Día 239 – Afrontando la muerte

(ADVERTIMOS que este post contiene imágenes crueles del sacrificio de animales. Por lo general, quien haya estado en la matanza del cerdo de su pueblo y haya hecho ya la digestión no debería tener problemas…)

 

El difunto había fallecido hacía más de un mes. Para nosotros, desde entonces estaba muerto, pero no para sus familiares, compañeros y amigos. Para ellos estaba simplemente enfermo.

Esa enfermedad dura hasta que se celebra el funeral. Hasta entonces, el cuerpo se mantiene en la mejor habitación de la casa, envuelto en telas y cubierto por ungüentos para conservarlo de la mejor manera posible. Allí queda hasta que la familia se pueda reunir al completo y hasta que tengan el dinero necesario para celebrar el funeral. Durante ese tiempo, que pueden ser meses o incluso años, los familiares y amigos visitan al difunto, toman el té con él y le prestan atenciones.

Hacía sólo unas horas que habíamos llegado al pueblo de Rantepao, centro de la región de Tana Toraja en la isla de Sulawesi, y nos informaron que al día siguiente se celebraba el primer día de un funeral en una villa cercana. Martina y Sergio, a quienes conocimos en las Gili, nos siguieron cambiando sus planes a última hora e iban a llegar a Rantepao de madrugada con el autobús nocturno desde el sur de la isla.

Con Martina y Sergio

En cuanto llegaron, casi sin tiempo de dejar las maletas en el hostal, ya estábamos peleando por un buen precio para alquilar un par de motos y cerrándolo todo con un guía que nos llevaría al funeral y nos presentaría allí como invitados. Pero antes de salir hacia la aldea debíamos comprar un regalo para la familia. Los regalos más habituales suelen ser cerdos o gallinas; incluso búfalos si se tiene mucho dinero. El guía nos indicó que, en nuestro caso, con un cartón de tabaco bastaba. Un regalo bastante extraño pensamos… De hecho, todo era un poco raro. El hecho de aparecer en un funeral de una familia que no conocíamos, con nuestra cámara de fotos y un cartón de tabaco bajo el brazo se alejaba mucho de la imagen del típico funeral a la que estábamos acostumbrados. Pero daba igual lo que pensáramos, ya estábamos subidos en la moto y, en pocas horas, nos íbamos a dar cuenta de que en Toraja nada iba a ser como esperábamos.

Llegamos a la pequeña villa. La entrada al recinto donde se celebraba el funeral era un ir y venir de invitados de todo tipo, chiquillos que nos saludaban emocionados y mozos cargando cerdos que colgaban atados a cañas de bambú.

Alrededor de unas ‘Tong Konang’ (edificación típica de la zona para almacenar arroz) se había dispuesto un conjunto de casetas para acoger a los invitados dejando, en el medio, un espacio libre y sombreado por una lona donde se iban dejando cerdos atados cuyos gritos esporádicos parecían indicar que sabían que se acercaba su hora. El resto de invitados nos miraban sorprendidos y nos saludaban ‘¿España? ¿Barça? ¡Messi, Messi!’. Los niños corrían de un lado a otro, jugando, ajenos a la celebración y, de vez en cuando, la voz de una especie de organizador lanzaba mensajes ininteligibles para nosotros por el sistema de megafonía. Nadie estaba aparentemente triste. Aquello no parecía un funeral.

Un grupo de invitados pasan delante de las 'Tong Konang'

Los invitados seguían llegando con los regalos para la familia del difunto; cerdos, gallinas, azúcar, tabaco… y, el plato fuerte: algún búfalo. En forma de procesión los invitados iban entrando en la caseta principal donde estaban los miembros más cercanos de la familia para compartir con ellos café y dulces. Esas procesiones se repitieron cuatro o cinco veces, hasta que se había atendido a todos los invitados que llegaron ese día. El primero de los cuatro días que duraría el funeral.

Atendidos todos los invitados iba a llegar el gran momento. Tras meses de espera la enfermedad del difunto iba a llegar a su fin. El cuerpo fue cambiado de posición apuntando hacia el sur; preparado, según la tradición, para pasar a la vida posterior. Pero para materializar ese tránsito era necesario el sacrificio de un búfalo.

