Admirábamos el paisaje desde la ventanilla. Según la guía, recorríamos el trayecto en tren más memorable de Sri Lanka. Casi tres horas para salvar los 70 kms. que separan Nuwara Eliya de Ella. El tren serpenteaba con lentitud entre las montañas más altas de la isla, mostrándonos plantaciones de té, bosques y, en ocasiones, lejanas llanuras.
Si por memorable entendemos algo digno de permanecer en la memoria, la guía estaba en lo cierto, aquel trayecto lo era. Pero para nada desmerecía muchos otros tramos en tren que fuimos recorriendo durante el viaje. De hecho, en el resto de trayectos que hicimos en tren, había muchos menos turistas que en este. Viajar en tren por Sri Lanka era, en sí, una experiencia.
Al poco de llegar a Ella nos dimos cuenta que nos iba a gustar mucho más que Nuwara Eliya, donde tuvimos un paso breve y con escasa fortuna. Ella era también un lugar turístico aunque con un ambiente más mochilero. No sabemos si fue por ese motivo pero Ella nos recibió también con cerveza. Hasta ese momento nos estaba costando mucho encontrarla. Al parecer, las inundaciones sufridas unos meses atrás habían destrozado la fábrica de ‘Lion’, la cerveza nacional que tiene el mercado copado, dejando al país literalmente sin cerveza. Hasta llegar a Ella habíamos visto muy poca cerveza, siempre de marca ‘Tiger’ (de Singapur) y a precios bastante altos.
A pesar de la gran bienvenida, en breve nos dimos cuenta de que lo mejor de Ella no lo íbamos a encontrar en el pueblo. Alquilamos una moto y nos propusimos hacer un “loop” de unos cien kilómetros hacia el sur.
Nuestra primera parada fue uno de esos templos de curioso nombre, en este caso el «Dowa Rajamaha Viharaya». Allí encontramos varias familias que se acercaban a dejar ofrendas frente a un Buda tallado en una pared de roca y a refrescarse en el sombreado arroyo que discurría junto al templo.
Más adelante, paramos a estirar las piernas en la bulliciosa Bandarawela. Estábamos de suerte, era domingo, día de mercado.
El mercado se extendía en un recinto que, aún siendo amplio, no permitía que todas las paradas cupiesen. Así que se esparcía también por algunas calles y bajo el puente del tren.
La ruta preveía un desvío hacia una plantación de té y un mirador llamado “Lipton’s seat”. Comprometidos aún con cumplir todo el programa, tomamos el desvío: una carretera, por la que aseguraría que no pasaba un coche, se retorcía por una ladera empinada cubierta de plantas de té que dejaba una vista abierta hacia los llanos del sur de la isla.
Pero no llegamos a la plantación ni al mirador. En la primera aldea que encontramos vimos una celebración en la puerta de entrada de una iglesia católica. Aquello merecía una parada. Nada más ver mi cámara los chavales querían posar para después verse en la pantalla. Salieron algo serios en la primera foto pero en cuanto la vieron salir en papel por el lateral de la cámara Instax alucinaron y ya no pararon de pedir más y más.

Gente seria
Al poco, los adultos también se acercaban para que les tomáramos un retrato de familia. El par de carretes que llevábamos volaron en pocos minutos y nos quedamos sólo un par de fotos.

Ya no tan serios…
Charlamos con el cura que nos invitaba a comer lo que había preparado la iglesia. No queríamos abusar y, con sólo un tercio del recorrido completado, el tiempo se nos echaba encima así que nos saltamos la plantación y el mirador y seguimos camino.
Nos topamos por sorpresa con la cascada de Diyaluma donde hicimos una breve parada antes de llegar a Wellawaya, donde comimos unas samosas al vuelo.
E hicimos bien, ya que al encarar la carretera a Ella empezó a diluviar. La carretera se inundaba y algunas piedras se desprendían de las paredes de roca. Paramos en un cobertizo al lado de la carretera junto con otros locales que se cobijaban. Estiramos parte de la ropa mojada y sentimos frío por primera vez desde que llegamos a Sri Lanka. No paraba de llover y ya empezábamos a pensar qué íbamos a hacer si no amainaba. Por suerte una hora después empezó a aflojar y los rayos de sol de la tarde empezaban a filtrase entre las nubes.
Continuamos el camino y, aunque quedaban ya sólo un par de horas de luz y las nubes no se habían disipado, nos arriesgamos a visitar otro templo marcado en el mapa. Por suerte, la lluvia nos respetó y fue un acierto parar ya que allí solo había un monje muy amable que nos enseñó el templo y sus cuevas. El templo en cuestión tenía otro de esos nombres… «Rakkhiththa Kanda Aranya Senasanaya».
Finalmente, llegábamos a Ella casi de noche, sin apenas tiempo de parar cerca de Demodara para buscar el famoso puente de los nueve arcos de piedra por donde pasa el ferrocarril. “Google Maps” tenía el puente mal indicado así que acabamos en otro lugar donde había un puente pero ni era de piedra ni tenía nueve arcos. Allí estábamos solos al pie de la carretera pensando que el último tren del día ya había pasado cuando llegó una pareja de locales que empezaron a hacerse «selfies». Entendimos que si se habían parado allí sería porque iba a pasar el tren. Al poco rato un tren azul cruzó lentamente el puente como si quisiera posar para la foto.
Como suele ocurrir, no cumplimos el programa inicial, pero lo completamos con otras experiencias y el error de «Google» nos permitió descubrir aquel mirador fuera de la ruta turística.
Ya era hora de volver a Ella, nos habíamos ganado unas ‘Lion’.
¡Hasta la próxima!
hermosos lugares y hermosa gente,felicitaciones.
Muchas gracias Carlos! Abrazos!