Biliran, pinchando en hueso

Como viajero, hablar con la gente local en Filipinas es muy fácil. De hecho, siempre son ellos los que comienzan la conversación con una retahíla de preguntas que casi acabas contestando automáticamente. La situación es curiosa porque los filipinos tienen la capacidad de pasar de una pregunta totalmente genérica a una muy personal sin tener la necesidad de conocerte, ni siquiera, un poco. La típica conversación sería algo así:

– ¿De dónde sois?

– De España

– Ah…¿estáis casados?

– No

– Y ¿por qué no?

Biliran

Después de aguantar el chaparrón inicial de preguntas preguntábamos nosotros. De todas formas, en aquella furgoneta que nos llevaba a la isla de Biliran, nos hicieron una pregunta que no nos había hecho nadie antes:

– ¿Por qué vais a Biliran?

– Bueno, porque nos gustó lo que leímos de ella en una guía…

– ¿Pero esta isla sale en una guía? Aquí no vienen muchos turistas… ¿por qué no vais a Boracay?

Biliran

Biliran

El señor con el que conversábamos era un enfermero que llevaba a unas alumnas a un hospital de la isla. Nos ayudó a buscar alojamiento y nos presentó a una amiga que vivía en Biliran. Ella nos dio su teléfono por si necesitábamos algo y gracias a ella también logramos encontrar, al fin, un lugar donde nos alquilaran una moto. Era una tienda de venta de motos chinas. Por supuesto, los cascos los tuvieron que ir a buscar a casa. Mientras esperábamos que llegaran los cascos, las chicas de la tienda, muy risueñas, nos preguntaban por nuestros trabajos, edad, matrimonio… mientras nos lanzaban algún que otro piropo. ¡Ah! y nos hicieron de nuevo la pregunta del día: – ‘y ¿por qué habéis venido a esta isla? ¿qué vais a hacer aquí?’

Biliran

Biliran

Nos dieron una moto nueva de estilo ‘retro’ que hubiese sido perfecta para rodar un anunció en el Born barcelonés pero no para darse un garbeo por aquella isla perdida. Obviamente la gente nos miraba, nos señalaba, se reía… No sabíamos qué les llamaba más la atención: si el hecho de que fuésemos extranjeros, la moto retro o, quizás, el hecho de que, probablemente, éramos los únicos en toda la isla que circulábamos con casco. Fuera como fuese y una vez superada la inicial sensación de ridículo, no paramos de toparnos con gente simpática y amable que nos ayudó a movernos de aquí para allá aunque posiblemente pensaran algo como ‘¡Pero qué rara es esta gente de fuera!’ (y, ¡joder! ¡qué moto más fea!)

Moto

Nuestra retro moto…

Llegamos al hostel que nos indicaron y, al fin, tuvimos la sensación de estar en un lugar turístico, con gente de fuera. Huéspedes un tanto mayores sí, pero americanos… o sea, técnicamente, de fuera. No tardamos mucho en darnos cuenta que los dos huéspedes eran militares americanos retirados que estaban allí con sus mujeres… o sus ligues, por así decirlo.

Maripipi

Preguntamos por la oficina de turismo con muy pocas esperanzas de que algo así existiese en aquella isla, pero Filipinas aún no había perdido su capacidad de sorprendernos: – ‘Id al Capitolio, allí está la oficina de turismo’. El Capitolio vendría a ser nuestro ayuntamiento o diputación. Si en un negocio privado normal en Filipinas hay el triple del personal que nosotros entenderíamos como necesario, en las instituciones públicas la cifra de empleados se disparaba. Preguntamos por los pasillos y alguno ni siquiera sabía que ahí había una oficina de turismo. Finalmente dimos con ella. Era una pequeña habitación en la que se agolpaban mesas y sillas y en las que había unas seis o siete personas trabajando. Bueno, trabajando… digamos que estaban allí. Nosotros habíamos leído el escueto apartado que nuestra guía dedicaba a Biliran y habíamos encontrado un mapa de la isla en internet. Todos los allí presentes se quedaron sorprendidos al vernos. El amable funcionario que nos atendió ante la atenta mirada del resto de personal nos sacó el mismo mapa que habíamos visto en internet. Al preguntarle un par de cosas nos dimos cuenta de que no íbamos a sacar nada en claro de allí. Nos reímos mucho pero hasta acabábamos nosotros diciéndoles donde estaba cada cosa!

Biliran

En fin, ya estaba el día echado así que volvimos al centro del pueblo a dar una vuelta por el mercado. Como suele suceder, la visita fue todo un acierto. En cinco minutos éramos la atracción del lugar y  eso que habíamos dejado nuestra ‘súper-retro-moto’ aparcada a una distancia más que prudencial.

Mercado

Tanto clientes como vendedores reaccionaban con mucha simpatía al vernos, y nos ofrecían comprar pollos, cabezas de cerdo y todo tipo de pescados. Nos echamos unas cuantas risas. Era en situaciones como esta en la que se agradecía que todo el mundo hablase inglés.

Mercado

Mercado de Naval

Los vendedores posaban ante nuestra cámara, algunos con sorpresa y otros con orgullo, como diciendo ‘¡mira, mira que pescaíto más fresco vendo!‘. La gente se nos acercaba para ver las fotos en la pantalla para luego descojonarse del protagonista que defendía, entre risas, su fotogenia.

