Día 351 – Benarés, la vida y la muerte

India se nos había presentado con sus mejores credenciales dejándonos, a la vez, asombrados y exhaustos. Por delante teníamos menos tiempo del necesario y demasiado territorio para abarcar en un país que es un subcontinente en sí. Un país con más de mil millones de habitantes, míticos lugares sagrados de religiones tan diversas como el hinduismo, el sijismo, el zoroastrismo, el islam… con una historia milenaria con vestigios de fuertes abandonados y edificios coloniales británicos… con la diversidad natural de las altas cumbres del himalaya, las selvas tropicales del sur y los desiertos del centro… con miles de especialidades gastronómicas, como los idlis del sur y los currys del norte. Sí, estaba claro. De todo eso sólo íbamos a poder ver una muy pequeña parte.

El criterio para definir la ruta fue el clima. En pleno junio, justo antes de la llegada del monzón, el centro y sur del país vive rozando los 50 grados. Empezaríamos al sur de Nepal, en Benarés, para después dirigirnos hacia el noroeste, en busca de los Himalayas indios donde la temperatura prometía ser mucho más fresca.

En Uttarakhand nace el Ganges, el río sagrado del hinduismo. Un río que, como todos, da vida pero que a su paso por la ciudad de Benarés simboliza la muerte. La ciudad nació con el nombre de ‘Kashi’ que significa ciudad de la vida y hoy es la ciudad de ‘Shiva’, el dios de la destrucción, el lugar donde todos los hindúes desean encontrar la muerte. El corazón del universo hindú.

El hinduismo carece de fundador, autoridad central o jerarquía. Los hindúes creen en la figura del Brahmán, que es el uno, el ser no creado, el infinito, que se manifiesta en miles de otros dioses representados como animales antropomorfos. Los tres principales dioses forman la ‘trimurti’: Brahma (el creador), Vishnu (el protector) y Shiva (el destructor).

Los hindúes creen en una vida terrenal cíclica, en un proceso de reencarnación continua conocido como ‘samsara’. Este proceso depende del ‘karma’, entendido como la conducta o la acción de cada ser durante una vida. Así, cuanto más honrada y recta sea la vida de una persona, más probabilidades tendrá de reencarnarse en una casta superior y cuanto peor sea el ‘karma’ que acumule, más baja será la casta, corriendo el riesgo, incluso, de reencarnarse en un animal. Así que todos a portarse bien, ¿quién quiere ser una rata? Este ciclo finaliza cuando se alcanza la ‘moksha’ (liberación) que sólo el ser humano puede alcanzar tras obtener suficiente autoconocimiento.

El sistema de castas es la estructura social del hinduismo. Aunque, actualmente, el sistema ya no se sigue estrictamente, en el ámbito rural y entre los hindúes más conservadores el sistema continúa muy vigente. La casta determina una especie de clase social dependiendo de la familia o comunidad en la que se nazca. Existen cientos de subtipos distintos pero que se agrupan, básicamente, en cuatro principales: Brahmanes (sacerdotes y maestros), Chatrias (guerreros) Vaishyas (comerciantes) y Sudras (campesinos). Las castas bajas miran hacia arriba en una relación de pleitesía, mientras que las altas básicamente miran por encima del hombro al resto.

Por debajo de estas cuatro castas principales se encuentra la más baja de todas, aquella a la que nadie quiere pertenecer, los ‘dalits’, un actual eufemismo para referirse a los antiguamente conocidos como ‘los intocables’, que se encargan de los trabajos más duros y de baja categoría como barrenderos y limpiadores de letrinas, y quien haya visto las letrinas de India sabe que ese no es un trabajo precisamente agradable. Las escobas con las que limpian no tienen ni siquiera un palo para acentuar así las diferencias con una situación aún más humillante al tener que limpiar los suelos arrodillados.

El sistema social de India, con las gravísimas diferencias entre pobres que sobreviven muy por debajo del nivel de la pobreza y ricos que transitan en su burbuja de opulencia, se sostiene gracias a esas creencias, a este sistema de castas que impide una revolución de los más bajos, que mantiene a la gente sumisa intentando llevar una vida recta con la esperanza de una reencarnación en un nivel superior.

