Formentera

Un día de mayo Bob se dirigió al puerto de Ibiza y pagó 14 pesetas por el billete del barco que le llevaría a la isla de Formentera. En menos de una hora llegaba al puerto de La Savina dispuesto a pasar una temporada en la isla, relajarse y dejarse llevar por el ritmo pausado de un lugar tranquilo. Lo necesitaba. Era 1.967 y el apellido de ese chico de 25 años era Dylan. Atrás dejaba unos intensos meses en los que fue catapultado a la fama, erigido en líder involuntario de diversas causas, presionado por discográficas y perseguido por fans y medios de comunicación. Necesitaba aislarse y alejarse de todo eso. Un accidente de moto fue la excusa perfecta para desaparecer del mapa por un buen tiempo. Bob escogió el lugar correcto.

45 años después el ferry de Balearia que me lleva de Ibiza a Formentera atraca en el mismo puerto de La Savina. El billete ya no cuesta 14 pesetas, ni siquiera 14 euros. Las motos de alquiler copan el parking y el muelle está repleto de grandes veleros. Los edificios bajos de apartamentos forman el pueblo en el que se convirtió aquel antiguo puerto y la carretera hacia Sant Francesc tiene carril bici. De todas formas, al margen de esas claras diferencias y muchas otras, espero encontrarme pronto con esa otra isla a la que llegó Bob casi medio siglo atrás.

Se dice que, durante su estancia, Dylan vivió en un molino abandonado. Sea cierto o no, yo prefiero alojarme en una de las acogedoras casas de Laura al lado de Sant Ferran de Ses Roques que ya conozco de anteriores visitas. Dejo la moto en el pequeño aparcamiento de gravilla y me dirijo hasta la entrada de la casa. Cada dos o tres pasos me sorprende un ruido de hojarasca que proviene de los setos a un lado y otro del camino. Enseguida recuerdo que debe tratarse de alguna de las lagartijas que viven en la isla huyendo temerosas por el ruido de mis pasos. Tan sólo espero unos segundos en el porche de la casa hasta que una de ellas sale entre las hojas para calentar bajo el sol su piel verde y azul.

Mayo y junio son dos buenos meses para visitar Formentera. Desde la segunda guerra mundial, cuando la isla recibió a muchos holandeses, Formentera ha sido un destino preferido para visitantes de diferentes nacionalidades. Después, en los sesenta, llegarían los hippies y más tarde los alemanes que, durante muchos años, han sido el grupo más numeroso. Algunos se quedaron, otros compraron casas en algún rincón de la isla como segunda residencia. Desde hace unos cuantos años, los alemanes han sido poco a poco reemplazados por los italianos. Ahora son éstos últimos los que compran terrenos o las casas de los alemanes. La llegada de los italianos en julio y agosto sólo puede calificarse de invasión. Más aún cuando Formentera es una isla que tiene 19 kms. de punta a punta y sólo 10.000 habitantes. Las últimas semanas de la primavera y las primeras del otoño pueden ser el mejor momento para poder disfrutar con calma de la isla y poder darse algún chapuzón en el mar.

Si no me falla la memoria esta es la sexta visita que hago a Formentera. A pesar de su tamaño, año tras año, he ido siempre encontrando algún camino o carreterita nueva que me llevaba a un acantilado que no conocía o a un aislado centro de tratamiento de basuras como en esta última ocasión. Sea como sea aún tengo la sensación de que quedan unas cuantos cosas por ver y, por supuesto, la posibilidad de seguir disfrutando de lo que ya conozco. En Formentera hay unos cuantos lugares que no pueden dejar de visitarse jamás.

Dejo la casa y tomo la carretera hacia Es Caló, el pequeño pueblo donde aún pueden verse los tradicionales cobertizos llamados ‘escars’, donde los pescadores guardan sus barcas.

Siguiendo hacia el este, la moto me empuja hacia arriba por la carretera de curvas que sube a La Mola, un gran pedazo de tierra que se eleva sobre el mar formando una meseta. El aire es fresco en las zonas de sombra. Al pasar por tramos soleados se nota el calor y, sobre todo, el olor a pino, a tomillo y a romero. Al final de esa carretera, en el extremo más oriental de la isla se encuentra el Faro de la Mola.

