Nuestras mochilas apenas habían tocado el suelo de la habitación cuando Rayna, la encargada del hostel, nos avisó casi gritando para que volviéramos a la recepción.
– ¿Qué pasa?
– ¡Tenéis que ver esto! Por ahí viene una procesión hindú que va a pasar justo por aquí delante.
Efectivamente, a lo lejos se vislumbraban unas luces y algo de música… En todo caso, nos pareció que por el tamaño no iba a ser gran cosa pero lo que vimos nos dejó boquiabiertos. Una vieja camioneta encabezaba el desfile. Por encima de la cabina del conductor sobresalía un tronco del que colgaba un chico. Unas cuerdas con unos ganchos insertados en su espalada y piernas aguantaban todo su peso, sin trampa ni cartón.
Tras la impresión inicial empezamos a coser a Rayna a preguntas… Aquella era una procesión de indios tamiles que habitan principalmente en el norte de la isla. En la región de las tierras altas donde nos encontrábamos los tamiles trabajan, sobre todo, en la recogida y procesamiento del té.
Lo que presenciábamos era un voto de penitencia y de respeto a los dioses. En otras palabras, era una muestra de agradecimiento a los dioses cuando éstos te han ayudado a alcanzar lo que les pediste.
Detrás venía una segunda camioneta con un tronco del que colgaba otro chico, esta vez en horizontal y, de nuevo, con los ganchos insertados en su espalda y piernas. Las heridas no sangraban y en sus rostros no había expresión alguna de sufrimiento. Aún así, pensé que si fuese tamil iría con cuidado a la hora de pedir algo, no fuese caso que se cumpliese…
Rayna nos siguió explicando que aquellos que se cuelgan hacen una estricta dieta vegetariana durante un mes antes de la procesión. Tenía sentido…
El chico que colgaba en horizontal tenía una cuerda a la que asirse y, así, podía aliviar momentáneamente parte de la tensión. De todas formas, aquel era un descanso efímero… A cada rato un hombre agarraba al chico de los brazos y lo balanceaba de un lado a otro o lo hacía girar tensándose aun más las cuerdas y la carne ensartada en aquellos ganchos metálicos.
Varias familias acompañaban a los chicos rezando a su paso. Los saris coloridos e impolutos de las mujeres contrastaban con la ropa convencional de los hombres y los niños.
Tras las dos camionetas, una pequeña banda de música acompañaba el sufrimiento estoico de los chicos. Por último, una carroza con imágenes de varios dioses hindús cerraba la procesión.
qué buena experiencia cultural :)