Pedaleábamos casi en plena oscuridad por una antigua y solitaria carretera. Las luces de la mañana llegaron lentamente y empezaron a inundar toda la llanura, dejándonos ver pequeños templos de ladrillo rojo a un lado y otro del camino. Pero aquello iba a ser solo un aperitivo de lo que veríamos después.
Subimos los estrechos peldaños de la escalera lateral del templo de Swesandaw hasta alcanzar su última terraza. La guía nos advirtió de que ese era uno de los lugares más concurridos para ver el amanecer y atardecer. Pero en aquella terraza no había nadie, ¿estaríamos en el templo correcto? Daba igual, ¡Bendita temporada baja!
Desde nuestra particular atalaya de ladrillos observábamos la enorme extensión de terreno que nos rodeaba y en ella aparecían cientos de estupas y templos ocultos tras la bruma de la mañana. A medida que ésta se disipaba, aparecían más y más templos hasta donde nos alcanzaba la vista. Una visión mágica.
Estábamos en el corazón del antiguo imperio de Bagán que, aunque solo vivió 230 años, dejó un legado de más de 4.000 templos. En el S.XI el monje Shin Arahan logró convertir al rey Anawrahta al budismo Theravada. La fe del rey en esa nueva religión fue tal que se dedicó a construir un templo tras otro para demostrar su devoción.
Tras visitar los principales templos y los mejor conservados decidimos tomar cualquiera de los caminos de tierra que se alejaban de la carretera principal en busca de templos más perdidos. Nos metimos por un estrecho camino de tierra que nos llevó a la puerta de un pequeño templo que ni siquiera aparecía en los mapas. En seguida una amable señora y su hija se acercaron y nos abrieron las puertas descubriendo algunos de los murales mejor conservados que vimos en Bagan, así como varias estatuas de Buda originales.
Otra sorpresa nos la llevamos al entrar a un templo buscando un lugar para ver el atardecer. Enseguida se acercaron un anciano con su nieto para prestarnos una linterna para poder acceder al nivel más alto. De repente, una señora apareció tras una de las paredes del templo con un bebé que no debía tener más de una semana. Por las señas del anciano entendimos que aquella minúscula criatura había nacido allí mismo, dentro de aquel templo, hacía 5 días.
Desde la altura que nos proporcionaba aquel templo nos dimos cuenta de cómo los habitantes de esa zona han hecho de algunos de los templos sus casas. Esa familia tenía una precaria casa de madera al lado de los muros antiguos pero usaban el interior del templo para resguardarse del calor, de la lluvia o de otras inclemencias.
Además, toda la zona está plagada de campos de cultivo, así que no es raro ver un templo rodeado de los primeros brotes de la plantación, cabras que saltan los muros o un pastor que deja sus vacas junto a un montón de ladrillos rojos. En ese mismo templo perdido, sin nombre para nosotros, donde vivía aquella pobre familia, vimos un espectacular atardecer, de nuevo, los dos solos.
Todos los días salíamos a primera y última hora del día sobre las viejas bicicletas que nunca volvían al hostel tal como salían. Si a una no se le rompía el pedal se le deshinchaba una rueda, se le caía un radio de la llanta o simplemente, pinchaba.

Una de las cuatro inmensas estatuas de Buda del templo Ananda Phato te mira con esta cara pero...

...cuando te alejas unos metros y te giras, la misma estatua te sonríe...
La temporada de lluvias había llegado y, con ella, el calor –aún más– sofocante. Evitábamos las horas centrales del día cerca del aire acondicionado del hostel siempre y cuando los continuos apagones que se producen en todo el país no nos lo impidieran. Así que el día empezaba para nosotros siempre antes del amanecer ¡después de los madrugones de Angkor ya somos otros!
Pero si el premio por sufrir aquel asfixiante calor y los madrugones era poder disfrutar de las vistas de aquella inmensa llanura y sus miles de templos en soledad, bien merecía la pena visitar Bagan cuando nadie más lo hacía.
¡Hasta la próxima entrega!
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Entiendo que «seguimos» en Myanmar..me ha encantado este blog, me ha aportado muchísima calma y tranquilidad a este mediodía de martes en la oficina….me hubiera encantado ver a esa mujer con su bebé recién nacido….muchos besos desde ya un caluroso Madrid. Carola
Hola:
Extraordinario, esos amaneceres y atardeceres. Me ha sorprendido enormemente las dos caras del buda. Me cuesta creerlo. Y también me hubiera gustado ver a la madre con ese bebé, yo creía que lo sacarían, muy respetuosos. Hasta la próxima y muchos besos
Me gusta :) es un post súper espiritual, sobre todo las fotos aportan muchísima paz… Y Gabi estás muy guapa descalza leyendo :) un besote,
que cultura la de estos pueblos,aqui lo que no esta custodiado,esta usurpado o deteriorado por la mano del hombre.muchos cariños,ah el sur esta lleno de cenizas volcanicas de un volcan chileno en erupcion.
Veo estas fotos de amaneceres, los comparo con los que vivimos aquí, rodeados de edificios y coches, y no puedo evitar sentir envidia…
Y me uno al coro: ¡me hubiera gustado ver la foto del bebé!
Un abrazo,
j.
Inspirador…¿cuánto os habrá «cambiado» este viaje? Las fotos alucinantes..parece que siempre hay alguna que supera la siguiente…De todos modos, estoy segura que la llegada por la pequeña carretera al faro de Formentera…os continuará conmoviendo de igual manera!!!!!!!!!!!! Besos