Un chico apareció en escena seguido de un búfalo impresionante de, al menos, seiscientos kilos de peso al que ató a una estaca clavada en el centro del recinto, a la vista de todos los invitados. Por primera vez reinó el silencio. El animal se mostraba tranquilo, ajeno a lo que le iba a suceder sólo instantes después.

El chico acarició el morro del animal por última vez, sacó un cuchillo con la mano derecha y, con la izquierda, levantó la cabeza del búfalo. Sin previo aviso y con un movimiento rapidísimo le atestó una cuchillada mortal que rajó el cuello de aquella bestia con un brutal corte.

El corazón del búfalo seguía bombeando la sangre que salía empujada a borbotones por la profunda herida. El animal se mantuvo en pie, casi inmóvil, durante un par de largos minutos hasta caer desangrado al suelo. Allí, sobre un charco de sangre, yacía el cuerpo de aquel animal que aún tardaría unos tres o cuatro minutos más en quedarse definitivamente inmóvil. Por fin, el enfermo había muerto.

Tardamos unos cuantos minutos en reaccionar y en deshacer el nudo que se nos había hecho en la garganta. A pesar del tránsito definitivo del difunto, a nuestro alrededor todo volvía a ser como hacía unos minutos: El parlamento del organizador en los altavoces, las animadas charlas en las casetas, los niños que corrían de un lado para otro pidiéndonos que les hiciéramos fotos… La única diferencia era un grupo de cuatro o cinco chicos que despellejaban con expertos cortes el cuerpo inerte de búfalo ante nosotros. Seguía sin haber ni una cara triste, ni una lágrima. ‘La tristeza se deja para el último día’ nos dijo el guía. De hecho, la sensación era que aquello era más una fiesta que un funeral. Tanto era así que, inconscientemente, Marcial se pasó días hablando de ‘la boda’ cuando se quería referir al funeral.

La familia del fallecido tuvo todas las atenciones posibles con nosotros. Nos ofrecieron bebida y comida y se interesaron por nuestra procedencia. Para ellos era un orgullo que unos visitantes extranjeros acudieran al funeral de un familiar suyo. De la forma más respetuosa posible les agradecimos las atenciones y la familia nos invitó a que regresáramos al día siguiente. ‘Sí, sí, mañana volvemos a la boda’ decía Marcial.

Antes de irnos dimos un paseo por la parte de atrás del recinto, lo que vendría a ser la trastienda de la celebración. En un par de cocinas decenas de mujeres preparaban comidas y bebidas para los invitados. Los humeantes pucheros llenaban aquellas estancias de diversos olores que se mezclaban con el de las hogueras que ardían fuera de ellas.

Nos acercamos. Allí sacrificaban a los cerdos clavándoles un puñal detrás de la oreja y esperaban a que se desangraran como manda la tradición de los Toraja. Una vez muertos los arrojan a una de las hogueras donde les queman la piel para, posteriormente, abrirlos y cortar la carne con la que se preparan diversos platos para los invitados.

Tras cortarla en pedazos, la carne y las tripas del cerdo se mezclan con diversas hierbas y se introduce en troncos donde, posteriomente, se cocina la mezcla

Tal y como le prometimos a Mama Pemi, sobrina del difunto, regresamos los cuatro al funeral al día siguiente, esta vez sin guía, con más tabaco y un kilo de azúcar como obsequios. De nuevo, nos recibieron con los brazos abiertos, café, té y dulces.

A nosotros también nos retrataban...

Después presenciamos el sacrificio de tres búfalos más. Se nos cerró el estómago y fuimos incapaces de probar bocado de la comida que nos ofrecieron; excepción hecha de Sergio que, con un par, probó el arroz con búfalo.

El funeral se alargaría por dos días más siguiendo la tradición del pueblo Toraja. A pesar de su forma de entender la muerte, los habitantes de la región son mayoritariamente cristianos aunque con cierta influencia animista.

