Llegamos a Banjarmasin demasiado tarde. Directos al hotel más apetecible de cuantos aparecían en la guía y entraban en nuestro presupuesto y… ‘I’m sorry Míster, is full’. Lleno, a seguir buscando. Tras caminar un buen rato y preguntar en distintos hospedajes de muy dudoso cobro encontramos uno limpio y con habitaciones libres. Tuvo que pasar poco tiempo hasta que vimos la primera minifalda en la recepción. Una minifalda demasiado corta y unos tacones demasiado altos para un país musulmán. Efectivamente, otros detalles lo acabaron de confirmar, estábamos en un hotel por horas compartiendo los tres la misma cama. No quedaba otra.
El chico de la recepción, asombrado por nuestra presencia en aquel lugar, empezó a hacer gala de las escasas treinta palabras que conocía del inglés. Avispado como el sólo nos logró preguntar qué queríamos visitar en esa zona. ‘Tanjun Puting’ le contestamos. Él respondió con otra palabra de las pocas que conocía: ‘Guide’. ‘No, no, gracias. Son las dos de la mañana y ahora no nos hace falta un guía. Mañana hablamos’.

Aceite de tortuga... para todos los males
Pero cuando mañana fue hoy ya no hizo falta hablar. Eran casi las diez de la mañana y debíamos organizar el viaje al Parque Nacional Tanjun Puting. Nada más poner el pie en la recepción, un chico que estaba allí sentado se dirigió a nosotros y nos dio la mano. ‘Soy Mukani, guía de viajes’ dijo en un inglés más que aceptable. Mukani llevaba allí desde las siete de la mañana esperando a que amaneciéramos. El recepcionista, le había llamado nada más saber que había unos turistas en su motel para intentar conseguir una pequeña comisión. Así funcionan las cosas en Indonesia.
Ahí empezaron las largas ocho horas que nos tomó organizar el viaje al dichoso parque nacional. Mukani nos llevó de una agencia a otra para conseguir los vuelos hasta Pangkalan Bun, cerca del parque, y de allá hasta Jakarta. Llamó varias veces a su colega de Pangkalan Bun para averiguar precios y horarios… Muchas pequeñas aerolíneas indonesias no tienen página web y cambian sus servicios y horarios casi cada semana. Nunca hay garantía de que el vuelo salga… la única cosa segura es que todas esas aerolíneas aparecen en la lista negra de aviación de la Unión Europea pero, en esas circunstancias, o lo tomas o te quedas en casa.
Mukani se desvivió para que le contratáramos el tour por el parque nacional. ‘Hace 23 días que no veo a ningún turista en la ciudad’ nos reconoció. ‘Mi madre ha rezado todos estos días por mi. Ha rezado para que apareciera algún turista que me diera trabajo y, gracias a ella, os encontré esta mañana’… Nos ofreció el mejor precio posible para recorrer el parque durante tres días en un Klotok (embarcación típica de la zona). Después de muchas horas de idas y venidas, llamadas, visitas a diferentes agencias y demás nos estrechamos la mano y pagamos lo convenido. Mukani estaba feliz. Entre gestión y gestión nos había llevado a comer a un restaurante local y, por la tarde, con todo ya cerrado para el día siguiente, nos acompañó por la ciudad enseñándonos los rincones más interesantes de Banjarmasin que, de primeras, parecía más bien una ciudad desordenada y sucia como tantas otras en Indonesia. ‘La verdad, no tengo nada mejor que hacer’ nos dijo. Cuando ya caía la noche y pensábamos que había llegado el momento de despedirnos de Mukani, aún quedaba otra cosa por hacer: ir a su casa a conocer a su madre, la que había rezado para que nosotros apareciéramos. No nos pudimos negar.

Con Mukani
Acabábamos, al fin, un día de lo más surrealista. Quizás os preguntéis por qué perdimos aquel día –y toda nuestra paciencia- en organizar un viaje a ese lugar. La respuesta, intentar conocer a los orangutanes, literalmente, los hombres de la selva. En la actualidad sólo es posible ver orangutanes en estado salvaje en las islas de Borneo y Sumatra. El Parque Natural Tanjun Puting es uno de los mejores lugares para hacerlo.
