Albaycín y Sacromonte

Las calles de cantos rodados de empedrado granadino salvaban las pendientes naturales de la colina sobre la que se asienta el barrio del Albaycín con escalones cada cuatro o cinco pasos. Los estrechos callejones flanqueados por casas de estucos blancos estaban animados por enredaderas y parras que se unían en ocasiones sobre mi cabeza creando arcos naturales sobre la calle.

Amanecer en la Catedral de Granada

Avanzando por sus callejones aparecían a la derecha efímeras vistas a alguna de las torres de la Alhambra entre las casas agolpadas y, cada tanto, también acogedoras placitas con fuentes de agua fresca de la Sierra Nevada. El Albaycín, se aparecía como otro mundo, distinto al concurrido y un tanto común centro de la ciudad. Sus calles, cuestas y plazas podrían formar parte de un pueblo andaluz donde la gente te saluda al cruzarse contigo.

Mural en honor a Enrique Morente, cantaor granadino fallecido a finales de 2010

Calle Beso, en el Albaycín

El Albaycín se desparrama sobre su colina hasta caer al Darro y su Carrera, conocida también como el Paseo de los Tristes por ser el camino hacia el Cementerio. La Carrera, a orillas del río y al pie de la Alhambra, está poblada de terrazas que atraen a los turistas con algún guitarrista que rasga el flamenco emulando a Camarón en busca de la moneda del visitante.

– Una caña, por favor…

– ¡Mari, una primera!

… y una segunda y tercera… tapa, por supuesto. El tapeo, y su cultura, alcanzan en Granada su apogeo. Con unos precios que harían sonrojar a cualquier restaurador del centro de Barcelona destacaron en esta ocasión algunas de las tapas más típicas: tortas de camarones, migas, caracoles, buenos embutidos y paella mixta.

Siguiendo el Paseo de los Tristes y remontando un poco la colina que se alza pasado el Albaycín se llega al Barrio de Sacromonte o ‘Sacramonte’, como le llaman algunos locales. Las casas del Sacromonte son cuevas talladas en la roca de la colina. Muchas de ellas sirven como escenario para espectáculos flamencos para grupos de turistas aunque, aún hoy, algunas de ellas siguen guardando algo de la autenticidad que las vio nacer.

Tal es el caso de ‘Los Faroles’, con Carlos a la cabeza, con quien compartí unos quintos, chorizo y queso de la Sierra. Su vetusto equipo de música llenaba la cueva con sus discos de música clásica y flamenco. Chopin, Morente y Camarón parecían darse la mano dentro de la pequeña cueva. El espacio estaba aprovechado al máximo, repartido en pequeñas estancias abovedadas en las que se disponían sillas alrededor de mesas redondas donde se congregan visitantes y aficionados en torno a una guitarra y a un ‘cantaor’ como Manolete, director de la Escuela Internacional de Flamenco ‘La Chumbera’, con quien coincidí en ‘Los Faroles’.

Carlos en la cueva ‘los Faroles’

Las paredes de la cueva eran una perfecta muestra de ‘horror vacui’, cada esquina, cada pedazo blanco de pared, se rellenaba con fotos de patriarcas, familiares y artistas mientras las repisas formaban relicarios de la más variopinta iconografía.

En el camino de vuelta al Albaycín, paseando por lo más alto del Sacromonte, volvían las calles empedradas entre casas bajas con pequeños patios donde algunos limoneros aparecían aún secos por culpa de las últimas heladas del invierno. Y, en lo más alto del barrio, la ‘Fuente de la Amapola’ ofrecía un buen lugar para reponer fuerzas antes de cruzar la indeterminada frontera entre el Sacromonte y el Albaycín, entre callejuelas en las que era posible tocar ambas paredes al estirar los brazos.

Cuánto me gustaría

ser la fuente de mi barrio

pa cuando pases y bebas

sentir muy cerca tus labios

De vuelta en el Albaycín, la tarde invitaba a sentarse en la terraza del ‘Kiki’, detrás de la Iglesia de San Nicolás, para disfrutar de los últimos rayos del sol y degustar un gintonic a escoger entre las noventa marcas de ginebra que manejan en un bar del que jamás hubiese pensado que destacase por ese motivo.

Sonaba el flamenco, interpretado por cantaores reunidos en la terraza junto a amigos y familia, mientras caía la tarde y llegaba la luz perfecta para despedirse de la Alhambra y de Granada desde el Mirador de San Nicolás.

7 Respuestas a “Albaycín y Sacromonte

  1. ¡¡Qué ganas de volver a Granada¡¡¡. Es verdad que siempre queda algo por descubrir o mirar con otros ojos.
    Estupendo y estimulante «siempre hacia el oeste».
    Un abrazo, hasta la próxima entrega.
    Rosa

  2. Inspirador, como siempre….de camino a Graná! Genial lo de la fuente de la Amapola! Del flamenco y las tapas ni hablemos…sólo un par de mis debilidades ;-D.

    Besos

  3. ¡ Enhorabuena chicos ! ¡ Fantástico post ! ¡ Que bonito !
    Me ha devuelto buenos recuerdos y sensaciones de mi último… ¡ Vuelvo a Granada, Vuelvo a Granada, Vuelvo a mi hogar !!!

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