Las cuevas de Sohoton

Aún era de noche cuando salimos a la calle. Paramos a un triciclo para que nos llevara al aeropuerto de Dumaguete, al sur de la isla de Negros. En la terminal, amablemente nos pidieron que pusiéramos nuestra mochila en la báscula para pesarla. La sorpresa fue cuando la simpática empleada de Cebu Pacific dijo – ‘muy bien, ahora súbete tú’. – ‘¿cómo?, ¿yo?’. Pues sí, ahí nos vimos subiéndonos a la báscula mientras algún que otro empleado curioseaba preguntándose cuánto debían pesar aquellos turistas…

Dumaguete

Nuestro corto paso por Dumaguete nos había mostrado una ciudad bastante grande en comparación con las aldeas de las que veníamos. Dumaguete es conocida por su universidad y se notaba el ambiente juvenil. De todas formas, lo que más nos sorprendió fue la cantidad de gente que vimos en los alrededores de la iglesia.

Dumaguete

Era domingo y mucha gente iba a la misa de la tarde. Podría decirse que quizás demasiada porque cuando nosotros llegamos ya no quedaba ni un banco libre. Algunos se quedaban en la puerta esperando poder oír algo.

Dumaguete

Otros encendían velas en el exterior o esperaban para hacer alguna ofrenda a la virgen que vigilaba la plaza desde una torre en pleno centro de la bulliciosa ciudad.

Dumaguete

Dumaguete

Pero volvamos al avión. El vuelo nos llevaba al norte de la isla de Leyte, en el extremo más oriental del archipiélago filipino. Desde el aire vimos infinidad de islas de todos los tamaños y se nos vino a la cabeza la idea de si habría en Filipinas alguna isla desde la que no se viera otra…

Islas

Al salir del aeropuerto de Tacloban tomamos un jeepney hacia el centro. Cuando los americanos dejaron las islas después de la Segunda Guerra Mundial, vendieron o regalaron muchos de sus «Jeeps» a los filipinos. Éstos los adaptaron para el transporte público, lo que vino muy bien para suplir de forma rápida una carencia absoluta del transporte de personas después de la guerra. Hoy en día los jeepneys se fabrican a partir de camiones japoneses de segunda mano y son muy populares. Sus dueños los decoran con dibujos, neones y mensajes religiosos. Los jeepneys siguen ruta fijas. Simplemente lo paras donde quieras, subes y, por lo que vimos, para bajar puedes optar entre varias opciones para avisar al conductor: hacer el ruido de dos besitos, golpear con moneda en algo metálico o, directamente, decir “para”, igual que en castellano. Decir “para” siempre era una tentación pero es que lo de los dos besitos… nos ganó.

Dumaguete

Dedicamos lo que quedaba de día a organizar la visita al Parque Nacional de Sohoton, en la vecina isla de Samar y a recorrer Tacloban. Aprovechamos para conocer el santuario del Santo Niño, también llamado Museo Romualdez. Esta mansión es una de las 29 casas de descanso presidenciales que Imelda Marcos mandó construir durante los 21 años de gobierno de su marido, Ferdinand Marcos.

Tacloban

Esta ambiciosa mujer originaria de Tolosa (sólo unos kilómetros al sur de Tacloban) se propuso llegar al poder a cualquier precio y, tras perder el concurso Miss Manila, convenció al alcalde para que convocara un concurso de nueva creación para elegir a la “Musa de Manila”. Ése sí lo ganó. Poco tiempo después, se anunciaba su matrimonio con Ferdinand Marcos que sería elegido Presidente de Filipinas.

