El humo de las parrillas empezaba a inundar la ciudad trayendo consigo olor a sardinas y pimientos asados. Las últimas luces del día se despedían tras el perfil de la ciudad, marcando el inicio de la noche de ‘Sao Joao’, el patrón de Porto.
El paseo de Fontainhas, sobre el Duero, fue nuestro punto de partida en una noche en la que, como en España, se mezclan las tradiciones religiosas y profanas.
Quizás, la principal diferencia con nuestra noche de San Juan es que en Porto nadie tira petardos, lo que no dejaba de ser un gran alivio. El simple hecho de poder caminar tranquilamente entre la gente sin sobresaltarse por un repentino estruendo ni tener que controlar cual será el siguiente petardo que estallará al lado de tu oído era una gozada.
Sin embargo, pronto descubriríamos que no todo iba a ser tan tranquilo como esperábamos. Entendimos por qué durante el día nos habíamos hartado de ver puestos callejeros de venta de martillos de juguete, de esos que hacen ruido al golpear… Lo atribuimos a una posible moda pasajera entre los niños portuenses pero, ¡no!
A falta de petardos, la distracción popular iba a ser darle a todo el mundo que tuvieses a tu alrededor con el martillo de juguete en la cabeza.
Obviamente, tras recibir los tres primeros martillazos a traición y desarmados, no hubo otra salida que hacernos con un buen martillo a cambio de un -más que módico- euro y medio. A los cinco minutos ya no esperábamos a responder a un ataque sino que tomábamos la iniciativa con cualquiera que se cruzara con nosotros. Al fin y al cabo, acabó siendo una buena forma de interactuar con la gente.
Más adelante, nos explicarían que, antes de los martillos de juguete, la gente salía con puerros a la calle (sí, algo de lo más glamuroso). Con ellos golpeaban a la gente en la cabeza o incluso los daban a oler deseando buena suerte y fortuna. Como aquella era una de las pocas noches en las que salían las chicas, aquel ataque ‘con puerro’ era la mejor excusa para entablar conversación e intentar ligar antes de que saliera el sol.
Entonces, la gran pregunta era, ¿Cómo pudo desbancar el martillo de juguete al glamuroso puerro? La respuesta la hallamos allá por el 1.963 cuando un industrial de Porto llamado Manuel Boaventura inventó el primer martillo sonoro de juguete del mundo. Ese mismo año, Manuel regaló muchos de esos martillos a los estudiantes para la celebración de la ‘Queima das Fitas‘ y se convirtieron en un éxito en la ciudad.
Así, ya en el San Juan de ese año, se empezaron a ver más y más martillos de plástico que fueron sustituyendo al clásico puerro. Al cabo de unos pocos años, el gobierno municipal quiso excluir los martillos de la fiesta de San Juan entendiendo que el martillo no era un elemento tradicional de la fiesta. No lo consiguieron. Aquella novedad que se enfrentaba a la tradición se había convertido ya en un elemento indispensable de la fiesta.
Tras la preceptiva cena a base de ‘cervejas’ y ‘sardinhas assadas’ en una parrilla callejera, pudimos también degustar nuestra merecida ración de pólvora de San Juan. A pesar de que no hay petardos, a medianoche, se lanzan desde el medio del río y desde el puente Don Luis I unos fuegos artificiales al ritmo de la música que empieza a sonar por toda la ribera. Vamos, lo que creo que viene siendo un ‘piromusical’…
Los fuegos iluminan las bodegas de vino de oporto al otro lado del río, el increíble puente (obra de Eiffel) y las fachadas de las antiguas casas de la ‘Ribeira’ de Porto. Vale, quizás no era Times’ Square ni la Bahía de Sydney en fin de año. Pero, ni falta que hacía, seguro que el ‘yankee’ y el ‘aussie’ también habrían flipado con los fuegos y más aún con el emplazamiento.