El cuarto día del funeral, el último, es el único momento en que se demuestra tristeza. Tras todos los sacrificios de animales, el cuerpo es trasladado en procesión hasta la roca donde será colocado su ataúd. Cuanto más alto sea el estatus del difunto, más alto será colocado en la roca.

También, en otros cementerios, los féretros se colocan colgando de las paredes de roca o dentro de alguna cueva. En el caso de bebés o niños fallecidos sus cadáveres se meten dentro de agujeros hechos en el tronco de los árboles.

Los cuerpos de bebés fallecidos se colocan en el interior de los árboles

En algunas ocasiones, además, la familia manda tallar una figurita a imagen y semejanza del fallecido llamada ‘Tau-Tau’. Las figuras se colocan en la roca donde se descansa el féretro y la familia se encarga de su mantenimiento y de cambiar las ropas del ‘Tau-Tau’ periódicamente.

De hecho, los Toraja visitan regularmente a sus difuntos compartiendo con ellos cafés, cigarrillos y dejándoles dinero para su siguiente vida. En algún cementerio vimos también ventiladores, documentos, comida… Cualquier cosa que la familia o allegados del difunto crean que el muerto pueda necesitar.

¿Que al abuelo le gustaba mucho el fútbol? Pues le llevamos el ‘Marca’… ¿Qué ha habido cambios en la empresa de la que era propietario? Pues le dejamos un organigrama actualizado en el ataúd para que esté al día… ¿Qué fumaba como un carretero? Pues un paquetito de tabaco y un cigarro entre los dientes de su cráneo…

Y, aunque así lo parezca, en Tana Toraja había algo más allá de la muerte que nos rodeaba cada día. Entre sus valles se escondían terrazas de arrozales y pequeñas aldeas, todas ellas con sus características ‘Tong Konang’ que funcionan como despensas de la cosecha de arroz. El número y tamaño de las ‘Tong Konang’ indican el poder económico de la familia que las construye. A mayor número y tamaño mayor cantidad de arroz pueden almacenar.

En una de esas pequeñas aldeas vimos unos cuantos hombres que iban de aquí para allá con gallos de plumas limpias de vivos colores. Habíamos oído hablar de que en la región se organizaban peleas de gallos ilegales y, a la vista de las idas y venidas, empezamos a sospechar que por allí cerca iba a celebrarse una de esas peleas. Preguntamos pero la información que nos daban era vaga. Finalmente nos dijeron que no podíamos ir, no sabemos si era porque éramos extranjeros o porque íbamos con dos chicas. Decidimos irnos, pero a la salida del pueblo vimos varias decenas de motos aparcadas junto a un camino y un par de chicos con gallos. Tras unos minutos de indecisión, nos adentramos en el camino. Empezamos a oír bastante barullo y enseguida encontramos a un grupo de unos cien hombres gritando, moviendo billetes de aquí para allá, revisando gallos y cerrando apuestas.

Durante unos incómodos minutos fuimos el centro de casi todas las miradas, pero en cuanto la siguiente pelea comenzó los presentes parecieron olvidarse automáticamente de nosotros. A las patas de los gallos se ataban unas afiladas cuchillas de unos diez centímetros de largo. El sistema de pelea es sencillo: el gallo que corta la pata del contrincante o lo deja K.O. gana.

Y si la vida de los pequeños pueblos no dejaba de sorprendernos, la ciudad de Rantepao, que hasta aquel momento nos había parecido horrible, también nos deparó alguna pequeña sorpresa. A sus afueras se celebra cada seis días el mercado de búfalos y cerdos. Gaby y Martina se hicieron fotos con los locales, que les animaban a coger los búfalos y a acariciarlos… Eso con los más pequeños porque había algunos que daban bastante respeto por su tamaño. Si alguien está interesado se puede comprar un búfalo por unos nueve millones de rupias (algo menos de 800 euros), un auténtico dineral para lo que es Indonesia.

Cerca de donde se exponían los búfalos estaban los cerdos, ya atados a cañas de bambú, listos para llevar. Los compradores se los llevaban en moto atados en la parte trasera del asiento en una estampa al más puro estilo indonesio.

