Había llegado el momento de echar el freno. Parar y tomar aire, recuperar el ritmo que llevábamos en Sudamérica. Una vez visitados todos los lugares que nos habíamos propuesto en Nueva Zelanda nos quedaban aún 3 ó 4 días para llegar a Christchurch, donde debíamos tomar un avión para regresar al Norte, a Auckland. Nuestras opciones eran entonces seguir por el interior de la Isla Sur, al este de los Alpes, o bien dirigirnos hacia el Sur y remontar la costa este hasta Christchurch.
Así, como en aquel anuncio de depilación, nos encontramos en el cruce preguntándonos… ‘¿playa o montaña?’ A decir verdad, estábamos un poco cansados de tanta montaña así que tras un breve debate optamos por la playa sin tener que usar como criterio la depilación de nuestras piernas.
Y nos alegramos de esa decisión aunque las playas no tuviesen mucho que ver con las que se ven en la mayoría de los anuncios publicitarios. Los paisajes y gentes que encontramos al este de Invercargill, recorriendo la costa, nos inspiraron la tranquilidad que necesitábamos tras tantos días de carretera, camping y objetivos por cumplir.
Pero antes de todo eso debíamos encontrar un camping en la meridional Invercargill. En la búsqueda tuvimos una de esas extrañas conversaciones de besugos (ya habíamos tenido alguna en Sudamérica pero sin el handicap del idioma) que parecen perseguirnos. Vale decir que, en general, los campings que hemos visto en Nueva Zelanda son los mejores pero de vez en cuando uno acaba alguno de esos en los que no hay turistas hospedados, sino gente local, sin recursos, que vive en precarias autocaravanas. Entramos en uno esos, inmenso, y nos perdimos… vimos, al fin, a un señor de aspecto bastante extraño y nos dispusimos a preguntarle donde estaba la oficina, hasta ahí llegábamos: ‘the office’…
– Excuse me, where is the office?
– Ofis? Ofis? I don’t know any Ofis!
– No, ‘the office’
– Orfis? No, I don’t know any Orfis here…
– ¡OFFICE!
– No, I’m sorry I think there’s no one called Olfis here, but you can ask in the Office! It’s right there, on your left…
Tras esa conversación y a la vista de la gente que allí vivía y lo destartalado del lugar, ni pasamos por la maldita oficina. Directos a un Holiday Park de esos con piscina y TV lounge donde tuvimos que rascarnos bien los bolsillos…
A partir del día siguiente avanzábamos siempre por la carretera más cercana a la costa de aquella región, conocida como los Catlins, entre suaves colinas repletas de ovejas y vacas, cultivos de cereales, frondosos bosques y grandes acantilados y playas de arenas doradas. Avanzábamos con el ritmo cadencioso pero sosegado que parecían tener allí todas las cosas.
Así, nos perdíamos entre acantilados como el ‘Slope Point’ en el punto más meridional de la Isla Sur o el ‘Nugget Point’ coronado por su antiguo faro imaginando las duras condiciones de vida que debieron tener allí sus solitarios responsables.
Caminamos rodeados de granjas, charlando con amistosos agricultores que nos preguntaban, curiosos, de dónde veníamos y, sobre todo, qué nos parecía Nueva Zelanda. Nosotros les preguntábamos sobre el trabajo en esas tierras, sus cultivos, su ganado, su última cosecha… y la conversación acababa siempre en el clima, las estaciones, sequías, lluvias y demás.
Sólo unos pocos kilómetros tierra adentro recorrimos frondosos bosques en el ‘Catlins Conservation Park’, bosques con cierto parecido a los que encontramos en Karamea, con mucha vegetación nativa. Y es que igual que nos sucedió en Karamea, nos habíamos alejado de las rutas convencionales del turismo y se notaba caminando siempre solos por los senderos, conduciendo por solitarias carreteras cruzándonos apenas algunos tractores o camionetas de los agricultores de la zona… Seguimos corriente arriba los cursos de los arroyos hasta encontrar solitarias cascadas como la ‘Matai Waterfall’, de nuevo, toda para nosotros solos… Una gozada, la verdad.
Regresamos a la costa hasta llegar a la ‘Curio Bay’, una bahía en la que, sobre unas rocas, yacen los restos de un bosque ahora petrificado. En ese mismo lugar hace unos 170 millones de años un bosque quedó cubierto por una inundación que arrastró la ceniza de los volcanes cercanos convirtiendo la zona anegada en un lodazal muy rico en la sílica de las cenizas volcánicas. La sílica impregnó todos los árboles y troncos convirtiéndolos en piedra tan sólo en unos meses, sin dar tiempo así a su putrefacción que es lo que hubiese pasado en cualquier otra circunstancia. Caminando entre esas rocas se ven muñones de troncos sobresalir de ellas y larguísimas tiras de madera, algunas grises y otras de color más claro que podrían parecer auténtica madera… hasta que uno las toca o las intenta rasgar.
En la misma ‘Curio Bay’ tuvimos, además, la suerte de ver dos ejemplares del pingüino más raro del mundo y en peligro de extinción, el Pingüino de ojo amarillo, llamado ‘Hoiho’ por los Maoríes. En esta época del año nacen los polluelos y padre y madre se turnan para conseguir alimento en el mar mientras el otro cuida de las crías.