Al día siguiente nos despedimos de Mukani y subimos a una avioneta. Tras una escala, llegamos a Pangkalan Bun y de allí a Kumai, a las puertas del parque nacional. ‘Mister, su comida está lista en el klotok’. En seguida nos trasladaron a nuestra embarcación donde nos esperaba el capitán Ali y su ayudante Momo, junto con Yusa, la cocinera. Para rebajar el precio habíamos decidido prescindir de guía, así que en nuestro ‘klotok’ nadie hablaba inglés y nosotros todavía no habíamos pasado de la lección uno de indonesio de supervivencia. Aun así, para lo básico nos entendíamos con la tripulación y lográbamos intercambiar algunas frases con nuestros nuevos compañeros de viaje. Sin embargo, no sabíamos si íbamos a ir solos en el ‘klotok’, desconocíamos cuáles iban a ser las paradas, los horarios… Todo nos iba a pillar por sorpresa, lo que resultó ser mucho más divertido que saber todo lo que uno se va a encontrar, como sería habitual en un viaje organizado.

El capitán Ali con Gaby y María
El ruido monótono del ‘klotok’ y la tranquila velocidad hicieron que pronto nos conquistara una atmósfera relajante y, observando los márgenes del río en busca de algún animal exótico, fuimos avanzando hacia nuestro destino. Con tanto ajetreo visitando diferentes islas en Indonesia, María había tenido pocos días de playa en los que relajarse, pero en aquel ‘klotok’ empezaba a encontrar la tranquilidad que venía buscando.

María y Gaby en la cubierta del 'klotok'
Tras una hora de navegación divisamos numerosos monos narigudos que jugueteaban en los márgenes del río, colgándose de rama en rama y persiguiéndose entre ellos. Esta especie de monos sólo se encuentra en Borneo, la isla que comparten Indonesia, Malasia y Brunei. Un poco más adelante, otros monos. Esta vez los macacos grises que, con una increíble agilidad, eran capaces de saltar al klotok para robar cualquier pedazo de comida o fruta que estuviese a su alcance.

Mono narigudo en pleno salto
Al día siguiente alcanzamos ‘Camp Leakey’. Caminamos unos cuantos metros desde el muelle y, al llegar a las cabañas que fueron allí construidas en los setenta, vimos al primer orangután. Gina nos esperaba un poco antes de la hora de comer, con su hijo en brazos. Erguida, aguantando al pequeño, disfrutaba de unas ricas bananas que uno de los cuidadores le había dado. Nos sorprendió ver como no dejaba en ningún momento a su pequeño, al que protegía ante cualquier amenaza.
El campamento ‘Camp Leakey’ fue construido en el año 1.971 por la Dra. Biruté Galdikas y su marido Rod Brindamour con el objetivo de acoger a orangutanes huérfanos, iniciar investigaciones y ayudar a la conservación de estos animales. Durante años, cazadores furtivos capturaban orangutanes y los separaban de sus crías, que eran vendidas como animales de compañía, hasta que crecían y se convertían en una molestia para sus dueños que los sacrificaban o abandonaban a su suerte fuera de su hábitat.
Una ley dictada unos años antes había conseguido acabar con ese comercio prohibiendo la caza y comercialización de orangutanes. Sin embargo, los animales que se recuperaban del tráfico no podían reintegrarse a la naturaleza directamente porque suponían una amenaza para el medio y podían transmitir enfermedades nuevas contraídas durante su vida en cautividad. El objetivo de Galdikas era cuidar de los orangutanes huérfanos y reintegrarlos después en un hábitat natural que, en el caso de Tanjun Puting, era un rincón de la inmensa selva de Borneo donde no había orangutanes. Era un lugar protegido, a salvo de los cazadores furtivos.
Antes de comer en el ‘klotok’ encontramos de nuevo a Gina y a su bebé en el muelle. Su caso es uno de los más particulares ya que Gina se relaciona mucho con los humanos, es mucho más sociable que sus congéneres que, por naturaleza, son los simios menos sociables de todos. Ni siquiera está claro que sean sociables entre ellos ya que suelen ser solitarios o moverse en grupos muy reducidos. Se investiga si ese comportamiento es natural o, más bien, viene dado por la escasez de fruta en la selva que, sobretodo, en la época seca, no sería capaz de generar alimento suficiente para un grupo muy numeroso de orangutanes que se movieran por la misma zona.
