A primera hora de la tarde nos reencontrábamos con los primos lejanos. Acabábamos de llegar a Mysore, en el estado de Karnataka, al sur de la India. El equipo estaba formado por grandes viajeros: Martina y Sergio, a quienes conocimos en 2011 durante nuestra vuelta al mundo y los primos, que a estas alturas ya llevaban más de 11 meses de viaje y experiencias alrededor del mundo.

El selfie de rigor…
Mysore nos recibió ruidosa y ajetreada, como podíamos esperar de una ciudad india. Era nuestro primer contacto a pie de calle cuatro años después de nuestra última visita. Enseguida comprobamos que India no había perdido su capacidad de sorprendernos. Lo que sí era diferente era el tiempo, en junio era axfisiante pero ahora, a finales de diciembre, el clima del sur era una delicia; días soleados sin demasiado calor. Todo un lujo para los que llegábamos desde Barcelona y también para los primos, que venían del frío del desierto del Rajastán.
Sin dejarnos llevar por el ‘jet lag’ nos pusimos enseguida en marcha. En los bajos de un hotel, cerca de la Torre del Reloj, había un restaurante muy concurrido sólo con gente local. Allí comimos, sobre una hoja de palmera o algo así y, por supuesto, con la mano (¡sólo la derecha!). La comida del sur de India es principalmente vegetariana aunque muy sabrosa y picante. Quizás, la diferencia más evidente con la del norte es que aquí el arroz hace las veces del pan que se sirve en el norte (chapati, naan, parota…)
Justo después de comer visitamos el viejo mercado central. Entre sus estrechos pasillos nuestros sentidos, que llegaban anestesiados del ajetreo de las calles, se despertaban a los sonidos del mercado, los colores de sus flores y, sobre todo, a los olores.
Mysore es muy conocida por ser uno de los lugares originarios de la producción de incienso. Sus fragancias se hacen notar no sólo en los puestos donde se vende, sino también en muchos otros en los que los vendedores lo queman. El incienso es parte fundamental de la adoración de deidades hindúes aunque en India se usa en cualquier ocasión.
Además, son muy populares los aceites aromáticos de sándalo, jazmín, loto, almizcle, jacaranda, rosa… Los vendedores te los arriman a la nariz mientras comentan que éste es la base del Chanel y el de más allá de Kenzo o Gucci…
Las flores dan colorido y liberan su fragancia… Los vendedores se entretienen cosiendo miles de pétalos de jazmín, rosas y caléndulas formando larguísimas guirnaldas.
El crisol de aromas se completa con las especias, el café y el té que se cultivan en los cercanos Ghats (montañas) del oeste de la región. Eso sí, al llegar a los pasillos de las verduras, algo menos exótico como el ajo o la cebolla anula por completo al resto de olores.

Algo se tira, pero todo se aprovecha…
En varios puestos vemos unas pequeñas montañas de tinte en polvo de diversos colores. Al parecer, con ese polvo se puede teñir ropa, pintar mezclándolo con agua y también usarlo para dibujar el típico ‘Tilaka’ o ‘Tikka’ hindú en la frente. El ‘Tilaka’ tiene una connotación religiosa aunque se puede llevar a diario, en cualquier ocasión… Tiene cientos de significados según formas y colores… Nosotros sólo sabemos que el rojo indica que la persona que lo lleva está casada. Originariamente ese polvo estaba hecho con ceniza de madera de sándalo. La verdad es que no tenemos muy claro si hoy se produce aún de esa manera tradicional.
Ya había caído la tarde y de nuevo, cerca de la Torre del Reloj, encontramos una terraza en el tejado de un edificio donde sellar el reencuentro con unas ‘Kingfisher’, la cerveza local. Aúnque mermados por el ‘jet lag’, intentamos poner en común ideas de la ruta que podríamos seguir los días siguientes mientras los primos rememoraban algunas de sus desventuras por el mundo.
Después de cenar, enfrentándonos a la segunda tanda de comida -ultra- picante, sacamos fuerzas para seguir recorriendo y acercarnos al Palacio del Maharajá, que es el principal reclamo turístico de Mysore. Paramos a los pies de un edificio medio en ruinas donde la gente se agolpaba para comprar comida en diversos puestos. Pese a que ya era tarde, estaba lleno de niños de varias escuelas que debían estar de excursión. Probamos en uno de los puestos una especie de “crepe” dulce que hizo las veces de postre.