Sudamérica desde la Mola

Una placa conmemorativa a los pies del faro dice “Julio Verne, novelista genial y profeta de la ciencia eligió este lugar para el desarrollo de su novela Hector Servadac, viaje a través del Mundo Solar” En la ficción de Verne, el tal Héctor era un oficial francés que se encontraba en una isla del mediterráneo que es sacudida por un fuerte terremoto. Al volver en sí tras el temblor, ve que ha cambiado el horizonte, el día dura sólo 6 horas, todo a su alrededor -y él mismo- pesa menos y el sol sale por poniente. Tras muchas aventuras y situaciones cómicas los supervivientes se darán cuenta de que un cometa pasó muy cerca de la tierra y su fuerza gravitatoria arrancó un trozo de la corteza terrestre y ahora todos ellos vuelan sin rumbo por algún lugar del universo.

El faro de la Mola y los acantilados que lo rodean son espectaculares. Dicen que Bob paseaba durante horas por esta zona. La sensación al sentarse en el borde de la roca es abrumadora. El mar a ciento cincuenta metros bajo mis pies aparece inmenso. Mirando al frente, el horizonte separa con una línea nítida y levemente curvada el azul del mar del azul del cielo. Siento vértigo. Quizás, ese pedazo de tierra elevado, rodeado por verticales acantilados y coronado con el faro le dio la idea a Verne de que toda la isla se levantaría por ese punto al sentirse atraída por la fuerza gravitatoria de un cometa cercano.

Al regresar, paro antes de seguir descendiendo por la carretera para poder observar el resto de la isla desde lo alto. Se ve perfectamente la parte más estrecha de la isla que debe tener unos dos kilómetros. Hacía tres o cuatro años habíamos ido caminando de las playas de un lado a las del otro en unos veinte minutos. Al fondo se ve la isla de Ibiza y sus montañas.

La particular geografía de Formentera hace que no haya tantas playas como cabría esperar. La Mola, la costa oeste y el Cabo de Barbaria, al sur, son zonas rocosas y de acantilados. Aún así, las playas, en especial las del norte en el Parque Natural de las Salinas, son la parte más conocida de Formentera y su principal reclamo turístico. Playas de arena blanca y agua turquesa y cristalina.

Al lado de esas aguas turquesas poco profundas se suele ver agua de un color azul marino muy intenso. Bajo esas aguas crecen las praderas de posidonia. La posidonia es para el mar tan útil y necesaria como los bosques lo son para la tierra. No es un alga como se suele pensar sino una planta con tallo, hojas y flor. Los jardines de posidonia crecen en los arrecifes por lo que funcionan como una barrera natural para el oleaje, lo que frena la erosión de la costa y favorece la estabilidad de la arena en las playas. Pero su virtud más fundamental es su capacidad de generar oxígeno absorbiendo CO2. Esta es la razón por las que las aguas de esta zona son tan cristalinas.

La principal amenaza para estas praderas son las embarcaciones de recreo que fondean sobre ellas. Desde hace años está prohibido el fondeo sobre las praderas de posidonia, ya que produce un daño que puede extenderse y la regeneración del jardín es muy lenta. Aún así, son muchos los barcos que llegan a las calas de la isla y no respetan esta norma.

Vuelvo a la moto recorriendo el camino viejo de la mola, de vuelta, rodeado de muros de piedra. Las higueras, algunas de ellas sujetas con estacas para evitar que sus ramas toquen el suelo, dan sombra a las ovejas.

Un restaurante a pie de playa puede ser un buen lugar para comer. Un camino de tierra y arena, siempre más largo y tortuoso de lo esperado, me acerca al mar. La gastronomía de Formentera es sencilla y humilde, basada en los productos de la tierra, en lo que se tiene a mano y en lo que crece bien. Destacan pescado seco, sal, miel, queso, higos y vino. Actualmente sólo una barca se dedica a capturar rayas, cazones y musolas para secarlas al sol y conservarlas en aceite de oliva. Con ese pescado seco se prepara la ensalada pagesa, uno de los platos típicos de la isla. De postre, para mí un Flaó que es una tarta de queso con hierbabuena y limón, contundente pero de sabor muy refrescante. El licor de hierbas de la isla ayuda a la digestión.

