Allá donde se encuentran las aguas del Mekong y el Tonle Sap nació la ciudad de Phnom Penh, la actual capital de Camboya.
Pero no fue en sus inicios, sino en las últimas décadas, cuando la ciudad empezó a ser lo que hoy es, quizás con la salvedad de la colonia establecida por los franceses que hoy se advierte en la arquitectura de algunos edificios y en las ‘baguettes’ que afrancesan la rica gastronomía local.

Arañas, pájaros, cucarachas, grillos… todo bien frito!
La ciudad que en los sesenta contaba con apenas medio millón de habitantes, llegó casi hasta los tres millones por la llegada de refugiados de la guerra de Vietnam. Tanto los vietnamitas como los camboyanos que vivían al este del país y recibían continuos bombardeos americanos.
La turbulenta historia reciente de la capital se siguió escribiendo a base de capítulos cada vez más negros, cada vez más tristes. Llegaron los años de la guerra civil y después el desalojo total de la ciudad por parte de los jemeres rojos en 1.975, que devolvieron al país a la edad de piedra de la noche a la mañana, dejando la capital con sólo 50.000 habitantes entre militares y miembros del partido.
En 1.979, con la liberación por parte de los vietnamitas, Phnom Penh -y toda Camboya- tenía la enésima oportunidad de normalizarse. Pero durante los ochenta las consecuencias de la posguerra y del régimen de los jemeres rojos se hacía sentir en la capital donde la pobreza, las enfermedades y el hambre asolaban tanto o más que en el campo. Se acercaban los noventa pero por las calles de la capital se veían transitar muchas más vacas que coches.
Y llegaron los noventa con nuevos aires. Con la llegada de un gobierno transitorio de las Naciones Unidas, Camboya se abría al exterior, miles de expatriados de Naciones Unidas hicieron crecer el comercio local, empezaron a llegar los primeros turistas y las calles de aquella ciudad, en las que durante tanto tiempo habían acuciado las necesidades más básicas, empezaron a ver como proliferaban bares y restaurantes. Llegaban los extranjeros y, con ellos, los dólares y la modernidad.
Hecho el repaso de la historia reciente del país y de la ciudad lo mejor de Phnom Penh es la sensación de que sus gentes no miran hacia atrás. Lo pasado, pasado está, y la mejor forma de encarar el día a día es con una sonrisa que mira hacia delante y que sobresale aún más al conocer el triste pasado que asoló, durante décadas, a esas gentes.
Recorrimos durante cuatro días sus calles y templos, sus museos y el agradable paseo a orillas del río que acaricia con una suave brisa la costanera fluvial de la ciudad. El Palacio real y Pagoda de Plata destacan entre los escasos atractivos turísticos de la ciudad cuya vida se siente más auténtica en sus callejones, en las terrazas y en los negocios que, invariablemente, invaden las aceras.
En templos que ni siquiera aparecen en las guías descubrimos pequeños tesoros en forma de altares, budas escondidos en húmedas estancias y cientos de monjes que viven enclaustrados en una permeabilidad que nos sorprendió. Charlamos durante horas con algunos de ellos. Hablamos de religión, de política, de la muerte y de las relaciones personales de aquí y de allá. Conversaciones enriquecedoras que nos dejaron ver que esos monjes que teníamos idealizados; imaginándolos en su recogimiento, en el desapego a todo lo material, en su búsqueda del Nirvana, se habían visto totalmente influenciados por la modernidad, por los móviles, los ordenadores portátiles y las cámaras de fotos.
A orillas del río desayunamos un croissant tan delicioso que nos podía trasladar a las empinadas cuestas de Montmatre con sólo cerrar los ojos. Estábamos en el ‘Foreign Correspondents’ Club’, uno de los establecimientos con más historia de la ciudad. Un bar en una magnífica casa colonial con vistas al río que era el punto de reunión para los corresponsales internacionales que cubrían las noticias de la guerra. Hoy, además de ofrecer un café digno de una cafetería italiana y los mentados croissants de mantequilla, alberga una fantástica colección de fotografía.
Y, mientras esperábamos el visado para nuestro siguiente destino, seguimos recorriendo. Llegó el fin de semana y, con él, la locura de la lucha camboyana. ‘Oye, ¿qué pasa en ese bar?’ No cabía un alfiler. Con las sillas agotadas aún quedaba algún hueco en el suelo, o sobre aquella caja de cervezas, sino, lo veis desde la calle, de pie. El barullo era impresionante. Ante el televisor decenas de enloquecidos seguidores gritaban el nombre de su luchador, aquél por el que habían apostado miles de rieles mientras en el ring del estudio de televisión los contendientes se zurraban de lo lindo.
‘Mañana más’, nos dijeron. Y, atención, podíamos ir a la tele a verlo en directo y gratis. Así, a la tarde del día siguiente el ‘tuc-tuquero’ que nos había llevado de aquí para allá durante la mañana se acercó a nuestro hostal para llevarnos a ver la lucha. ‘Sí, sí, a las cuatro está bien’ nos dijo. Llegamos a las puertas del estudio de televisión y una muchedumbre se agolpaba frente a la entrada principal. La audiencia que aguardaba la apertura de puertas era bastante joven, no parecía el público típico de lucha, aquél que abarrotaba los bares de la ciudad.

