Hacía ya unas semanas que Carlos y yo habíamos aceptado la invitación de Willy para visitar Perugia. Semana Santa nos pareció el mejor momento para plantarnos allí, en la capital de Umbria, el también conocido como ‘corazón verde de Italia’.
Willy, Daniela y Giacomo nos hicieron sentir como en casa desde el primer momento.
Enseguida empezamos a hablar de las tradiciones de la Semana Santa en Italia y todo cuadraba más o menos con nuestras tradiciones españolas: que si el Domingo de Ramos, que si el huevo de pascua (la ‘mona’ de los catalanes), las procesiones… Eso sí, Willy siempre acababa hablando de comida y es que, como literalmente nos dijo, en ‘Pasqua’ se come como en Navidad.
Eso no nos encajó tanto con nuestra idea de Semana Santa. Y es que, si bien en Italia también se entiende el viernes santo como un día de ayuno de carne, el resto de días pueden ser un auténtico festín. A nosotros se nos juntó la ‘Pasqua’ con las ganas de nuestros anfitriones de que probáramos todos los platos y especialidades típicas, que no eran pocas. Así, gran parte de las comidas se convertían en maratones de sobremesas interminables en las que nunca faltaba algo bueno que llevarse a la boca.
Algunas de las cosas más típicas de ‘Pasqua’ eran dulces, pero probábamos de todo, como el pan de queso (‘torta al formaggio’) que hizo Daniela. Estaba tan bueno que nos acompañaba en desayuno, comida y cena. A la vista del éxito, Willy preparó otro tipo de pan, la ‘torta al testo’, que logró rivalizar con el de pan de queso.
Bueno, cambiemos de tercio porque ya casi me empacho sólo de escribir. Umbria es la única región de Italia sin salida al mar. Tiene cierto parecido a la Toscana pero es mucho menos turístico. En la Toscana hay infinidad de ciudades, pueblos y paisajes preciosos encabezados por su capital, Florencia. Tratando de ser objetivo, la Toscana tiene más que ofrecer pero el hecho de que Umbria sea más tranquilo le puede compensar a más de uno, sobre todo en temporada alta.
Quizás el pueblo más conocido de Umbria sea Assisi (Asís). Y sí, como probablemente estaréis pensando, allí nació San Francisco, un santo italiano, que fue fundador de la Orden Franciscana. En Assisi destaca la sencilla (y quizás por ello preciosa) Basílica de San Francisco, que permaneció cerrada tras los dos terremotos que en 1.997 arrasaron la ciudad. Probablemente por esos terremotos, Assisi parece hoy un escenario de película, con la mayoría de sus casas reconstruidas y muy cuidadas.
Los pueblos de Spello y Gubbio eran un poco más auténticos aunque sólo fuera por el hecho de que los vecinos vivían allí, tenían sus negocios, sus coches y sacaban la basura al container. Nada de eso podía verse en la zona más turística de Assisi.
Como suele suceder en Italia, a cada rato se nos aparecía una cafetería apetecible para tomarse uno de esos cafés que los italianos toman de pie, casi al vuelo. Y si no se nos aparecía, cuatro gotas de lluvia eran la excusa perfecta para buscarlo. Tomamos cantidades ingentes de café, aunque a Carlos parecían no hacerle efecto ya que adquirió la capacidad de sobarse -casi- en cualquier lugar, ajeno a nuestra reconocida adicción al café expreso. Quizás el sueño nos daba de tanto comer…
Y es que, al margen de cómo nos pusimos en casa, también probamos varios restaurantes en nuestros días de ruta. En ellos tomamos algunas de las especialidades de Umbria como la pasta con liebre, oca o jabalí. También cordero y, sobre todo, la trufa blanca o negra, muy preciada y cara. Esta no está siendo una buena temporada para encontrar trufas así que por un kilo de la de mejor calidad se llegaban a pagar unos 7.000 euros.
Todos los platos regados con muy buen vino y aceite de oliva de producción local. Quizás lo más llamativo de los vinos y aceites no estaba en la mesa sino en el campo. A diferencia de España, donde estamos más acostumbrados a ver las vides y los olivos sobre la tierra seca, en Umbria éstos crecen sobre el prado verde y sus hojas apenas contrastan con el resto del paisaje.