Justo cuando habíamos decidido irnos del mercado oímos bastante revuelo, parecía que iba a empezar una pelea de búfalos. ‘¡Perfecto!’ Pensamos… ‘¡Lo que nos faltaba por ver!’ Un hombre había llevado a su búfalo al centro de un descampado aledaño y esperaba que alguien se acercara con su adversario. El ambiente se empezaba a calentar, algunos ya empezaban a contar las rupias que llevaban encima para apostar. Por fin, un chico se acercó al centro llevando a un búfalo que era ostensiblemente más pequeño que el que le esperaba. Ya nos estábamos frotando las manos cuando, incomprensiblemente, el búfalo más grande se dio media vuelta y se retiró atemorizado pese a la inicial reticencia de su dueño y ante las risas de los presentes. ‘¿Pero esto qué es? ¿Y la pelea?’ Nos quedamos si verla. No iba a ser todo tan fácil, ¿no?

La región de Tana Toraja nos dejó una huella imborrable. No sólo por la brutalidad de los sacrificios que presenciamos y por la relación de ese pueblo con la muerte, sino también por la amabilidad de sus gentes, sus sonrisas y su generosidad con el extranjero de la que debemos aprender.

  

Para Carlos y Mar, que siempre que nos hablaron de Indonesia nombraron la isla de Sulawesi como su favorita.

 

 

7 Respuestas a “Día 239 – Afrontando la muerte

  1. ¡¡Guau!! Qué post más espectacular… Las fotos de los sacrificios me han dejado helado; suerte que os leo comido… Y lo de las ofrendas a los muertos es curiosísimo. Ese cráneo fumándose un cigarrito… Ya lo estoy viendo en los paquetes de tabaco.
    Un abrazo,
    j.

  2. Buah, qué recuerdos!
    Y qué emoción que nos dediquéis el post!!

    Mar y yo llegamos al funeral el tercer día y no vimos matar en directo al búfalo (casi mejor), pero qué me dices de los gritos de los cerdos atados, unos encima de otros sobre la lona, esperando la muerte… Qué angustia. Es para pillar un trauma como el de Clarice en el Silencio de los Corderos, solo que aquí sería el de los Cerdos.

    Y qué impresión el árbol donde enterraban a los bebés, eh? Eso sí, hacéis bien en destacar la belleza de los paisajes y la amabilidad de las gentes de la zona, que si no va a parecer que se dedican a maltratar animales todo el día. Por cierto, yo probé el búfalo con arroz (en un restaurante, eso sí), y estaba delicioso.

    Y esa insistencia de hablar de boda? Algo te ronda la cabeza, Donpi? Yo a vuestro enlace puedo llevar un perro si queréis, pero nada de sacrificarlo!

    Espero el post de Bali, con sus motitos por todas partes, sus templos budistas, su parque de monos y sus playasss!!!

    Besos

  3. Que recuerdoooooooooooos!!!
    Espero que disfrutéis lo mismo que lo hicimos nosotros en Sulawesi…
    Fotos brutales Marcial!!!
    Un besazo a los dos!!!!

  4. yo cuando lo leí, no había desayunado, y la verdad es que se me cerró el estómago…en cualquier caso, espectacular experiencia e inclreibles fotos!!!un besito

  5. Patricia, tienes razón, son vivencias increíbles que estamos disfrutando al máximo e imposibles de olvidar.

    Jorge, suerte que te pillamos comido, no como a Carol a la que le fastidiamos el desayuno…

    Peti y Mar, nos alegra saber que nuestro post os trajo buenos recuerdos de un viaje excepcional. Lo del bufalo, realmente es para verlo, aunque se te cierra el estómago. Lo de la boda solo tenía que ver con el ambiente festivo de la celebración, ya veremos quien cae el primero, jajajaja! Un abrazo a los dos.

    Carol, sentimos lo de tu desayuno…Un abrazo

  6. Repasando posts pareja!!!! Vaya viajecito ¿verdad? estáis viviendo más de una vida, eso está claro. Cuánta razón tenéis cuando destacais todo lo que nuestra sociedad tiene por aprender…o ya ha perdido!!! BESOS

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