Los Marcos

El santuario del Santo Niño es una muestra de la codicia y despilfarro que caracterizó a los Marcos. La mujer de los 3.000 pares de zapatos derrochó fortunas en mandar construir mansiones que jamás llegaron a usar. Ninguna de las 20 habitaciones que tenía la mansión que visitamos fue utilizada ni por la familia ni por invitados, tampoco el altar en honor a los padres de Imelda, los dos comedores para 20 y 30 comensales ni las salas de baile. Los mosaicos traídos de Italia, la cerámica china, los armarios de madreperla, las paredes cubiertas con carísimas telas de fibra de piña y muchos otros regalos que los mandatarios de otros países fueron entregando a la familia únicamente eran exhibidos para mostrar la fortuna y el poder que tenían. Cada habitación contiene un diorama donde se explica un episodio de la vida de Imelda desde su infancia en Tolosa a sus actos como Primera Dama.

Tacloban Santo Niño Shrine

Tacloban Santo Niño Shrine

Actualmente ese inmueble es conservado a duras penas por el gobierno de Filipinas tras su expropiación en 1.986, cuando los Marcos tuvieron que huir al exilio refugiándose en Hawaii después de haber robado a manos llenas de las arcas del estado filipino. A manos llenas sería, en este caso, una cantidad entre 5.000 y 10.000 millones de dólares. ¡Ah! por si alguien se quedó con la duda, los 3.000 pares de zapatos tampoco los usó jamás, fueron embargados junto a unos 1.000 bolsos.

Tacloban Santo Niño Shrine

A la mañana siguiente fuimos a la estación de autobuses para coger una furgoneta hacia Basey, el pueblo más cercano al Parque de Sohoton. Como es habitual en estos casos no había horario sino que saldríamos cuando la furgoneta se llenara. Y sí, como también es habitual en estos casos, lleno significa lleno a reventar. Con todos los asientos ocupados aún hubo que esperar a que subieran 3 ó 4 personas más. La última tenía que entrar en nuestra fila. Nos apretamos aún más y, cuando al fin la señora logró encajarse, dijo sólo una palabra en lo que parecía un perfecto español: «Sardinas». Muy grande.

Samar

En el camino, cruzamos el puente de San Juanico que une las islas de Leyte y Samar y tiene el honor de ser el puente más largo de Filipinas sobre el mar. El puente forma parte de la ‘Pan-Philippine Highway’, una carretera que conecta el archipiélago de norte a sur y que, con sólo un carril por sentido y casi sin arcén, tiene poco de ‘Highway’.

San Juanico Bridge

Una horita después, aún sorprendidos por algún eructo cortesía de nuestros compañeros de viaje y con la cabeza del pasajero de al lado -totalmente dormido- sobre mi hombro, llegamos al embarcadero de Basey. En la minúscula oficina de entrada al Parque escribimos nuestros nombre en el libro de registro y nos presentaron a ‘Jay R’, nuestro guía. Por las fechas del libro, hacía tres días que no entraba nadie en el parque. – ‘¿Somos los primeros en llegar hoy?’ – ‘Sí, los primeros y los únicos!’ Nos dijo Jay R mientras nos encaminábamos hacia el pequeño bangka con el que remontaríamos el río hasta llegar a las cuevas de Sohoton.

Sohoton

Sohoton

Las orillas del río desbordaban de vegetación y sólo algún pequeño barrio con su iglesia y su embarcadero de madera interrumpían aquél paisaje verde, merecedor de ser apreciado en silencio y no con el incesante traqueteo del motor del bangka. Casi sin darnos cuenta, la ribera pasó del verde al color blanquecino de la caliza. El cauce se estrechaba y nos abríamos paso en un cañón de altas paredes de roca.

Sohoton

Sohoton

Una hora después desembarcamos al lado de una de las decenas de cuevas que forman el sistema de galerías naturales de Sohoton. Entramos en la cueva con cascos y unas linternas que no habíamos visto desde que íbamos de colonias con el cole. La entrada a la gruta era impresionante, una brecha vertical en la roca de unos quince metros de altura. En su interior Jay R, nos llevó por diversas salas de la cueva. La mayor tenía cincuenta metros de alto y trescientos de largo. Nos explicó cómo se forman las estalactitas y estalagmitas, las formaciones por la erosión del agua de lluvia que se filtra y el origen de los colores de las rocas en función del mineral sobre el que actúa el agua…

