Yangon, Mandalay, Bagan e Inle. Habíamos visitado los cuatro puntos clásicos de cualquier ruta turística en Myanmar. Todo el mundo hacía básicamente lo mismo. Pero ¿por qué? La respuesta es bastante clara. Los turistas ven lo que la junta militar del país quiere que vean. Más hacia el Norte o hacia el Sur, los turistas no pueden llegar. Son las nuevas fronteras del país.
Lo que se esconde en esos lugares inaccesibles para el visitante es algo oscuro. Se habla de etnias oprimidas y de grupos minoritarios perseguidos, como los católicos del Norte o los Chin en el Oeste. También de abusos de derechos humanos, trabajos forzados y demás. La deleznable trastienda de la dictadura.
Llegamos hasta donde pudimos. Más allá no había autobuses para nosotros. En aquellas tierras al Sur, cerca de la penúltima frontera, descubrimos un Myanmar, si cabía, aún más auténtico del que pudimos vislumbrar en los anteriores destinos.
Y como siempre, lo que más destacaba entre las decadentes calles de los pueblos era la gente. En aquellas tierras mucho menos transitadas por los extranjeros los niños perseguían a lo loco nuestro tuc-tuc hasta que les saludábamos, éramos el centro de atención en cada lugar y la gente ni siquiera nos devolvía los saludos. El estupor al oír nuestros ‘mingalabas’ o cualquier otra palabra que dijéramos en su idioma les dejaba simplemente paralizados. O, si iban en grupo, se miraban sorprendidos y decían algo así como ‘¿has oído eso? ¡Han dicho ‘mingalaba’!’. Fantástico…
En los mercados de los pueblos no había ni un solo puesto de artesanías. Sólo pescado, frutas, verduras, carne, especias, herramientas y antiguas básculas con pesos de kilo y pilas gastadas para los gramos. ‘Ponme cuatro pilas de clavo y dos de perejil’.
Y entre sus calles aparecían, como siempre, decenas de templos siempre animados. Algunos sobre el mar, otros escondidos en profundas cuevas… lugares impresionantes que no aparecen en los pósters de las guesthouse o en los folletos turísticos.
Dejábamos Myanmar con la visión más auténtica de aquella tierra y sus gentes. El Sur nos había sorprendido aunque nos dejó de nuevo con ese sabor agridulce con el que habíamos recorrido el resto del país. La maravillosa bondad de las gentes con las que nos cruzamos o compartimos algún momento no nos podía hacer olvidar lo que se escondía al otro lado de la penúltima frontera.
–
La publicación de este post coincide con la exposición fotográfica de nuestra amiga brasileña Simone sobre los refugiados birmanos en India. Si queréis conocer algún dato más aquí podéis ver la nota de prensa de la exposición.
–
..»la maravillosa bondad de esa gente…», otros visitantes de Myanmar lo han dicho. ¡¡Qué triste que estén en esa situación.
Gracias por acercarnos a esa realidad, es importante todo lo que se pueda difundir.
Un fuerte abrazo y hasta la próxima
MM
Holaaaa…….!!!
Qué pena da cuando se lee «penúltima frontera» ….aunque tengamos ganas de veros….pero lo que transmitis es espectacular!!!!increíble éste post!!! Marcial, para no gustarte los retratos, te han quedado estelares!!!
ptnets a los 2!!!!!
Qué momentos…suerte que el guión nunca os pedirá seleccionar el sitio favorito o la experiencia que más os ha marcado…Qué ganas de achucharos!!!! Vero
Hermosas fotos las que habeis tomado en birmania , es un disfrute leer cada entrega con las cronicas de su viaje. Saludos desde Montevideo Uruguay
hermosa experiencia,salirse de lo que te quieren mostrary poder conocer la realidad,muchos cariños.
¿De verdad no vais a explicar nada sobre ese templo en mitad del mar? ¿Qué hace allí? ¿Cómo llegasteis?
Un abrazo,
j.
Otra vez… ¡ enhorabuena por las fotografías ! Son magníficas.