Mercado

Mercado de Naval

Encima de la comida de cada puesto giraba el rotor de un ventilador al que le habían cambiado las aspas por trozos de tela de forma que ahuyentaba las moscas. En Asia lo que no está inventado se inventa in situ y siempre con los recursos disponibles.

Mercado

El ventilador ahuyenta-moscas

Mercado de Naval

Sorprendido, el vendedor del puesto de pollos nos volvió a preguntar cómo habíamos llegado a Biliran, qué hacíamos allí. Ya era demasiado. Visto lo visto, estaba claro que quizás nos habíamos pasado con Biliran: no habíamos visto en todo el día a un turista, las atracciones de la isla se reducían a un par de cascadas y a unos arrozales. Definitivamente, habíamos pinchado en hueso. Y sí, posiblemente, habría cientos de islas en Filipinas como Biliran, lugares donde no había llegado el turismo y, quizás por ese motivo, todo nos parecía más interesante, auténtico y virgen.

Biliran

Los siguientes días recorrimos la carretera hasta dar la vuelta a la isla. Enseguida, saliendo hacia el norte, nos desviamos de la carretera principal hacia el interior, hasta llegar a Iyusan, una pequeña aldea rodeada de arrozales en terraza.

Biliran

Biliran no tiene una época de lluvias marcada así que, con un nivel de precipitaciones bastante estable a lo largo del año, sus campesinos pueden conseguir tres cosechas anuales de arroz. De hecho, producen tanto arroz que exportan gran parte de la cosecha fuera de la isla.

Biliran

De vuelta a la carretera principal, recorríamos siempre en paralelo a una costa tan rocosa que tardamos horas en llegar a una playa. Era una pequeña playa de piedras cerca de Looc que tenía unas cuantas cabañas para picnic y hasta una máquina de monedas de karaoke playero. El agua, cristalina, estaba muy caliente.

Playa en Looc

El camino nos llevó hasta Caibiran que era la antigua capital -por así decirlo- de la isla, donde acabamos comiendo en el centro de jubilados. Benedicta, la presidenta de la asociación, nos recibió con una amabilidad y educación extraordinaria y nos enseñó la comida que tenían lista en una especie de carenderia. Elegimos albóndigas de cerdo y un guiso de ternera. Mientras comíamos, Benedicta nos iba explicando historias de Caibiran. No en vano su abuelo fue el fundador del pueblo y su sobrino era el actual alcalde así que podría decirse que estábamos ante una voz de lo más autorizada. Su padre sabía hablar español y, aunque a ella se le había olvidado casi todo, aún se arrancó con alguna frase en castellano sin poder ocultar cierta vergüenza. El resto de jubilados, sentados en una mesa cercana, sacaron una guitarra y empezaron a cantar canciones en tagalog.

Caibiran

Caibiran

Seguimos nuestra ruta bajo un sol abrasador, rodeados por un paisaje invariablemente verde, sorprendidos por la ropa tendida en los quitamiedos de la carretera, repostando gasolina almacenada en botellas de coca-cola, tomando cerveza con hielo…

Biliran

Almería

Sí; Almería, Biliran

Pudimos, al fin, refrescarnos en las cascadas de Tinago donde los locales se lanzan desde una roca de unos tres metros a la piscina natural formada por la caída de agua.

Cascada en Biliran

Cascada en Biliran

Tres días después había llegado el momento de dejar Biliran. En un pequeño cobertizo esperábamos la furgoneta que nos debía llevar de vuelta a Tacloban. El resto de pasajeros nos preguntaban de nuevo de dónde éramos, si estábamos casados, cuál era nuestra religión y hasta nuestra altura.

Toda la familia viendo como sacábamos pasta del cajero…

Biliran

Mientras esperábamos, una chica se acercó al cobertizo y empezó a hacerle la manicura a una señora que esperaba como nosotros. Al poco, apareció otra señora con cuatro bolsas de chiles rojos. Por las palabras que pudimos entender -que fueron chile, quilo, cincuenta y pesos- concluimos que la señora vendía cada quilo de chiles a 50 pesos (un euro). La vendedora de billetes le soltó una parrafada ininteligible para nosotros excepto por una palabra: «almorranas». Parecía que no quería los chiles porque el picante le provocaba almorranas. Se nos escapó la risa y uno de los pasajeros nos preguntó por qué nos reíamos. Intenté explicarle que nosotros entendíamos la palabra «almorrana» pero, él, sorprendido, me interrumpió preguntando sin ningún pudor delante del resto de presentes – ‘¿tú tienes almorranas?’. Todo el mundo se descojonaba y me miraba. – ‘Jajaja!, no!’ Nos costó desenredar el entuerto, la verdad.

Biliran

Aún entre risas subimos a la furgoneta despidiéndonos, quizás, del lugar más aislado que visitaríamos en nuestro viaje por Filipinas. Definitivamente, lo habíamos disfrutado.

Biliran

8 Respuestas a “Biliran, pinchando en hueso

  1. Hacia dias que no os leia . Y he viajado y vivido vuestra aventura desde la silla enfrente del ordenador. Es la magia que tiene esto de la tecnologia.

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