada, tranquila, disfrutando de las vistas ya era una auténtica gozada. Hacia el este la carretera nos llevó hasta Lazi, donde visitamos su antiguo Convento e Iglesia.
Nada más salir de la Iglesia le preguntamos a un señor que iba en moto dónde estaban las cascadas. Con una sonrisa nos dijo que le siguiéramos que él también iba para allá a darse un chapuzón. Así llegamos a las “Cambughay falls”, un conjunto de cascadas escalonadas en un entorno precioso. Nuestro colega, nos dijo que aquellas aguas tenían propiedades terapéuticas y que en la época seca había menos agua pero a él le gustaba más porque el agua es cristalina y se ve perfectamente el fondo de piedras negras.
En una de las cascadas nos volvimos a acordar de Wayne, sí el de la mujer filipina que os contábamos al principio. A Wayne le conocimos en el ferry. Era un americano que llevaba varios años viviendo en Filipinas. También había vivido unos años en Panamá por lo que hablaba un poco de español. Aparte de explicarnos lo mucho que le costó convencer a su mujer de ir a Siquijor, nos dijo que en esas cascadas podríamos demostrar si teníamos ‘coujones’ como decía él. Y para demostrarlo teníamos que tirarnos desde las rocas a un lado de la cascada. Probablemente tendrían unos cuatro o cinco metros pero desde arriba parecía que tuviesen lo menos ocho. Aun así, saltamos y sólo nos faltó reencontrarnos con Wayne para poder contárselo.
Regresamos a la carretera circular donde seguíamos descubriendo un paisaje de lo más rural en el que se alternaban pequeñas aldeas, zonas de selva y cultivos de arroz, maíz, coco, cacahuetes… El sol del mediodía abrasaba y los vecinos de las aldeas aprovechaban la cancha de baloncesto o la propia carretera para poner a secar maíz y cáscaras de coco.

Secando maíz en la cancha de básquet
Casi sin darnos cuenta llegamos hasta la punta este de la isla, la Bahía de María, donde comimos al lado de otra playa paradisíaca, Salagdoong Beach.

Gambas al curry y sepia en adobo

Salagdoong Beach
También recorrimos el interior de la isla por la carretera que unía norte y sur, cruzando el monte Bandila-an. La carretera pronto pasó a ser un camino donde unos operarios preparaban el terreno para asfaltar. Cuando acaben la carretera hacer esa ruta será verdaderamente maravilloso ya que el trazado, las pequeñas aldeas aisladas y los paisajes que se pueden ver son increíbles. Mientras tanto, tocó lidiar con caminos de gravilla, barro y pendientes muy pronunciadas…

La foto no es muy nítida (la hicimos con la moto en marcha) pero vale para mostrar lo divertida que era la carretera
Entre San Juan y Lazi paramos también junto al ‘árbol centenario’ que, por supuesto, cuenta con su particular y misteriosa leyenda digna de Siquijor. Al parecer, de aquel árbol las brujas y hechiceros de la isla sacaban las sustancias necesarias para elaborar sus pócimas…
Pero a plena luz del día, el árbol era un ejemplar enorme de ficus con una piscina (que en su día debió ser natural) habitada por los peces típicos de los «fish spa»; sí, esos que se comen la piel muerta. En lugar de hechiceros o brujas allí sólo vimos a unos niños refrescándose y una señora lavando la ropa con sus hijas.
Al atardecer, las canchas de básquet retomaban su ritmo habitual de partidos y los karaokes empezaban a sonar a toda potencia. En la carretera había momentos en los que, antes de dejar de oír al cantante del último karaoke que habíamos pasado ya empezábamos a escuchar el siguiente. Familias y grupos de amigos se reunían en los porches de las casas con la televisión y el equipo de música para cantar, normalmente, canciones americanas de solistas para poder lucirse o, en el peor de los casos, darle la noche a todo el vecindario.
De vuelta en el resort, bajamos hasta la playa donde, casi sin luz a nuestro alrededor, descubrimos un cielo estrellado en el que podíamos distinguir perfectamente la Vía Láctea. A lo lejos, hacia el sur, el cielo se iluminaba intermitentemente frente a la lejana costa de Mindanao por los rayos de una tormenta eléctrica.
Paseamos por la playa a oscuras, asustando a centenares de cangrejos que corrían ante nuestros pasos en busca de sus agujeros en la arena. Hacia el oeste, el sur de la costa de Negros arrojaba más contaminación lumínica pero sin restarle apenas oscuridad a aquél cielo en el que perderse buscando cada vez una estrella más y más pequeña.
Sin duda, no pudo ser mejor noche para despedirnos de aquella isla (no tan) embrujada.
¡Hasta pronto!
¡GENIAL CHICOS!
y vaya cielos, no se ven así en cualquier parte :)
Un abrazo y continuad escribiendo que me encanta!
Muchas gracias Marina! Tu también sigue escribiendo ;-)
Que bueno los de los Rodríguez !
Las fotografías son espectaculares! Gracias por acercarnos allí.
Rodríguez forever!
Wow!! Sé que no soy muy original, pero es que las fotos de este post son realmente espectaculares. Y la historia de la isla (no tan) embrujada, muy curiosa.
¿Siguiente destino?
Un abrazo,
j.
Muchas gracias Jorge! Siguiente destino… Otra islita filipina viene bien?