Nuestro ‘amigo’ el tuc-tuquero
Nos acercamos a la puerta y preguntamos al guardia de seguridad, que hablaba tanto inglés como nosotros camboyano. Aún así nos entendimos:
– ‘Excuse-me, fighting?’ (mientras imitábamos a los luchadores dando puñetazos al aire).
– ‘No, no… concert’ dijo tan pancho.
– ‘Concert?’ respondimos sorprendidos. ‘Fighting finish?’
– ‘Concert’
– ‘But we were told that…’
– ‘Concert’
Todo cuadraba: La chavalería que esperaba para entrar, la bromita del amigo del tuc-tuquero cuando nos preguntó riéndose si íbamos a ver el ‘fighting’ al salir del hostal y, por supuesto, la cara dura de nuestro querido chófer. El plan era sencillo, ‘yo a estos los llevo a la lucha pero como ya se habrá acabado los traigo de vuelta, cobro igual, y no me paso la tarde esperando’. Pero la jugada le salió mal. El pobrecillo no sabía que este par que suscriben se apuntan a un bombardeo y si se trata de un concierto de música camboyana aún más. Nos metimos en el estudio donde pasamos casi dos horas sin entender una palabra y disputándole el protagonismo a la propia presentadora. En aquel estudio de estar por casa cantábamos más nosotros que los propios artistas que fueron desfilando por el escenario interpretando canciones de pop romántico camboyano. Y es que aunque no entendimos nada aquello tampoco era un concierto sino, más bien, una mezcla entre Operación Triunfo y Factor X de lo más divertido. A la salida el tuc-tuquero se quería matar…
Recogimos nuestro visado y nos empezábamos a despedir de aquella ciudad que, sin tener mucho, nos atrajo desde el principio por la simpatía y amabilidad de la gente local con la que coincidimos. Aún quedaba tiempo para una última visita al mercado central y, después, a esperar el autobús. Un largo camino nos esperaba para alcanzar nuestro siguiente destino.
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Fantàstic!
tenéis razon Phnom Phen no tiene mucho pero tiene algo que atrae! Yo recuerdo aquella esplanada enfrente de la pagoda de plata haciendo un picnic como el resto de locales, mirando al río ver pasar las amiguitas las ratas, por suerte a lo lejos!! Que buena anécdota, si señor adaptándose a las circumstancias y disfrutando de lo que viene!! un abrazo a los dos!! Marcial estas muy guapo en la foto con barba, te queda muy bien!!
Estás guapísimo en la foto con barba…
Me encanta el retrato del señor mayor….
No me puedo creer la historia del «fighting» versus «concert»…jajajaajaj!!!!!de lo mejor: las sillas de plástico terracero del plató de TV!!!Un beso fuerte!Carol
Menudo cambio en la última foto, Martiale!
..Con lo interesante que estabas con la barba estilo Che Guevara.
Me encanta la foto del niño con la gorra de Snoopy.
Mañana vamos Chemita, Jorge, Quicu y yo para Valencia a disfrutar de la gran final. Sabes que en ese coche faltas tú, pero a ti te tocará ir a la Canaletas vietnamita! (O china, o india, o peruana o donde sea que estéis mañana).
Besetes a los 2.
Muy buena la foto de las flores de lantana camara y coincido con Carol en el retrato del señor mayor. ¿Probasteis alguna delicatessen del mercado central bien tostadita?, yo creo que no me habría atrevido. Muy buena la del tuc-tucde los tres. Muchos besos .
Genial la historia de «fighting?» me estoy riendo sola!!!! Tato guapísimo en la foto primera con la barba…en la segunda te he creído a un paso de convertirte al budismo ;-D.
Loads of love! Ánimos para el partido!!!!
Confesadlo: ¿comísteis insectos bien rebozados? ¿O fue todo a base de croissants?
¡Me ha encantado la foto del retrovisor del ‘tuc-tuc’!
Un abrazo,
j.
Lo de la foto con barba tuve la suerte de poder decirtelo personalmente y coincidir con algunas opiniones de vuestros fieles seguidores.
¡¡Qué familiares me resultan ahora esas situaciones entre falsas confusiones y deliberados engaños¡¡
En un estudio de TV un concierto de música autóctona, en un futuro cercano tal vez tengaís oportuidad de asistir a otro, en algún gran teatro. (aquí algo de trampa, haciendo de pitonisa)
Besos
MM
Gracias a todos. Sobre todo por los cumplidos de las fotos y de lo bien que le queda la barba a Marcial, jajaja!
Y… no, no tuvimos el valor de probar los tostaditos del mercado. Con el arroz y los noodles nos bastamos por ahora.
Carlos, una pena lo de Valencia, aunque me dijo un pajarito que la paellas y las copas muy bien. Quedaros con eso por ahora que la orejona ya la tenemos encargada…
Rosa-pitonisa, a partir de ahora verás el blog con otros ojos… después de las experiencias vividas por aquí.
Un abrazo!