Amanida pagesa…

… i flaó

Continúo el camino hacia el oeste y, en Sant Francesc, tomo la carretera hacia el sur para llegar al extremo más meridional de la isla, el Cabo de Barbaria. Paso por zonas con pequeños bosques de pinos y de sabinas. Las más aisladas están tumbadas por la fuerza del viento. De pronto, los muros de piedra, las ovejas, los pequeños campos de trigo y los árboles desaparecen. El paisaje se llena de piedras y matas bajas. La estrecha carretera sigue subiendo hasta que un cambio de rasante me muestra el Faro de Barbaria, rodeado de acantilados. El escenario es aún más impresionante que en La Mola.

Me dirijo a la derecha del faro donde los turistas se han dedicado pacientemente a apilar piedras en pequeñas pirámides. Muchos dicen que es obra de extraterrestres. Vuelvo a ver un agujero en el suelo, es una cueva que tiene salida al acantilado sobre el que descansa el faro y que se hizo aún más famoso – como el resto de la isla – por la película ‘Lucía y el sexo’. Alguna vez me había costado encontrarlo, ahora es fácil porque siempre hay gente a su alrededor. Lo que sí sigue costando es subir otra vez a la superficie desde el fondo del agujero…

A la izquierda del faro, un camino me lleva hasta la vieja torre de vigía de Es Garroveret del S. XVIII que me hace recordar los tiempos de las invasiones y las reconquistas y de los ataques de piratas. Parece un buen lugar para fotografiar por la noche así que volveré más tarde y así, de paso, veo si me encuentro a una cuadrilla de extraterrestres apilando piedras pacientemente y no me caigo en el agujero.

Quizás, antes de eso, pase por la Cala Saona, al oeste de la isla… por el chiringuito que montan en verano sobre las rocas. Es un buen lugar para ver el atardecer y el sur de Ibiza, con el particular perfil de Es Vedrà, que dibuja sobre el horizonte el perfil de un gigante dragón que saca la cabeza del mar para mirar al sur (con un poco de imaginación claro…)

La casa donde me alojo está al lado de Sant Ferran, un pueblo que Bob Dylan conoció bien. A escasos metros de la iglesia se encuentra la Fonda Pepe, un bar que abrió Pepe Tur y su mujer Katalina (aun en la entrada puede leerse Fonda P. y K.) y que desde 1.953 ha visto pasar por su barra y mesas a toda la gente de la isla, sus visitantes y artistas. Bob entró en seguida en contacto con Pepe y pasaba en el local gran parte de su tiempo. En las noches de verano el bar no cerraba. Sus puertas y ventanas permanecían abiertas todo el día.

Hoy todo ha cambiado pero la Fonda Pepe sigue manteniendo un aire de su pasado hippie, bohemio y soñador. La gente se sienta en sillas de plástico en la calle y Julián, el hijo de Pepe, recoge los vasos que la gente deja alrededor del local. En la playa de Migjorn, Dylan frecuentaba también la Cantina Mari Jesús, entonces un minúsculo chiringuito muy concurrido por los expatriados desde la mañana hasta primeras horas de la tarde. Hoy ese lugar se llama ‘Blue Bar’, quizás uno de los locales más conocidos de la isla de inspiración, de nuevo, extraterrestre.

Molí vell de la Mola

Ya es de noche y está despejado, la luna se pondrá por el oeste en un par de horas. Me dirijo al norte de la isla, a las salinas de camino a Illetes. Al borde de una de las salinas que fueron la única industria de la isla durante décadas me siento a ver el cielo estrellado y su reflejo en la fina capa de agua a mis pies. Las estrellas reflejadas parpadean acompasadas con la brisa que mueve la superficie del agua. A mi izquierda se nota la contaminación lumínica de Ibiza y a la derecha, la de Es Pujols, el pueblo más turístico de Formentera.

En plena noche cruzo la isla de norte a sur para volver al faro de Barbaria. La oscuridad es absoluta y, al superar el último cambio de rasante de la carretera, uno de los haces de luz del faro me deslumbra por un momento.

Catorce segundos de oscuridad y de nuevo por mi derecha veo como se ilumina una porción de tierra, la luz me deslumbra y se desvanece rápido por mi izquierda. Mientras camino hacia la torre de vigía puedo ver a lo lejos algunas luces de la playa de Migjorn y, al fondo, sobre la mola, el destello del otro gran faro de la isla. Las estrellas y la vía láctea se ven con más claridad en esta zona que en las salinas. La única contaminación lumínica es la del faro que he dejado unos quinientos metros atrás y que, en este caso, me ayuda a iluminar la torre de vigía.