El camino entre un pueblo y otro siempre discurría rodeado de un paisaje verde. Aún era pronto para ver los cerezos en flor y las amapolas así que las vistas eran casi monocromáticas, reducidas a las diferentes intensidades y tonos del color verde. Sólo en las cumbres de los Apeninos, hacia el este, aparecía el blanco de las cumbres aún cubiertas de nieve.
No os engañaré, desde qué oí el nombre ‘Umbria’ siempre me sonó a ‘sombrío’. Y desde luego, a juzgar por los nubarrones que cubrían todo el cielo, el nombre le venía como anillo al dedo. Esperábamos algo más primaveral pero la semana santa nos había pillado muy pronto y aún no había ni una flor en el campo. De hecho, el tiempo no nos acompañó, refrescó y llovió mucho. Según los locales ya eran más de 40 días seguidos lloviendo aunque fuese sólo durante unas horas. Si el sol lograba colarse entre las nubes la gente salía, miraba al cielo y ahí se quedaban, parados, disfrutando del efímero calorcito de aquellos rayos.
Aún así, por alguna extraña razón, tuvimos la suerte de que la lluvia nos respetara bastante. Excepto en Assisi, los chaparrones parecían quedar reservados sólo a los ratos en los que estábamos en el coche o en casa.
Aprovechando que nuestra base estaba en Perugia, salimos un poco a ver el ambiente nocturno. Willy nos explicó que estaba todo un tanto apagado ya que Perugia es una ciudad universitaria y gran parte de los estudiantes aprovechaban esa semana para volver a casa…
Empezamos en la popular pizzeria de Mario, el ‘Orto del Frate’, uno de esos lugares donde los amigos se encuentra sin necesidad de haber quedado antes. Después, ya en la zona antigua, encontramos algún local abierto donde sonaba algo de jazz. En julio Umbria se viste de gala para celebrar uno de los festivales de jazz más reconocidos del mundo, el ‘Umbría Jazz’. Es entonces, y no ahora, cuando a Perugia le faltan bares.
El último día aún nos dio tiempo de acercarnos al Lago Trasimeno, uno de los más grandes de Italia. Allí nos sorprendió gratamente el pueblecillo de Passignano sul Trasimeno que vive a la -agradable- sombra de su conocida vecina Castiglione del Lago. Subimos sus empinados y estrechos pasajes que conducen a la Iglesia y su pequeño castillo. Callejones en los que, aunque no pasaba casi nadie, se intuía mucha más vida cotidiana que en otros pueblos que habíamos visitado.
En el mismo Passignano comimos de miedo en la ‘Trattoria del Pescatore’ donde nos sirvieron pasta con pescado ahumado y gnocchis caseros con ‘pérsico’, uno de los peces que nadan en el Trasimeno. Además tuvimos la suerte de que nos atendiera el doble de Andrea Pirlo con el que, como no, hablamos un rato de fútbol.
De vuelta a Roma paramos en Orvieto, otro pueblo fantástico sobre una colina con rocas cortadas en el que cada calle invita a perderse. Tiene una catedral increíble, desmesurada respecto al tamaño del pueblo.
De nuevo, en Orvieto nos respetó la lluvia durante la visita, justo cuando llegábamos de vuelta al coche volvía a llover con fuerza.
Ya eran 45 días seguidos de lluvias… Al fin y al cabo, imaginamos que así debía ser. De alguna manera tenía que mantenerse verde el corazón de Italia!
PS: Mille grazie a Daniela, Giacomo e Willy per la vostra ospitalità fantastica. Ci aspettiamo a Barcellona!
¡Geniales las fotos, como siempre! Mis favoritas: la del sacerdote y la del camino de escaleras.
Eso sí, echo en falta una: Carlos sobándose en alguna esquina.
¿Próximo destino?
j.
Gracias Jorge! El tema es que Carlos es más de ver las fotos que de leer… así no me pilla! Lo próximo unas cuantas fotos de Argentina aprovechando que Gaby estuvo por allí. Un abrazo!