Providencia es una perla verde en mitad del Caribe. Vive aislada, solo acompañada por la isla de San Andrés a 3 horas en ferry o 20 minutos en avioneta. Ambas islas pertenecen a Colombia a pesar de estar mucho más cerca de la costa de Nicaragua… De hecho, podrían ser un país en si mismo. Es cierto que tienen algo de colombiano, pero poco.
Sus habitantes son negros raizales y mestizos que hablan un inglés criollo, arcaico, que apenas entendemos aún poniendo mucha atención y tras llevar ya varios días en la isla. Las mayoría de personas que estamos conociendo tienen nombre español y apellido inglés.
Muy probablemente encontraríamos los orígenes de sus pobladores en los descendientes de esclavos africanos y los piratas que, como el conocido Capitán Morgan, hallaron aquí su refugio perfecto.
La omnipresente música que caracterizaría cualquier calle de la Colombia continental: reguetón, salsa y vallenato, se cambia aquí por reggae y música caribeña en inglés. Y esa música parece marcar el ritmo de la isla. La gente se reúne con sus vecinos sacando las sillas al arcén de la única carretera de la isla. Las casas de hospedaje apenas se distinguen de las casas locales, no hay hoteles ni edificios altos. Y por las noches, en el “Roland Roots Bar”, un garito sobre la arena de la playa de Manzanillo, se baila y se bebe alrededor de una hoguera… Sin prisa. Puro ritmo caribeño.
Las playas son una delicia, quizás ya tengamos claras nuestras favoritas: “Manchineel” (Manzanillo) y “Southwest”. En el noroeste de la isla descubrimos “Crab Cay” (Cayo Cangrejo). Un islote de una belleza casi irreal donde buceamos a pulmón y vemos tortugas y rayas.
Pero en la profundidad de esas aguas cristalinas es donde descubrimos unos fondos marinos increíbles de la mano de Alejandro, que regenta la más nueva y pequeña escuela de buceo de la isla “The Dive Shop Old Providence”. Podría escribir un buen rato sobre esos fondos pero, no nos engañemos, los tiburones de arrecife de punta negra, elegantes e imponentes, se están llevando todo el protagonismo.
Por su aislamiento y poco volumen de turismo la isla mantiene la solidaridad entre sus habitantes. De hecho, me atrevería a decir que se conocen más o menos todos… En cualquier restaurante te recomendarán sin problema otro sitio para ir a comer. Alejandro, sin ir más lejos, prefirió no venir a recogernos al aeropuerto para que cogiéramos un taxi porque, tal como dijo, “también hay que ayudar a ese colectivo”.
Se me acabarían los adjetivos si siguiera escribiendo sobre este rincón mágico. Ya me han dicho varios isleños que volveré. Quizás a ver la migración del cangrejo rojo que colapsa la isla, a alucinar con sus cielos estrellados, a rodear la isla lentamente con la moto, a hundir los pies en la arena de Manzanillo y, por supuesto, a saludar a los tiburones.
Sí, volveré!
Como siempre, increible viaje. Nos haces sentir que estamos contigo ah’i. Llevo ya un tiempo visitando el mundo, gracias a ti. Un abrazo.
Joder José Ignacio, qué comentario más bonito! Tengo que incrementar el ritmo de posteo para que sigas ‘de viaje’…
Un fuerte abrazo y espero verte pronto por el otro lado del mundo!
Un paraíso perdido…que se nota has disfrutado y así nos llega. Refugio perfecto para almas inquietas o viajeros empedernidos…
Un paraíso perdido, eso es… Me alegra ver que ha llegado el mensaje! ;-) Es un lugar único!