Una suave brisa del mar llega por encima de los acantilados. El silencio es total, apenas puede oírse el leve rumor de las olas chocando contra las rocas del acantilado casi cien metros por debajo de donde me encuentro. La soledad es absoluta, no hay rastro alguno que indique la presencia de los extraterrestres, quizás los haya asustado.

Bob Dylan dejaría la isla unas cuantas semanas después. A su regreso a Estados Unidos se celebraba en San Francisco el llamado ‘Verano del amor’, un festival y concentración hippie que movilizó a jóvenes y estudiantes en favor de la paz y el amor y en contra a la Guerra de Vietnam.

Después de ese verano de 1.967 cientos de hippies acudieron a Formentera, les siguieron artistas y turistas. Vinieron a buscar un ambiente de sosiego y armonía con la naturaleza en una pequeña isla donde se les acogía con sencillez y amabilidad y donde era fácil encontrarse con la soledad y sentir la fuerza del mar y la tierra, esas fuerzas telúricas que debieron inspirar a Verne. Creo que lo encontraron y por eso volvieron durante años.

Hoy también es posible encontrar eso aunque quizás haya que alejarse un poco más o llegar un poco más tarde que el resto. Quizás se pueda encontrar al lado de un faro, sentado al borde de un acantilado en mitad de la noche.

16 Respuestas a “Formentera

  1. ¡¡Qué hermoso e idílico parece¡¡ Para plantearse ir un fin de semana al final de septiembre.
    Y recorrerlo en Vespa. Gracias por compartir fotos, sensaciones, pensamientos, logras que casi parezca que vamos en el asiento de atrás.
    Un fuerte abrazo y sigan alimentando el blog.
    Rosa

  2. «Un restaurante a pie de playa puede ser un buen lugar para comer.»[…] un tentempié?
    Me has hecho recordar muy buenos momentos, de los mejores de mi vida! Un fuerte abrazo!!!

  3. ¡Wow! Y pensar que a veces creemos que es necesario alejarnos miles de kilómetros para encontrar lugares paradisíacos…
    ¡Fantástico post!
    Un abrazo,
    j.

  4. Es el paraíso…sin duda…se vaya las veces que se vaya…¿cuándo volvemos?
    La compañera silenciosa de este año. Muchos besos, Gegko!!!!!!

  5. Óscar, muchas gracias!

    Rosa, gracias! Un fin de semana no… mínimo 3 noches!

    Martina, Sergio… compramos los billetes o qué?

    Mincho! jajaja, qué grande… qué buenos recuerdos aquellos días por Ibiza y Formentera! Fue mi primera visita a la isla… A ver cuando venís por aquí y repetimos. Un abrazo muy fuerte para todos!

    Gracias J! Siempre ahí!

    Vero, creo que en octubre, jeje! Gracias por la fidelidad ;-) Besos

  6. Hola que tal, acabo de descubrirte y tambien acabo de volver de Formentera. Fotografias y escribes muy bien y con corazón. En Junio cuesta encontrar esa paz y calma en la Isla pero al final las encuentas cuando menos te lo esperas. Enhorabuena por el Blog.

  7. Genial, me ha encantado el texto y las fotos. Como residente de este paraíso, al leer el texto he entendido a la perfección las sensaciones que te brinda esta pequeña gran isla. Sus playas, la naturaleza y la sencillez en si de la gente y la isla es maravilloso. La pena es que en mi opinión se está sobreexplotando. Cada día cientos de turistas llegan a la isla, y no son conscientesde lo importante que es cuidarla. Tiran basura en las playas y en el mar con sus yates, destrozan la posidonia. En mi opinión, además de cuidar la isla, deberían aprovechar y disfrutar más allá de las playas: ir a un restaurante de aquí y probar la gastronomía típica, no ir un restaurante a comer lo que ya comen en su país. A parte ayudaría a los negocios de la gente de aquí, que al fin y al cabo somos los que estamos aquí todo el año. En fin, estoy agradecida de vivir aquí, de que esto no sea una versión extendida de Ibiza y de que aun haya gente que sepa disfrutar de los pequeños placeres que te da la vida.

  8. Amo a mi Isla bonita siempre la tengo en mi corazón y en mi pensamiento. Mis hijos viven en ese paraíso, si pueden alguna vez no sé la pierdan , tiene las playas de las cinco mejores del mundo. Gracias por contarnos esa bonita historia yo enpece a verla por esa fecha, salbage y maravillosa ………..

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