En la ciudad vieja de Benarés los ‘galis’, apestosos callejones estrechos, desembocan en las largas escalinatas que son los ‘ghats’, coronados normalmente por un templo. Allí encontramos un alboroto diferente. Las bocinas de los coches y el ruido de los motores habían sido sustituidos por el bullicio de las familias bañándose en el Ganges, los numerosos barqueros tratando de convencernos para que subiéramos a uno de los botes, las señoras que iban y venían con sus saris incomprensiblemente impolutos, los barberos que ofrecían sus servicios al ver una incipiente barba, los ‘sadhus’ que te explicarían la relación entre tu conducta y el ‘karma’, los jóvenes jugando a cricket, los niños que te pedían una moneda o una foto…

En los ‘ghats’ se mezclan los que van a bañarse para limpiar sus pecados, los que rezan o practican yoga o meditan como actos profundamente religiosos y aquellos que van a lavar la ropa, comprar ‘paan’ (nuez de betel para mascar), patinar, darse un masaje o bañar a los búfalos como representación de lo profano y lo cotidiano.

Pero a pesar de toda esa actividad, que transcurre a diario en la ribera del Ganges, lo que realmente todo hindú quiere hacer en ese río es morir. Ser incinerado a orillas del Ganges y que tus cenizas acaben en sus aguas supone alcanzar la ‘moksha’, la liberación del ‘samsara’, el fin del ciclo de reencarnaciones.

El ghat Manikarnika no dormía, estaba abierto 24 horas preparando las cremaciones de los afortunados que habían encontrado la muerte en aquella ciudad o cuyas familias habían podido sufragar el traslado del cadáver hasta allí. Si Benarés es la ciudad en la que todo hindú quisiera morir, el ghat Manikarnika es donde todos quisieran ser incinerados. El traslado de los cuerpos corre a cargo de los ‘doms’, una casta de intocables que llevan a los cuerpos por los callejones hasta el ‘ghat’ en camillas de bambú cubiertas por una tela. La madera se apila en la parte de atrás del ‘ghat’, las brasas calientan el ya tórrido ambiente y los hombres trabajan sin descanso trasladando troncos de una madera clara, de sándalo, para los más ricos, o tratando de apagar las brasas de la última cremación. Mientras, los perros olfatean el suelo y los cuervos sobrevuelan la zona.

Cremaciones en el Ghat Manikarnika

Todo era tan explícito que no había lugar a la imaginación. La familia del difunto lo lavó con las aguas del Ganges y lo cubrió con una fina sábana blanca para colocarlo sobre una plataforma de troncos. Tras unas fotografías con el difunto encendieron la pira y el cuerpo empezó a arder. Sus restos serían arrojados más tarde al río.

Y entre esa fantástica mezcla de profunda espiritualidad y pagana rutina, la vida y la muerte se abrazaban. Cada día miles de fieles volverán al amanecer a realizar sus ‘pujas’ (oraciones y ofrendas) a orillas del Ganges y los días se despedirán con el ‘Ganga Aarti’, la ritual ceremonia en el ghat Dasaswameth, frente al río, permanente testigo de ese mágico eclecticismo en el ciclo de la vida y la muerte.

10 Respuestas a “Día 351 – Benarés, la vida y la muerte

  1. ¡La foto del artesano parece sacada de la portada de ‘Esquire’!
    Gracias por las explicaciones sobre esta cultura tan extraña a nosotros. ¡Buen karma, chicos!
    Un abrazo,
    j.

  2. Marcial: ¡Qué notable¡ como conviven la vida y la muerte.
    Realmente que diferencias culturales y de filosofía tan distintas. Es otro cosmos.
    Un abrazo y ahora si, hasta muy, muy pronto. ¡Qué ilusión¡
    MM

  3. Muchas fotos bonita spero el etrato del hombre con gafas es espectacular. Gracias por todas ellas y por todo lo que nos vais enseñando, en el amplio sentido de la palabra.
    Saludos,
    Isabel

  4. Magnífico reportaje que me ha devuelto, por unos minutos, a uno de esos lugares mágicos, únicos, inolvidables …Las fotografías son espectaculares. Un fuerte abrazo.

  5. Gran acercamiento a la realidad de la India.
    Buff, la de conversaciones y discusiones que podréis tener ahora con gente que se haya adentrado mínimamente en los países que habéis visitado. Seré todo orejas para contrastar opiniones y aprender más sobre todo ese mundo que nos rodea y que, equivocadamente y con frecuencia, creemos conocer.

    ¡Abrazos desde el calor europeo, que ya estáis viviendo!
    (Recordando la India, debéis sentiros ahora como en un resort de gran lujo.)

  6. Fantàstic! M’heu fet reviure la meva estada a Varanasi. La xafogor, l’olor, l’activitat que mai s’atura… Felicitats!

  7. yo iba con retraso….con tanto viaje….me ha pareceido espectacular, la historia y, como no, tus fotos Marcial. Te veo ya muy prontito….así que ya te preguntaré una duda que me ha quedado del tema de la reencarnación en persona….besitos.

  8. Pingback: Una Nochevieja en la playa | Siempre hacia el oeste·

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