Siguiendo la costa pasado Dunedin, llegamos al agradable pueblecito costero de Moeraki, conocido por las extrañas formaciones rocosas que se agrupan en su playa, donde, debido a una intensa lluvia, decidimos hacer noche para visitar la playa a la mañana siguiente. Pero el tiempo despejó rápidamente, así que aprovechando las últimas luces del día que coincidía, además, con la marea baja, nos acercamos a la playa para ver esas extrañas rocas. Al llegar, vimos que éstas eran grandes bolas de piedra, como canicas olvidadas en la playa por algún prehistórico gigante…
Así como otras veces nos hemos lanzado a explicar aquí -como si fuésemos expertos en algo- algunas cosillas que íbamos aprendiendo de geología, en este caso no nos animamos ya que la formación de estas mágicas piedras redondas es bastante compleja… Para quien se anime aquí tiene el enlace a la manida Wikipedia.
Independientemente de cual fuese su formación, sus extrañas formas y su disposición en aquella solitaria playa hacen que uno se pregunte de dónde salieron o cómo llegaron hasta allá, por qué siendo redondas y estando a la merced de las mareas de un océano no se conoce que se hayan movido…
De vez en cuando, encontrábamos alguna partida por la mitad enseñando sus entrañas, y no todas eran iguales. Algunas eran de un material uniforme que cubría gran parte de su diámetro pero huecas en su interior, otras parecían estar formadas por piezas, grises por fuera y de color ocre por dentro.
A la mañana siguiente continuamos nuestro viaje hacia Christchurch, la ciudad más inglesa de todas cuantas hemos visto en Nueva Zelanda. En 1.850 el pequeño asentamiento portuario se fundó como ciudad intentando seguir el modelo británico en su crecimiento, construyendo muchas iglesias en lugar de más pubs como ocurría en otras ciudades. Hoy esa idea aún se refleja en la arquitectura de la ciudad: la catedral, la antigua universidad con sus edificios góticos, sus calles y parques…
Poco a poco ese carácter fue cambiando con la llegada de nuevos inmigrantes y actualmente la ciudad está tomando un carácter mucho más multicultural, asemejándose a Auckland y Wellington.
Christchurch es conocida también por ser la ciudad natal de Kate Sheppard, activista femenina y gran impulsora de la campaña por conseguir el sufragio femenino. Su actividad política dio buenos resultados y consiguió que en el año 1.893 las mujeres obtuvieran el derecho al sufragio activo. De este modo, Nueva Zelanda se convirtió en el primer país autogobernado del mundo en reconocer el derecho a voto a las mujeres.
Y así, recorriendo aquellas maravillosas costas pasaron los días que nos quedaban hasta coger el avión con el que desharíamos en pocas horas todo lo andando las dos últimas semanas. Llegamos de nuevo a la Isla Norte, a Auckland, donde nos preparamos para pasar una Nochebuena especial…
La resolución de la próxima encrucijada tal vez nos de como resultado las piernas depiladas de Donpim.
Mientras tanto el misterio de las grandes «bochas» o petancas, inamovibles en la playa, tal vez tenga que ver con el misterioso origen del melocotón que circula por el laboratorio de Laia.
Hasta la próxima y muchos besos
Rosa
Qué manera de empezar la semana! National Geographic en estado puro, con un poco de aderezzo al estilo Conde Nast ;-D.
Muchos besos!
para qué queremos Wikipedia con vuestros relatos…..?qué curiosos lo de las «Moeraki»…y las fotos de las susodichas canicas son sencillamente ALUCINANTES!!!
besitos fuertes a los dos……CAROL y ALEX
Como siempre fotos espectaculares! geniales las que salís vosotros!! Muy graciosa la de Marcial con las dos direcciones!! Ayer en desafío extremo Calleja estaba en Ushuaia, me acorde mucho de vuestras aventuras!! Un abrazo!
Feliz año pareja!!! Aquí seguimos esperando las fotos de la despedida del año…….un beso enorme!!!!
preciosas las fotos de las playas con las piedras redondas gigantes
me guardo el enlace a la wiki para cuando tenga tiempo
gracias por animarnos el lunes post vacacional :)
cuidaos mucho
bea
Las piedras me recordaron a la pelicula ochentera Cocoon… Mmmm esa puede ser una buena explicacion de su origen.
Un abrazo!
¡Qué chulas las fotos de las piedras de Moeraki! Y qué envidia poder hacer rutas tan poco turísticas, con tanta libertad, para descubrir joyas como ésas.
Un abrazo,
j.
Rosa, qué es eso del melocotón en el laboratorio? qué intriga!
Vero, lo de National Geographic es un alago…lo de Conde Nast, no sé, no sé, jajajaja! Un beso
Gracias Carola!
Montse, como nos has sorprendido colgándonos el video en los comentarios, tú si que sabes! Un beso
Mónica, paciencia con la despedida del año…todo llegará! Un beso
Bea, a ver si en algún momento descifras lo de las Moeraki! Un abrazo
Mincho, buena comparativa…tendrán el mismo efecto? Nos faltó probarlo! Un abrazo
Jorge, gracias, nos alegramos de haber optado por la playa! Un abrazo