– “Venga va, come con nosotros. Siéntate, prueba esto, y esto otro…”
– “¿Pica mucho?”
– “No hombre no, ¡qué va!”
Pero sí picaba… tanto que me empezó a sudar toda la cara. Ni siquiera el arroz blanco podía rebajar el picante. Pese a mis esfuerzos por disimular, todo el mundo se empezó a reír de mí, y yo con ellos. Tan sólo diez minutos antes me había separado del resto del grupo para hacer unas fotos a la orilla del río. En el porche de un pequeño templo, unas tres o cuatro familias comían juntas, a la sombra, la comida que habían llevado hasta allí en los típicos envases redondos y metálicos que se llevan apilados. Me invitaron a probar todo.

Parte de mi improvisado menú
Estaba buenísimo, casero, local, picante… Perfecto. Mientras iba comiendo todos querían saber de dónde era, cómo me llamaba, si me gustaba Hampi, la India… La gente que iba entrando y saliendo del templo no quería ser menos y también me saludaba. Aunque mi mano estaba llena de las salsas de la comida, todos querían estrecharla. Y fotos, ¡claro!, todos me pedían un retrato con su señora o uno de su hija. Dejé la cámara fina entre el sudor de la cara y el pringue de mi mano derecha.
Para acabar la comida me ofrecieron un dulce que llamaban “Mysore sweet”, si yo lo entendí bien. Estaba muy bueno. Mientras felicitaba a la señora que los había preparado, ella seguía insistiendo en que me tomara otro y otro más. En ese momento, llegó el resto del grupo que presenté a mis anfitriones. Aquella comida improvisada me dejó claro, una vez más, una de las mejores cosas que tiene India: su gente. La gente sencilla, de campo, demostraba ser auténticamente hospitalaria, cercana y entrañable.
Unos minutos después empezamos a despedirnos continuando con la sesión fotográfica, ahora con todo el grupo, fuera del templo. Allí, al lado del río, la gente lavaba la ropa y la ponía a secar al sol sobre las piedras lisas que conformaban la ribera del río.
Era nuestro tercer día en Hampi y nos habíamos trasladado al otro lado del río, a una isla donde había menos guesthouses y negocios, más tranquila que el poblado principal. A este lado del río, la mayoría de los templos no eran históricos sino que, pese a ser también antiguos, seguían activos. A efectos prácticos, podría decirse que, por un lado, cambiamos muros y tallas de piedra por paredes encaladas y, por otro, turistas indios y los grupos de escolares por gente local.
Al margen de la tranquilidad que encontramos en esa otra orilla también ganamos libertad alquilando unas motos ya casi en estado de descomposición. Con ellas recorrimos los templos cercanos disfrutando de los paisajes que hallábamos entre unos y otros, arrozales, rocas redondas, un gran lago y pequeñas aldeas… Pese a alguna rueda que perdía presión y otra que se tambaleaba al alcanzar cierta velocidad, las viejas motos cumplieron su función. Al llegar a alguna cuesta, a duras penas lográbamos subir con dos personas, salvo que hubiésemos pillado una buena carrerilla… En fin, algún numerito hicimos y nos echamos también unas buenas risas.

Último modelo…
En una parada para reponer fuerzas en un cruce, tomamos un chai. Hasta allí llegó un ‘Sadhu’ de un templo cercano con el que charlamos durante un rato. ‘Sadhu’ es una palabra que significa “buen hombre” en sánscrito y se utiliza para referirse a aquellas personas que han decidido vivir al margen -o en los límites- de la sociedad para centrarse en su práctica espiritual.
Una de las tardes enfilamos el camino de quinientos escalones que separa la llanura del templo de Hanuman, el dios mono del hinduismo, en lo alto de la montaña. Desde los descansillos que de vez en cuando ofrecían las interminables escaleras, se entreveía un paisaje espectacular que iba ganando a medida que subíamos.
Arriba el viento azotaba el pequeño templo cuyos habitantes más numerosos eran, como no, los monos. Esta vez no tuvimos ningún problema con ellos.
Disfrutamos del atardecer desde el que, quizás, era el punto más alto de la zona. Dejamos perderse la vista tras el río, las montañas de inmensas piedras redondeadas y los templos que íbamos descubriendo con la mirada aquí y allá.
En otros templos, como el de Lakshmi, estaban preparando comida para los fieles que, poco a poco, iban llegando al lugar.
Más tarde, en el templo de Durga también encontramos la cocina en pleno funcionamiento. Por desgracia, ya en nuestro último día, andábamos un poco justos de tiempo por lo que no pudimos quedarnos a comer.
En ese templo nos sorprendió ver cientos de cocos envueltos de telas de colores e incluso otros cocos pintados en altares frente a los que la gente rezaba y hacía diversas ofrendas.
Desde el templo de Durga, empezamos a caminar subiendo la montaña. Llegamos a una zona de vistas impresionantes desde donde vimos el templo de Lakshmi que habíamos visitado esa misma mañana.
A mitad de camino, por fortuna, encontramos a una pareja local con su hijo que nos ayudó a encontrar el lugar que buscábamos, el llamado Cobra Temple, que estaba en algún lugar cercano, en una cueva natural. Les seguimos entre riscos y pasos muy estrechos, entrando por algún resquicio que amenazaba con cierta claustrofobia.
Finalmente, llegamos a un profundo y estrecho hueco entre las rocas donde había un pequeño altar vigilado por un ‘Sadhu’. El espacio no debía tener más de 10m2. Por lo que nos contó, la cobra vive allí, entre esos riscos, pero parece ser que durante el día duerme y no sale. Casi mejor…
De vuelta en el pueblo el tiempo se agotaba. Como os contábamos en el post anterior, Hampi es un reducto de mochileros y hippies que un día u otro derribarán, probablemente, para dar paso al turismo organizado. En el pueblo quizás lo único que no estaba a la altura del mochilero era el tema del alcohol, que en el hinduismo no está muy extendido.
En Hampi, meditar en un ‘ashram’ o hacer yoga al amanecer es mucho más fácil que conseguir una birra. De todas formas, enseguida encontramos un par de restaurantes donde, a escondidas, nos sacaban «roncola» a precio de plato principal (esto es 2 ó 3 euros)… Sólo la última noche logramos encontrar un garito con unos chavales bastante enrollados donde tenían cerveza… Perfecto para el merecidísimo brindis de despedida.
Nuestros días por el sur de la India llegaban a su fin. Acababa un viaje de sólo unos cuantos días para nosotros y de un año para Carlos y Pablo, que pronto volverían a Barcelona después de su periplo por el mundo.
Recordaré mis dos visitas a los primos en este “su año”, a Rapa Nui y ahora a India… En ambas, me encantó irrumpir en la rutina de quienes viajan por largo tiempo y sentirme parte de ese viaje aunque sólo fuese por unos días.
Ahora, con todos de vuelta en casa ¿A quién visitaremos? ¿Nadie se anima a dar la vuelta al mundo? ;-)
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Me encanta tu estilo, tanto a la hora de elaborar el texto como a la hora de trabajar la imagen. Un saludo.
Muchas gracias por el comentario Joan! Saludos!
Reblogueó esto en Primos lejanosy comentado:
Final del viaje por la India junto a nuestros amigos de Barcelona. A disfrutar de esos fotones que nos regala Marcial en su blog :)
Gracias chicos! Ahora os toca a vosotros poner al día ese blog!!! Abrazos!