Acabamos de comer y Gina seguía allí con su cría, nos acercamos de nuevo y tras pasar un buen rato con ella era inevitable ver en sus expresiones y en el brillo de sus ojos rasgos de un hombre al que solo le faltaba empezar a hablar en cualquier momento.
El proyecto iniciado por Galdikas fue todo un éxito, decenas de orangutanes huérfanos fueron devueltos a la naturaleza en esta reserva natural. Hoy, 40 años después de su inicio, el proyecto de la Dra. Galdikas sigue desarrollándose y se ha convertido en el programa de estudio de mamíferos más longevo de la historia desarrollado y dirigido durante toda su vigencia por la misma persona.
El personaje de la Dra. Galdikas estuvo muy influenciado por su mentor, el Dr. Louis Leakey -quien le da nombre al campamento- y que también fue mentor de otras dos científicas muy conocidas. Por un lado, Jane Godall que se dedicó al estudio de los chimpacés y, por otro, Dian Fossey que, en África, estudió la vida de los gorilas y cuyo trabajo inspiró la popular película ‘Gorilas en la niebla’. Galdikas es, además, la fundadora de la Orangutan Foundation International.
Regresamos después de comer al campamento. A las dos era la hora de la comida para los orangutanes. A diferencia de lo que pudiera parecer, los orangutanes no se han acostumbrado a bajar de los árboles a comer lo que les ofrecen los hombres. De hecho, no se les alimenta todos los días y, a veces, no aparece ni un solo orangután a comer las bananas o la leche que les dejan. Mala suerte para quien esté de visita pero buenas noticias para los cuidadores. Si ningún orangután se acerca a por esa comida es que en la selva, en su medio natural, han encontrado suficiente alimento.
A la vista de los orangutanes que aparecieron aquella tarde no debía haber mucha fruta en la selva. Las hembras, siempre con su inseparable cría a las espaldas aparecían desde cualquier árbol de cuantos nos rodeaban, moviéndose con una facilidad envidiable de un árbol a otro, agarrándose a ramas tan pequeñas que parecía que iban a quebrarse dejando caer a aquellos hombrecillos rojos al vacío. Pero ninguna rama se partía, si acaso, se doblaba al soportar su peso y les permitía alcanzar árboles, si cabía, aún más alejados.
Siete u ocho orangutanes se acercaron a la plataforma donde estaba la comida. Unos agarraban unos plátanos y desaparecían en la frondosa selva, otros se quedaban allí comiendo y bebiendo la leche que siempre parecía ser poca.

Un poquito más por favor...
Todos los orangutanes eran hembras y casi todas llevaban una cría a sus espaldas. ‘¿Dónde están los machos?’ preguntamos. ‘Los machos no, el macho’ nos respondieron. En cada grupo de orangutanes o en cada zona de la selva hay un macho dominante que es el rey. En su territorio no puede haber ningún otro macho adulto a no ser que quiera enfrentarse al rey para conseguir su trono. En ocasiones, esas luchas acaban con la vida del perdedor. Tom, el actual rey, se hacía de rogar. Él había alcanzado su corona luchando contra su propio padre, al que expulsó de aquella zona. Si ese enfrentamiento sin escrúpulos nos sorprendió, aún lo hizo más el hecho de que Tom mantuviera relaciones sexuales con su propia madre, como si no hubiera superado el síndrome de Edipo.
Nos explicaron que aunque no es lo más habitual, ese tipo de circunstancias pueden darse. Los Orangutanes no forman parejas estables ni familias. El rey tiene encuentros con las hembras que le rodean aunque los idilios no suelen durar más de cuatro o cinco días. A partir de allí, las hembras lo hacen todo, tienen al bebé y no se separan de él, llevándolo a cuestas, hasta pasados entre cinco y siete años. Puede parecer mucho pero en el caso de los humanos hay hijos que no se separan de sus madres hasta bien entrados los treinta, aunque no vayan literalmente colgados de su espalda. No vayamos a pensar que nosotros somos los más evolucionados en todo.