Sohoton

Pero lo que realmente le entusiasmaba a Jay R era explicarnos a qué se parecía casi cualquiera de las formaciones de piedra que encontrábamos en la cueva: que si los reyes magos, la Trinidad, la muralla china, el águila, el pie de bebe, las terrazas de arroz, el brócoli gigante… la lista sería muy larga, de verdad. Pero lo mejor no fueron aquellos parecidos más o menos razonables sino un grupo de piedras en forma de lámina que, aunque aparentemente tenían el mismo tamaño y grosor, cada una daba un tono distinto al golpearlas. Así que se podían tocar como si fuesen un instrumento de percusión.

Sohoton

Sohoton

El brócoli gigante

Entre una cueva y otra Jay R nos iba explicando que durante la insurrección contra los españoles los rebeldes filipinos se escondían en estas cuevas y tiraban rocas y troncos desde lo alto del cañón a las barcas españolas que intentaban remontar el río. Durante la Segunda Guerra Mundial los filipinos usaron las cuevas para esconder cadáveres de sus enemigos japoneses.

Sohoton

En otra cueva Jay R nos pidió que apagáramos las linternas. La oscuridad era absoluta y daba miedo pensar en quedarse allí sin saber hacia dónde ir, tropezando con todas aquellas piedras, desniveles, y extrañas formaciones de roca… Desde luego era un buen sitio para esconderse, siempre que luego supieras encontrar la salida… Aún así, fue una buena sensación. Éramos las únicas personas que habían entrado en el parque aquel día. El silencio y la oscuridad no podían ser más profundos dentro de aquella cueva en la que todo estaba en su estado natural, sin ninguna iluminación, ni pasarelas, ni zonas acotadas ni caminos marcados. En ese momento pensé que sin nuestro guía no sabríamos salir de allí… – ‘Eh! Jay R, ¿podemos encender ya?’

Sohoton

Gaby y Jay R

Dejamos las cuevas atrás y caminamos por la selva hasta llegar a un recodo del río rodeado de paredes de roca. El río discurría por debajo de ellas creando una especie de arco que le da el nombre completo al parque: “Sohoton Natural Bridge National Park”. Nos bañamos bajo ese puente natural de roca disfrutando de la tranquilidad de estar solos en aquel paraje.

Sohoton

Sohoton

De vuelta a Basey en el bangka, vimos como el cielo empezaba a cubrirse. En apenas una hora, el magnífico día soleado del que habíamos disfrutado se desvaneció mientras arreciaba un viento fresco y el cielo, ya totalmente cubierto, ennegrecía sobre nuestras cabezas. Esperando a que la furgoneta se llenara en el embarcadero de Basey, todo el calor acumulado del día se vino abajo en forma de diluvio torrencial.

Basey

Basey

Basey

Llegamos de vuelta a Tacloban aún a tiempo de salir a cenar. Los ventanales del restaurante daban directamente a una parada de jeepneys con la que podíamos habernos distraído toda la noche, observando a los pasajeros que subían y bajaban en la que debía ser su rutina diaria, admirando los neones y decoraciones de cada jeepney… Hasta que uno de los conductores se bajó del jeepney fumando, con una vara de madera en la mano. Abrió el depósito de gasolina y metió la vara en él mientras, con la otra mano, le daba una buena calada al cigarro. La sacó, comprobó el nivel con el pitillo en la boca y cerró el depósito. Todo en su sitio, ¡mientras no saltemos por los aires claro!

Tras el susto ya nos tocaba descansar. Al día siguiente volveríamos a otra lata de sardinas con ruedas…

6 Respuestas a “Las cuevas de Sohoton

  1. Gracias por acercarnos otra vez a los amigos filipinos y a su naturaleza exuberante, tantas veces expuesta a todo tipo de desastres.

  2. Me encanta la historia con Jay R, ese guía con nombre de rapero… Y, como Rosa, sigo intrigado con lo de pesar a los pasajeros; ¿problemas de sobrepeso en los modernos aviones filipinos?
    Un abrazo,
    j.

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