¡Al rico crepe callejero!
Fotográficamente podríamos decir que el paseo nocturno fue fructífero. En India uno sólo puede esperar lo inesperado, así que sólo se trata de anticiparse a la acción y tener la cámara a punto en todo momento. La teoría estaba clara. Ahora pasemos a la práctica: Me fijé en uno de los autobuses escolares donde uno de los niños estaba intentando abrir una ventana… “Ahí hay una foto”, pensé. Sin tiempo de poder llevarme la cámara al ojo, el niño sacó medio cuerpo y vomitó todo lo comido y por comer como si fuese un grifo abierto. Pablo, que venía a mi lado, me preguntó entre risas si lo había pillado… Fue demasiado rápido, al pobrecico le debió sentar mal el “crepe”… Tampoco hubiese sido una foto demasiado agradable, la verdad.

¿Ha vomitado? Sí, sí… ;-)
Vimos el impresionante Palacio a lo lejos y acabamos en un pequeño templo cercano al hotel donde había una celebración. Tropecientas horas después de haber salido de Barcelona nuestro cuerpo caía rendido sobre la cama.
A la mañana siguiente nos dirigimos al Palacio. Era inmenso y de un estilo difícil de definir. Pero no os preocupéis que para eso está wikipedia: Estilo indo-sarraceno con mezclas de arquitectura hindú, musulmana, rajput y gótica. Bien, está claro que no era fácil. Tal mejunge de estilos podría dar como resultado un edificio de lo más hortera… Pero no, no hubiesemos tenido problema en instalarnos por una temporada en su interior.
Este era el Palacio histórico de la dinastía Wodeyar, los Maharajás de Mysore, que gobernaron el estado homónimo desde 1.399 hasta 1.950. Aún así, el palacio que teníamos frente a nosotros se acabó de construir en 1.912 puesto que el anterior, que era de madera, se incendió en 1.897 en la boda de una de las princesas. Con la lección aprendida, en la reconstrucción se evitó en lo posible el uso de la madera por lo que la piedra y, sobre todo, el hierro forjado son los principales materiales. El interior es impresionante, en especial los salones de recepción, baile y reuniones así como una parte abierta, como una grada, que da al inmenso patio exterior. Aquí podéis ver algunas fotos.
En el interior está prohibido hacer fotos. Aunque era domingo y había muchísima gente visitando el Palacio, los vigilantes estaban muy al quite con el tema… Carlos, que se las prometía muy felices con su Iphone, sacó alguna foto. Eso sí, el guardia que le vió se las sabía todas… Carlos quiso entretenerle enseñándole fotos de tal o cual carpeta pero el colega navegaba mejor por los menús del Iphone que los empleados de la tienda Apple.
Acabamos la visita en uno de los doce templos que rodean el Palacio, todos ellos en el interior del mismo recinto.
Sin saber la desgraciada sorpresa que nos esperaba en el bus, a primera hora de la tarde, iniciábamos el camino hacia las montañas que nos separaban del Océano Índico, los “ghats”. Pero eso os lo explicaremos en el siguiente post. El viaje no había hecho más que empezar.
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Reblogueó esto en Primos lejanos.
Desde luego, ese guarda del Palacio de conocía el IPhone mejor que yo mismo. Esto de la globalización…
Gran post, estupendamente descriptivo. Sólo un «pero», quiero aclarar que aunque la comida efectivamente es muy picante en el sur de la India, el bueno de Marcial siempre se las daba de valiente diciendo que quería todo un poco picante, aún sabiendo que eso es como pedir algo más de leña en el infierno. ;)
Abrassus camino de Madrid!
C.
Es cierto que me vine arriba con el picante… y luego rojo, sudando, no sabía donde encontrar el remedio!
Abrazos!
Que recuerdos me traen estas fotos de mi viaje a India ……Sus gentes, sus mercados y sus palacios.
Gracias! Nos alegramos de que las fotos os devuelvan a lugares conocidos! Abrazos