Seguimos caminando por una ‘Ribeira’ llena de gente, dando y recibiendo martillazos sin parar y sorprendidos por el continuo ruido de los martillos de todo el mundo golpeando cabezas. De vez en cuando, nos topábamos con algún grupo que prendía el interior de unos globos hechos de papel que se dejaban volar. Y, aunque lo parezca, no era muy fácil porque muchos globos se quemaban en segundos antes de iniciar el vuelo. Por eso, cuando un grupo conseguía hacer volar uno de aquellos ‘balaos’, la gente de alrededor aplaudía y lo celebraba.
Al poco rato, cientos de ‘balaos’ se habían convertido en estrellas rojas que llenaban el cielo de la ciudad, alejándose lentamente del planeta.
Tras los fuegos, mucha gente camina por la ribera del Duero hasta la ‘Praia dos Ingleses’, en la desembocadura del río, donde se encienden hogueras que se saltan para acabar con un baño en el mar al amanecer. Nosotros preferimos seguir por el centro, callejeando entre la multitud y parando a tomar algo aquí y allá. Los empinados callejones nos seguían dando ese aire decadente y nostálgico que notamos durante el día y que generaba un interesante contraste con la fiesta que se vivía a pie de calle.
A la mañana siguiente, desde la misma ‘Praia dos Ingleses’, se inicia cada año una regata tradicional de ‘Sao Joao’, con unos barcos de madera llamados ‘rabelos’. Esos barcos se usaban para transportar el vino desde el valle del Duero, río arriba, hasta las bodegas de la ciudad.
Pudimos ver el final de la regata precisamente desde Vila Nova de Gaia, en la ribera donde están las tradicionales bodegas del famoso vino de oporto. Un vino característico ya que no es sólo vino sino una mezcla de éste con brandy. Eso le aporta, claro, más graduación (hasta 25º) y un sabor más dulce debido al azúcar que no llega a fermentarse. Aunque lo que realmente hizo triunfar al vino de oporto es que, al ser más alcohólico, resistía cambios fuertes de temperatura por lo que se pudo enviar más lejos… Como a la Inglaterra de finales del S.XVII en grave escasez de vino por la guerra con Francia.
De vuelta al otro lado del río, sobre el puente, disfrutamos una vez más de las maravillosas vistas de la ciudad y volvimos a adentrarnos en la decadencia de sus calles empedradas, negocios cerrados y casas que, aunque parecían abandonadas, tenían en un destartalado balcón ropa tendida al sol. Una imagen empeorada seguro por la profunda crisis que vive Portugal.

La albahaca es otro elemento típico de San Juan. Cada planta lleva algún mensaje para el Santo…

… Como este…
Una pena porque no era difícil imaginarse lo bonita que debía haber sido la ciudad en su época de esplendor, con todas aquellas fachadas de azulejos brillantes.
De todas formas, Porto nos había encantado y no nos importaría volver otro año a cambiar petardos por martillazos y sardinas en la noche de ‘Sao Joao’.
Para Inma, que nos ayudó a encontrar aquellos lugares de Oporto que no aparecen en las guías.
¡Qué descubrimiento esta noche de Sao Joao! Y qué miedo la cara de Gaby amenazando con el martillo…
Welcome back!
j.
Gracias Jorge! Es una buena escapada para un San Juan diferente aunque yo acabé con un leve dolor de cabeza, y no por la bebida!
Fantástico! Dan ganas de ir a las fiestas Sao Joao
Muchas gracias por comentar Nieves!
Me encantan tus fotos. Buenos encajes y un color magnífico.
Muchas gracias por el comentario Marcela! A nosotros nos encantan tus ‘dibujos de luz’. Alucinantes!
Abrazos!
¡¡Qué sorpresa¡¡¡ Recién hoy descubro este reportaje de la noche de los martillos. Creo que disfrutaría muchísimo con un martillo en la mano. Y qué fotos tan bonitas de una ciudad lamentablemente decadente, pero hermosísima con sus desniveles, sus azulejos y el hierro de su famoso puente. . Gaby, fantástica con el martillo. Felicitaciones por tan bonito recuerdo. Rosa