Tom no apareció y sólo vimos hembras y crías. Mala noticia para nosotros pero buena para los científicos.
Caía la tarde y el motor del ‘klotok’ volvía a emitir su traqueteo rompiendo la tranquilidad del río. Volvíamos sobre nuestros pasos pero sin saber bien cuál iba a ser nuestro siguiente destino. Yusa prepararó una cena increíble y, tras intentar charlar un rato con el capitán, nos íbamos a dormir rodeados por los mil y un ruidos de la selva, estirados en tres colchones en la cubierta del klotok que descansaba ya amarrado a unos juncos que crecían en el margen de aquel río, cuyo nombre no conocíamos, en mitad de cualquier lugar.
Visitamos otros campamentos menores en el camino de regreso a Kumai y tuvimos la suerte de avistar desde el ‘klotok’ un grupo de orangutanes moviéndose sin ningún esfuerzo aparente entre las copas de unos árboles altísimos. Entre la información de los carteles y los guías de otros visitantes seguimos aprendiendo sobre los orangutanes, aquellos fascinantes hombres rojos del bosque que pueden vivir hasta sesenta años, que son ocho veces más fuertes que un hombre y que construyen nidos sobre los árboles.
En nuestra última parada, coincidimos con Tono y Juanjo, dos simpáticos coruñeses que empezaban su recorrido por el río. Los orangutanes se hacían esperar. Era la hora en la que normalmente les daban de comer pero nada. Además, en el campamento se les habían acabado las bananas, sólo tenían leche. Esperamos y esperamos, bien entretenidos, eso sí, con los gallegos, quienes conocían a algunos de nuestros amigos y excompañeros de Marcial de A Coruña. Con Tono y Juanjo un poco desilusionados por no haber visto a ningún orangután empezamos a regresar hacia los ‘klotoks’. Dimos diez pasos y a nuestras espaldas oímos el ruido de unas hojas moverse. Allí estaban. En pocos minutos se acercaron cuatro hembras con sus crías a beber la leche que habían dejado los cuidadores. Me fijé en las caras de Tono y Juanjo cuando apareció el primer orangután en escena, ésa era la cara que teníamos nosotros sólo dos días antes, cuando vimos por primera vez a Gina.

Foto del trío con los coruñeses Juanjo y Tono
En conjunto vimos muchos orangutanes en la selva pero no todo el trabajo está hecho. A pesar de los esfuerzos de científicos que, como Galdikas, dedican su vida al estudio y protección de estos animales, actualmente mueren cada año 2.000 orangutanes. La culpa ya no es de los cazadores furtivos sino de la destrucción irresponsable de su hábitat para el cultivo de palma. ¿Suena un poco raro, no?
Países como Indonesia y Malasia están entre los mayores productores del mundo de aceite de palma que se utiliza para producir alimentos, aceites, maquillajes y biocombustible, entre muchos otros productos consumidos por los países desarrollados. En los últimos años, miles de hectáreas de selva han sido destruidas para extender este cultivo, desplazando habitantes de pequeñas aldeas. Su cultivo causa problemas ambientales y sociales. En el caso de Borneo, se estima que, de seguir extendiéndose el cultivo al ritmo actual, la palma acabará con toda la población de orangutanes de la isla en diez años. En los últimos siete años el cultivo de palma se ha incrementado en un 244% en Kalimantan, la región indonesia de Borneo. En el vuelo de Banjarmasin a Pangkalan Bun el paisaje que vimos era todo verde pero aquello ya no era selva sino plantaciones enormes de palma.
De vuelta a nuestra realidad, esperando a los orangutanes y charlando con los coruñeses se nos había hecho demasiado tarde. El ‘klotok’ nos esperaba de nuevo en el muelle. Yusa había preparado unos buñuelos de banana deliciosos que saboreamos mientras disfrutamos de un espectacular atardecer que iluminaba el cauce el río con rojos, naranjas, lilas, y azules. Cayó la noche y aún estábamos a unas dos horas de Kumai. El recorrido del río apenas podía adivinarse y Momo se encaramó a la proa del ‘klotok’ para iluminar al capitán con una linterna.
