Amanecía. Eran las seis y media de la mañana y agradecíamos el fresco que sentíamos en la moto al avanzar por la carretera junto al océano. Recorrimos la costa de Koggala, Weligama y Midigama sin dejar de mirar al mar. Nuestro objetivo era encontrar a los típicos pescadores de la zona que faenan cerca de la orilla, posados sobre postes de madera.
Fue decepcionante. Veíamos numerosos postes pero no había pescadores. Habíamos oído y leído que estos pescadores hacen turnos al amanecer y al atardecer pero, incluso en las zonas donde había más postes, no aparecía nadie.
Finalmente, al filo de las ocho de la mañana, vimos algunos pescadores en los postes de una playa. Estaban lejos. Una vez en la orilla, al sacar la cámara, un compañero de los pescadores se acercó a pedirme dinero por las fotos con bastante insistencia. Para evitar problemas le di cien rupias que aceptó a regañadientes.
Seguimos la ruta con la moto hasta que vimos un pequeño kiosco donde parar a desayunar. Frente a él, en el mar, había unos cuantos postes al lado de la orilla. Compramos algo y aproveché para preguntarle al dueño dónde estaban los pescadores. Su respuesta fue algo así como: “Están, están, ahora llegará alguno”. Al minuto estaba al teléfono y, solo cinco minutos más tarde, apareció en escena un señor limpio y aseado. Se dirigió a nosotros diciéndonos que podía posar pescando si le pagábamos mil rupias. Le dijimos que no, que si quería pescar que pescase. Pero estaba muy claro, sin dinero no se iba a mojar.
Ni el mejor pescador de la zona sacaría mil rupias al día pescando con ese método tradicional… Posando podían ganar mucho más y en menos tiempo. ¡Ah! ¡Y sin tener que madrugar! Al final, una tradición única y característica de la zona que acabará desapareciendo.
Desde Thalpe, seguimos nuestra ruta junto al mar en uno de los encantadores y desvencijados trenes ceilandeses hasta llegar a Aluthgama. Cerca de allí, en Bentota, encontramos una villa colonial con pocas habitaciones que nos fascinó. Es cierto que la vía del tren pasaba por el jardín, cortando lo que hubiese sido un acceso natural a la playa, pero tenía su gracia estar en la piscina viendo pasar a aquellos trenes viejos, lentos y repletos de pasajeros.

El camino a la playa…
Acabamos alquilando de nuevo una moto para recorrer los alrededores. Nos plantamos en Ambalangoda, una ciudad conocida por sus máscaras diabólicas. Éstas aún se utilizan en danzas rituales para expulsar del cuerpo a los espíritus que causan las enfermedades. Además del museo, tuvimos la suerte de encontrar un taller abierto donde pudimos charlar con unos artesanos.
De regreso, paramos en Madhuwa, un pueblo ubicado en una isla pequeña dentro de un lago. El lugar es extremadamente tranquilo puesto que sólo se accede en barca o en moto ya que los puentes son demasiado estrechos para los coches.
Al visitar su templo nos topamos con un joven monje y sus amigos, que nos intentaron explicar, entre risas continuas, algo de la historia del lugar.
En el muelle unos chicos querían hacer volar una cometa. Hemos visto cometas por todo el país, todas hechas en casa… pero justo en ese muelle, donde no soplaba ni una pizca de viento, pretendían hacer volar una. ¿Cómo? Muy fácil: “unos salen con el barco a toda pastilla mientras los otros aguantan la cometa en el muelle…” ¡Lo que haga falta! Definitivamente, algo pasaba con las cometas que aun no hemos llegado a entender.
Observamos la escena junto con un grupo de señores con una insólita capacidad para salir muy serios en las fotos. Os aseguramos que eran simpáticos.
De vuelta, conduciendo ya de noche, nos pasó algo que también merecería mención… Por tercera vez nos paró la policía en un control de carretera. Las dos primeras veces los polis solo querían hablar, saber de donde éramos e, incluso, cambiarnos las gafas de sol. En las dos primeras ocasiones la última pregunta de los policías fue si nos gustaba Sri Lanka. ¡Nos encantaba! Ante nuestra efusiva respuesta sonrieron y nos despedimos sin más. Pero aquella noche los policías no parecía tan simpáticos. Nos pidieron los papeles y el carnet internacional, que no teníamos… La cosa se puso seria. Les dijimos que ya habíamos alquilado sin problema en otros lugares, que llevábamos casi tres semanas recorriendo y que íbamos a devolver la moto al día siguiente. Al oírlo el policía cambió de actitud y dijo: -“¿Tres semanas? Oye, y ¿os gusta Sri Lanka?” -“¡Nos encanta!”, respondimos. Sonrió. Estábamos salvados.

El último ‘Rice & Curry’
Al día siguiente aun tendríamos tiempo de visitar algún templo y el mercado de Aluthgama antes de coger nuestro último tren hasta Colombo.
Aquel tren avanzaba al atardecer dejando a su izquierda vistas del océano, algunas playas y unas chabolas sobre la arena que iban creciendo en número a medida que nos aproximábamos a la capital.
Debíamos empezar a despedirnos de aquellos paisajes, de los trenes y de la gente que nos rodeaba… de todo aquel exotismo que nos había cautivado.
Hola. Te he nominado para el primer premio enero11 al contenido original. Puedes ver la nominación en esta dirección. Felicitaciones y gracias por leer:
https://javtt11.wordpress.com/2017/05/11/enero11-blog-award-4-anos-de-enero11/
Muchísimas gracias Javier! Felicidades por esos 4 años de tu blog! Saludos
Saludos, un abrazo. Todo es gracias a lectores y amigos como tú Cuidate mucho, chao
Enhorabuena por la nominación ! Muy merecida; por lo interesante y ameno que resulta el relato y por esa fotografía tan sugerente e intimista.
Muchas gracias!! Besos
Unas imágenes preciosas! Parece que ha sido un viaje inolvidable😊
Pues sí! un gran viaje aunque, como de costumbre, quedaron muchas cosas en el tintero! Gracias por comentar!