Sin motivo aparente, nos acercamos demasiado a uno de los márgenes del río. Más cerca, nuestros inexpertos ojos empezaron a ver. En los árboles de la ribera había miles de luciérnagas que centelleaban sin cesar convirtiendo aquellos arbustos en elegantes árboles de navidad. Ali logró alcanzar unas cuantas luciérnagas que metió en una botella que nos pasó. Sentados en la proa del ‘klotok’, con la brisa en la cara y rodeados por las luciérnagas que habíamos liberado, disfrutamos de la tranquilidad más absoluta que nos brindaba aquel barco, el río y la oscuridad.

Una luciérnaga sobre la camisa de Marcial
Una hora más tarde empezamos a ver las luces de Kumai a lo lejos. La magia y la tranquilidad de un viaje inolvidable llegaban a su fin.
Entiendo que «Los hombres del bosque» que da título son Juanjo y Tono.
Muy grande.
Mil besos
ermosos los orangutenes ,y muy contentos de que esten bien pues estabamos un poco preocupados,estoy con ines mirando sus experiencias besos y cuidense
Al principio creí que compartían cama, con la de la minifalda y los tacones, luego entendí que era con María.
Gaby ¿No había mosquitos al dormir en la cubierta del «klotok»?
Estoy fascinada con los colores del atardecer, lo he vuelto a mirar varias veces y a veces dudo que sea real.
Muchos besos ¡¡¡Qué bonito¡¡¡
Estáis todos muy guapos, además se os ve de un relajado que da gusto!no podéis negar que disfrutásteis un montón de esa experiencia…y no me extraña: me hubiera encantado ver a los orangutanes y dormir en la cubierta del klotok, y saborear la cocina de Yusa…
Mucho mejor la cubierta del klotok que la «cama caliente» del motel…..UN besito.
Eh, yo esperaba alguna explicación sobre lo de ‘Orang Hutan’ para etiquetar las fotos… ¿O es que soy el único inculto que no sabe a qué viene?
Se llamen como se llamen, son increíbles las fotos.
Un abrazo,
j.
espectacular!!! :)
Por supuesto Cristain, los ‘hombres del bosque’ son los gallegos (¡no viste sus pelos!). Los orangutanes son los ‘hombrecillos rojos del bosque’. Un beso!
Gracias Tío Carlos. No tienen de qué preocuparse. Un abrazo para Inés!
Rosa, no dudes, los colores son reales. En la cubierta del Klotok nos colocaban unos colchones cubiertos cada uno con una mosquitera, ¡a salvo de insectos!
Jejeje! Muy bien carola, la cubierta del klotok mejor que el motel, jeje! El viaje es increíble y totalmente asequible económicamente. Lo puede hacer cualquiera, el klotok te deja en un muelle y los campamentos están a pocos metros del río. Un beso!
Jorge, Orang significa ‘hombre’ y Hutan ‘bosque’, estos animales son literalmente los hombres del bosque, aunque el bosque indonesio para nosotros sería selva. Un abrazo!
Gracias Bea! vemos que ya vuelves con tus comentarios de forma asidua… así nos gusta! Un abrazo!
Hola, te estoy escribiendo de argentina, veo que viajaste por todo el mundo, me encanta tu blog y algun dia sueño con poder dar la vuelta al mundo como vos.
Pero bueno te escribo para ver si me podes dar un poco de ayuda, a fin de año estoy saliendo para indonesia, mejor dicho Borneo, tengo muchisimas dudas, mi idea es ir a Tangung Puting y a las islas de kakaban, maratua, sangalaki para hacer algo de buceo.
No te asustes pero aqui van mis preguntas.
Bueno como hago para volar de Jakarta, con que compania, hay que reservar con anticipacion, cuanto dinero sale el vuelo, a que ciudad me conviene ir primero de Borneo, Banjarmasin o Pangkalan bun, cuanto dinero cuesta el tour por el rio, bueno estaria muy agradecido si me puedes ayudar, te mando un abrazo enorme hermano!!